Joan Miró en su taller.

Todas las facetas de Miró

París dedica una gran retrospectiva al artista catalán cuando van a cumplirse 35 años de su muerte

ABRAHAM DE AMÉZAGA

Lunes, 5 de noviembre 2018, 22:30

Apunto de cumplir 27 años, descubre París. Ya para entonces ha expuesto por vez primera, en la galería barcelonesa Dalmau. Rotundo fracaso, que no le desanima, sino que parece estimularle a alcanzar nuevos horizontes, y qué mejor que la capital de Francia. El joven Joan Miró (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, 1983), que arriba dos años después del fin de la Gran Guerra, va a hacer de la ciudad de la luz uno de sus puertos de amarre. El otro será Montroig, localidad donde pasará los veranos. Ya para entonces, seguía las revistas intelectuales galas.

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A mediados de esa década de los veinte, instala su atelier en el número 45 de la rue Blomet (orilla izquierda del Sena), que subalquila a Gargallo, y en cuyo cercano parque se alza hoy el Pájaro lunar, en recuerdo a uno de sus habitantes más ilustres. Pronto entablará contacto con el pintor surrealista André Masson, así como con los escritores Antonin Artaud, Michel Leiris y Paul Éluard, entre otros; colaborando con Max Ernst en los decorados y trajes del ballet 'Romeo y Julieta', tras haber participado en la primera muestra surrealista. A este movimiento de algún modo lanzará un desafío, como le ocurre también con la corriente abstracta.

Será en 1927 cuando afirma querer «asesinar la pintura». Para ello, crea sus primeros cuadros-objeto y 'collages'. Un grito no de guerra, sino de rebeldía, el de un ser libre -Giacometti lo definió como «la gran libertad»- y, como dejará muestra, prolífico y generoso. Poeta del pincel que vivió entre dos siglos, pero sobre todo en el XX, el más trágico de la historia, con sus tres guerras, las dos mundiales y la civil española, que le hiere el alma. De la realidad, al sueño. Todo le inspira, como inspiradora es su obra, que pronto cruza el Atlántico: los norteamericanos la descubren en Nueva York en 1930.

La muestra ha sido posible gracias a préstamos procedentes de todo el mundo

Inventor de un universo poético, con su propio sello y estilo, su propio lenguaje, ni abstracto ni figurativo, sino poético, como se ha dicho con tino. Un lenguaje en el que el color le ayuda a comunicarse, hasta en los momentos más duros, como ocurre en la incivil guerra de bandos. Color, por eso de que no desea aportar más negritud, más oscuridad al horror. 'Engagé' (comprometido) desde el primer instante en el que asoman los fascismos en la vieja Europa.

«Miró supo crear un alfabeto que desconocíamos en pintura. Es un lenguaje que nos es necesario hoy en día», ha señalado alguien que le conoció bien, Jean-Louis Prat, hoy comisario de la muestra que se puede ver en París hasta el próximo 4 de febrero, y quien subraya la «generosidad en su palabra, su escultura y cerámica».

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Unido a la tierra

Decía que trabajaba como un jardinero, algo bello y delicado pero a la vez duro, constante, muy unido a la tierra. En su obra no hay nada gratuito, realizado al azar, al tuntún, y mucho menos tomado prestado de otros. Es fiel a sí mismo, a lo que le dicta su intuición de artista, siempre independiente. Como su colega y amigo Pablo Picasso, a quien respeta y admira, no busca, sino que encuentra; un hombre, además, «fascinado por la mujer, que da vida», recuerda Prat. Es abundante la producción inspirada en ellas, como 'Femme' (1934), 'Femme devant le soleil' (1942), 'Femmes et oiseau dans la nuit' (1947) o 'Femme, oiseau, étoile' (1966), entre otras.

Francia, tierra de acogida, cuna de talentos engendrados en su seno y allende su territorio. Allí, y más en el dominio cultural y artístico, el que vale se queda y el país se encarga de hacerlo suyo, de comunicar su valía. Cuarenta y cuatro años después de haber puesto en pie una exposición de similares características -si obviamos la que organizara en 2004 el Pompidou, bajo el título 'Joan Miró 1917-1934'-, París recuerda de nuevo a este hijo adoptivo por todo lo alto, mostrando alrededor de ciento cincuenta obras significativas, ordenadas cronológicamente, de 1915 a 1983, y por temas, en la que a buen seguro habrá quien se sorprenda al descubrir los periodos fauvista, cubista y detallista de Miró.

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Pinturas, dibujos, cerámicas, esculturas, libros ilustrados..., diferentes soportes y técnicas, obras de un mismo hombre, que se exponen en dos amplias plantas del Grand Palais, en «una arquitectura simple y clara», como la denomina Maciej Fiszer, el escenógrafo encargado de la misma, y que ha sido posible gracias a préstamos de museos de todo el mundo, así como de particulares.

Un universo

Difícil elegir en el universo mironiano que se despliega. Seduce a muchos de los visitantes la serie de las Constelaciones, pequeñas en tamaño y escasas en cuanto a lo expuesto, pero poderosas en fuerza creativa. Estas, que fueron 23 -no se muestran todas-, las finalizó en España en los años cuarenta.

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Dieciséis apartados en total, en algunos de los cuales se asiste a la proyección de diversos vídeos, extraídos de varias entrevistas realizadas para televisión, y que dan cuenta de la visión de su arte en primera persona. Interesante la sala dedicada a los 'Paysages imaginaires' (Paisajes imaginarios), donde reinan los colores vivos; su mural 'Le faucheur' (El segador) para el pabellón de la República española, de 1937, que se enmarcaría dentro de la Exposición Internacional de ese año, meses después del bombardeo de Gernika; así como la consagrada a sus primeras obras monumentales, en las que reina el color azul, bajo los títulos 'Bleu I', 'Bleu II' y 'Bleu III' (1961). El espacio que cierra la exposición, donde se percibe una yuxtaposición entre lo real y lo irreal, la vida y el sueño, se dedica a la producción de sus últimos años.

Imposible saber lo que Joan Miró pensaría de la Cataluña actual, en el terreno artístico, y sobre todo político. Él, que estaba muy unido a su tierra y a su Mediterráneo, y a quien más de uno sigue teniendo por mallorquín, al fallecer allí, tras pasar el último periodo de su vida, en el atelier que le diseñara su amigo Josep Lluís Sert, poniendo en pie sus grandes trípticos; el pintor catalán más universal, y uno de los españoles, junto a Picasso, con mayor proyección internacional, del que el próximo día de Navidad se cumplirá el 35 aniversario de su adiós.

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