En la década de los ochenta del siglo pasado, cuando la informática ya estaba bien introducida en las áreas de producción y en las Universidades ... se comenzaba a disponer de facilidades de cálculo, para el desarrollo de áreas como la Cuántica o el cálculo propio de las actividades industriales, mucha gente, incluyendo a destacados científicos y profesores universitarios, no fueron capaces de entrever la revolución que la informática traía de la mano. No se trataba de sustituir la regla de cálculo o la calculadora por una máquina que andaba más rápido haciendo operaciones; eso por descontado, pero como Turing demostró, se trataba de una máquina universal capaz de emular a cualquier otra. Son palabras mayores. El tiempo ha ido confirmando, con las aplicaciones, que tal cosa es correcta y hoy, ya hay pocas dudas al respecto. Las aplicaciones que la denominada Inteligencia Artificial (IA) pone a nuestra disposición posibilita nuevos modelos de actuación y nuevos papeles a jugar por los humanos implicados en la revolución que las tecnologías traen de la mano. Ya no se duda de que, al igual que la primera alfabetización, que vino de la mano de una aportación tecnológica, como fue la imprenta, la segunda alfabetización ha venido de la mano de otra aportación tecnológica, el ordenador. Probablemente, la maquinaria propiciada por el marketing y el omnipresente comercio ha desdibujado el escenario y nos hemos conformado con ser usuarios, mayoritariamente poco o nada preparados para las tecnologías de que disponemos. Eso nos sitúa en inferioridad de condiciones frente a otros que la dominan o están iniciados y eso, a la larga, pasa factura, como siempre. Ahora, la Inteligencia Artificial ha venido a agravar las cosas, desde el punto y hora en que las máquinas comienzan a pensar por nosotros y pueden aventajarnos a la mayoría, porque su capacidad de aprendizaje supera no solo la media humana, sino a la mayoría.
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Ya hay innumerables máquinas moleculares en el mundo. Los organismos vivos no dejan de estar constituidos por máquinas moleculares, con incontables dispositivos que giran o serpentean como los flagelos de algunas bacterias. La evolución, cuyas flechas de evolución desconocemos y nos limitamos a constatar cuál ha sido su cambio en el pasado, que suponemos que ha pretendido optimizar algún papel específico de las mismas, y ha llegado suficientemente lejos, como para que sean irreversibles sus funciones y resultaría imposible una vuelta atrás, al lugar de partida, e incluso a cualquier etapa anterior. Pero a lo que sí se puede aspirar hoy es a construir máquinas moleculares capaces de diseñar proteínas que no se encuentran en la Naturaleza, como pudo ocurrir con las actuales máquinas moleculares.
Como se sabe, las proteínas son cadenas de aminoácidos y las naturales están conformadas por 20 aminoácidos diferentes que, en su secuencia, determinan la estructura de la proteína, predicen la forma final de una proteína y cómo se va a plegar. Viene siendo un reto mantenido en el tiempo, hasta que muy recientemente el denominado aprendizaje profundo ha sido capaz de aportar nueva luz. Un equipo de investigadores liderado por Courbet, de la Universidad de Washington en Seatle, ha diseñado distintas versiones de ejes y rotores de proteínas, usando un paquete de programas de IA llamado Roseta. Lo interesante de su aportación es que se trata de que las partes de la máquina de proteínas las han logrado incrustando el ADN de las proteínas a obtener en la bacteria E. Coli y contrastando el resultado mediante espectroscopia electrónica criogénica. Evidenciaron que se habían ensamblado perfectamente y que se obtenían diferentes configuraciones. La dificultad de la técnica de detección es que la microscopía electrónica criogénica solamente proporciona imágenes fijas, con lo que requiere ajuste fino para ver que los ejes rotan.
Cabría esperar que si se comportan como ejes podrían tener un movimiento hacia delante y hacia atrás como consecuencia de choques con otras moléculas, propio del movimiento browniano. No obstante, cabe esperar que se puede superar con un diseño de unas partes encaminadas a generar el movimiento de rotación propio de una máquina. El avance consiste en que, si bien hasta el presente se habían obtenido proteínas de diseño, nunca se había logrado un ensamblaje complejo como el que ahora se anuncia. Es para estar impresionado. El desarrollo conducirá a disponer de una incorporación de energía al sistema que dirigirá el movimiento en una dirección determinada. Un avance notable. Poco a poco.
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