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Una de las obras de Willy Ramos, en La Aurora.
El dominio del color y la evocación del cuplé

El dominio del color y la evocación del cuplé

A estas alturas, ¿qué se puede añadir a tanto escrito sobre la pintura de Willy Ramos? Posiblemente, solo repetir lo que hasta ahora se ha escrito: que es una explosión de colores, un canto a la alegría, una ventana por la que penetra la luz... No es exagerar, sino confirmar lo que otras veces, seguro, se ha dicho, porque su pintura no es novedad por estos pagos, ni ha tenido necesidad de cambiar lo suficiente, para que sobre ella se viertan dudas, nuevas teorías o nuevas opiniones. Aunque de tan lejanos orígenes, Willy Ramos es, desde hace mucho tiempo, uno de los cercanos pintores, con cuyas obras se alterna frecuentemente. 

PEDRO SOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 07:53

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A estas alturas, ¿qué se puede añadir a tanto escrito sobre la pintura de Willy Ramos? Posiblemente, solo repetir lo que hasta ahora se ha escrito: que es una explosión de colores, un canto a la alegría, una ventana por la que penetra la luz... No es exagerar, sino confirmar lo que otras veces, seguro, se ha dicho, porque su pintura no es novedad por estos pagos, ni ha tenido necesidad de cambiar lo suficiente, para que sobre ella se viertan dudas, nuevas teorías o nuevas opiniones.

Aunque de tan lejanos orígenes, Willy Ramos es, desde hace mucho tiempo, uno de los cercanos pintores, con cuyas obras se alterna frecuentemente. De las muchas exposiciones de su obra, se recuerda con especial devoción una que llenó el Palacio del Almudí y la silenciada -¡qué pena!- sala El Martillo. Podría decirse que la que ahora muestra en galería La Aurora no es un seguimiento de aquella y de tantas otras, sino una constancia en los principios que han impulsado al artista a mantenerse en sus argumentos de gozosa vida pictórica. Esta exposición está bautizada como 'La memoria del color', con la misma naturalidad que podría llevar por título el reclamo de cualquiera de las supuestas definiciones que antes se le han asignado, entre las que retozan la alegría, la luminosidad o el gozo de vivir.

La función de Willy Ramos, a la hora de repartir los colores, es como una aventura constante, como un enfrentamiento al vacío, parece que sin tomar decisiones definitivas. Por esto, quizá, el espectador se encuentra ante paisajes en los que el color se reparte como unas firmes 'picaduras' o como un esparcimiento de multiplicada lluvia cromática, en la que es imposible conocer la función que desempeña cada gota; o mejor: desempeña la función de colorear, exclusivamente. Otras veces, el panorama se convierte en una siembra floreada, en la que alternan las plantas que invaden los terrenos; o también se trata de un paisaje celestial, en el que las nubes se arraciman o se expanden, con la única finalidad de inundar de luz y color cuanto el cuadro recoge.

Habría que añadir que, en esta exposición, Willy Ramos no se limita a dar rienda suelta a ese cromatismo desbocado. Cuando el pintor quiere, busca dominarlo y someterlo a unos cauces, que no restan fortaleza, pero que sí imponen un orden, que denota otro modo de concebir y de concretar las ideas. En ambos modos de expresión, esta pintura conlleva un sentido naturalista de las cosas, una espontaneidad que parece recubierta de un buscado toque infantil, como síntoma liberador de las dramáticas experiencias y complejos, que con tanta frecuencia aparece en la trayectoria de no pocos artistas. Pero la obra de Willy Ramos es inconfundible.

'Copyleft Cuplé', en Espacio Pático

La serie de obras que Gloria G. Durán ha presentado en Espacio Pático, como 'Copyleft Cuplé' es un homenaje a celebres cupletista que, como La Fornarina, La Chelito, Raquel Meller... abarrotaban los teatros, gracias a sus propios méritos de actrices, pero también a la sal y pimienta con las que sabían aliñar sus actuaciones. La exposición es una clara demostración del dominio que aquellas cantantes vertían sobre los escenarios, y parece como si Gloria G. Duran se hubiese dedicado -a la hora de abocetar sus obras- a perseguirlas con insistencia. No ha querido perfilar las figuras, sino mostrar en ellas el encanto y la atracción que debía derrochar a través de sus movimientos, de sus miradas, de sus gestos y de sus desahogos.

Quizá en la sencillez que ha utilizado para realizar los cuadros radique el encanto natural que cada uno desprende; porque no se trata de embrollar, sino de simplificar, utilizando unos recursos que son imprescindibles y que culminan con satisfacción la propuesta picaresca. Además, ha sabido atribuirle a los distintos apartados del cuerpo femenino la importancia que ofrece en la actuación de las cupletistas. No es intención llenar las obras de colores o de elementos supletorios, sino de centrar la mirada en el conjunto, libre de imposiciones, pero con destacada vivacidad, con movimientos pausados o agitados, siempre en función del paso sobre el escenario.

La recuperación de estas figuras, que, efectivamente, marcaron un hito en la historia de los teatros españoles, corren el peligro de que también se las haya impregnado de un morbo que se ha ido transmitiendo, porque suponían una ruptura con tradiciones muy rígidas y acendradas. Pero las obras de Gloria G. Duran son limpias y aseadas, libres de obscenidades, y demuestran una inolvidable realidad.

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