Atanor

Decisiones

La toma de decisiones es un aspecto fundamental en el desarrollo personal, ya que define el rumbo de la vida de cada individuo. Decidir implica ... asumir responsabilidad sobre nuestras acciones, evaluar opciones y anticipar consecuencias. Desde elecciones cotidianas hasta decisiones trascendentales, este proceso refleja nuestra capacidad de pensar críticamente, gestionar emociones y actuar con autonomía.

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Vivimos momentos propicios para esta reflexión. Tomar decisiones conscientes fortalece la autoestima, ya que permite al individuo sentirse dueño de su camino. Además, fomenta la madurez emocional, al reconocer que toda elección conlleva riesgos y aprendizajes. La indecisión, en cambio, puede generar ansiedad, dependencia y estancamiento. En un mundo lleno de estímulos y posibilidades, saber decidir con claridad y criterio es una habilidad crucial. Esto implica identificar valores personales, establecer prioridades y aprender tanto de los aciertos como de los errores. También es importante aceptar que no siempre existe una opción perfecta, pero sí caminos coherentes con nuestro propósito. Por tanto, la toma de decisiones no es solo un acto racional, sino un ejercicio de libertad y construcción personal. Educar en esta competencia desde edades tempranas permite formar personas más seguras, reflexivas y comprometidas con sus elecciones, capaces de enfrentar los desafíos de la vida con mayor confianza y sentido.

No importa lo inteligente o educado que se sea, ni las habilidades poseídas, que a todos nos cuesta comprender los riesgos que enfrentamos. Hay que pensar que la evolución nos ha situado aquí con cerebros para comprender y enfrentar amenazas grandes, inmediatas y tangibles de la salud, ya en tiempo prehistóricos en que había que responder de urgencia a amenazas como las de depredadores que pretenderían comernos. Evaluar la amenaza de este tipo y actuar era cuestión de vida o muerte. Pero el mundo ha cambiado y el cerebro no tanto. Hoy las amenazas son menos evidentes, quizás menores de entidad y operantes a largo plazo y muy distinto de lo que fue, y parece natural que los cerebros poco evolucionados cometan errores de pensamiento y adopten procesos cognitivos que distorsionan la percepción de los riesgos en la actualidad. Probablemente, hoy, con harta frecuencia, la emoción y la intuición velen empobrezcan la lógica y el pensamiento racional.

La pandemia reciente ha evidenciado la escasa comprensión de los riesgos y las repercusiones de la gente, los expertos y las administraciones. Algunos reaccionaron con celeridad y decisión salvando vidas, otros evadieron la realidad e incurrieron en muertes prevenibles. El universo de las vacunas y la reticencia de algunos, intensificó la percepción errónea de los riesgos con resultados devastadores. Hay cientos de vidas perdidas en esta dialéctica. Y lo peor es que algunos insisten en el camino. Subestimaron los beneficios e hicieron hincapié en los efectos secundarios, reales o inventados. Hoy siguen algunos en la trinchera, incomprensiblemente, difundiendo desinformación, con engañosos mensajes y logran el máximo impacto. Forma parte del sesgo cognitivo llamado heurística de disponibilidad por la que una escogida imagen dramática de personas sufriendo efectos secundarios de las vacunas, aunque sean falsas, se nos graba en la mente y suscita la reacción emocional que amplifica el miedo. Por si fuera poco, se suma el sesgo de omisión, según el cual nos sentimos más cómodos con los resultados desfavorables que son consecuencia de no tomar una acción que los de tomarla.

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El contexto importa y una forma de comprender mejor los riesgos y hacerlos menos abstractos es contextualizarlos. Lo más importante para comprender nuestro cerebro, en lo que compete a riesgos, es no confiar ciegamente en nuestras reacciones instintivas, porque nuestra percepción de los riesgos puede estar distorsionada, y lo mejor que podemos hacer es cuestionar las fuertes reacciones instintivas que a menudo tenemos ante los riesgos que enfrentamos en nuestro mundo y considerar ambos miembros de la ecuación ya que eliminar totalmente el riesgo rara vez es posible en la vida real, y se trata de minimizar el daño y maximizar el beneficio. Todo ello sin subestimar la perspectiva personal, nuestra tolerancia y el grado de incertidumbre que estamos dispuestos a aceptar. Así comprenderemos que lo que es una opción racional para unos no lo es para otros. Así podremos aspirar a tomar decisiones fruto de la reflexión, la racionalidad e informados en un ambiente pleno de incertidumbre. Y ¡vale para todos los ámbitos y además resulta saludable!

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