Marisa Brugarolas, ayer en su domicilio, en Murcia. josé luis ros/agm

Cuerpos domados, colonizados

«Se aprende mucho de otro que es totalmente distinto a ti», dice Marisa Brugarolas, premiada en el II Congreso de Artes y Diversidad

Lunes, 11 de noviembre 2019, 21:39

Puede bailar en el agua poniendo su cuerpo a la deriva, o dialogando humildemente con la música de Bach; puede hacerlo también sitiada por el más absoluto silencio, o dejándose mecer por el sonido de las hojas huyendo de los árboles; puede bailar un grito, coreografiar una estampida de campanas... Marisa Brugarolas (Murcia, 1965), que prefiere hablar de diversidad funcional y no de discapacidad o minusvalía, y que investiga con una sensibilidad extrema las aportaciones al arte de la danza de todo tipo de cuerpos y de mentes, tan valiosos todos, sin excluir a nadie y aprendiendo de todos, recibirá hoy en Murcia, en el acto de clausura del II Congreso de Artes y Diversidad de Cepaim, uno de los galardones que premian una trayectoria comprometida con la normalización de lo diverso. Bailarina, coreógrafa y docente e investigadora especializada en procesos creativos en la escena contemporánea, dirige desde 2005 el Proyecto Interdisciplinar Ruedapiés de danza integrada. Becada Fulbright y Séneca, estudió y creó durante tres años en Estados Unidos y cuenta con un máster en Artes Interdisciplinares por la San Francisco State University (SFSU); en esta ciudad amplió su formación en 'Contact Improvisación' iniciada en Amsterdam. No come carne, no se tiene prohibido el alcohol, ríe con un brío que aleja las sombras.

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Brugarolas, que ya de pequeña se inventaba sus propias danzas, «entre los muebles del salón, poniéndome chaquetas de mi padre y al ritmo de Jhon Travolta», cuenta riendo, se pregunta: «¿Podemos hacer de lo extracotidiano nuestra vida? ¿Podemos aspirar a que nuestra vida sea un conjunto de momentos inesperados que podemos abrazar sin miedo y con curiosidad? Podemos tener una vida inesperada pero no por ello imprecisa. ¿Puede nuestra vida estar en constante cambio y no por ello sentirnos a la deriva? Y si nos sentimos a la deriva, ¿podemos danzarlo sin miedo? ¿Podemos danzar el miedo? ¿Podemos aceptar el movimiento y el cambio como algo consustancial al hecho de estar vivo?». Mi respuesta, le digo: '¡Ojalá, ojalá!'.

«A veces la mirada te aleja, justamente porque etiqueta, de conocer a la persona con la que estás»

-¿Siempre quiso dedicarse a la danza?

-No, de muy pequeña me encantaba dibujar. Soñé con ser pintora de mayor.

-¿Y entonces?

-Entonces llegué a darme cuenta de que la danza me permitía crear de un modo tridimensional, y conectarme de un modo muy especial con mi propio cuerpo y con la naturaleza.

-¿Por qué con la naturaleza?

-Me fascina. Y es curioso porque yo me crié en un octavo piso, no en un bosque [ríe]. Pero a partir de los 15 años, hacía excursiones con los amigos y un día descrubrí [las playas de] Calblanque. Aquel lugar salvaje me enamoró. Me encantan el agua y las rocas, el paisaje de costa. En mi trabajo, utilizo el agua como imagen, tanto para hablar del exterior como del interior de nuestro cuerpo, de los flujos de movimientos que se producen. La gente ve, básicamente, el que el cuerpo dibuja en el espacio, pero dentro de nuestro propio cuerpo también existe el movimiento.

Dogma

-¿Nos sabemos relacionar con nuestro cuerpo?

-Seríamos más felices si tuviésemos con él un contacto mucho más creativo. Más que en una sociedad de culto al cuerpo, yo diría que estamos en una sociedad de doma del cuerpo. Ya hemos colonizado la naturaleza, y ahora estamos colonizando nuestros cuerpos. El dogma imperante es el que defiende que los cuerpos tienen que ser homogéneos; se le rinde culto a la homogeneidad, que es justo lo contrario a la diversidad. Todo el mundo quiere tener esos cuerpos modélicos que están dentro del canon aceptado. Y sí, viviríamos mejor escuchando a nuestro cuerpo y aceptando la diversidad.

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«¿Podemos aceptar el movimiento y el cambio como algo consustancial al hecho de estar vivo?»

-Y moviéndonos más, ¿no? Ese sedentarismo que nos va matando...

-El hecho es que vivimos en una era digital y que nos tenemos que servir de todo lo positivo que lo digital nos ofrece, procurando que nos haga la vida más fácil y que no nos esclavice. Pero si ya nos movíamos poco antes de la era digital, ahora mucho menos; pensamos que lo tenemos todos a golpe de un clic delante de una pantalla. Y la pantalla es muy interesante si sabes utilizarla, pero si sirve para sustituir a la materia y a los seres humanos, entonces lo es muchísimo menos.

Explica Marisa Brugarolas que «tendemos a la homogeneización, a no ser muy pluridiversos, aunque esa sea nuestra realidad como seres vivos», y que «el contacto físico es una vía de aprendizaje muy potente». «En danza contemporánea», cuenta, «utilizamos mucho el suelo, ¿por qué? Porque a través del contacto con nuestro cuerpo nos está dando una información senso-perceptiva mucho más potente que la información que te devuelve un espejo. El espejo te devuelve una información bidimensional de tu cuerpo, mientras que el contacto te la devuelve tridimensional, por ejemplo».

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-¿Qué sucede si lo apostamos todo a la mirada?

-Con la mirada estamos muy acostumbrados a clasificar, a juzgar y a etiquetar; y, sobre todo, a veces la mirada te aleja, justamente porque etiqueta, de conocer a la persona con la que estás.

-¿Qué le atrapó de la danza inclusiva?

-Me resultó muy interesante empezar a trabajar con personas con cuerpos bastantes diferentes; eso te lleva a plantearte qué tipo de metodología utilizar para que todos podamos encontrar un lenguaje que, respetando la diversidad, nos permita entendernos. He trabajado con gente con diversidad funcional y cognitiva y le puedo asegurar que esas diferencias entre unos y otros, lejos de disminuir o de entorpecer la calidad de la danza, de la creación, lo que hacen es aumentarla enriqueciéndola con tantas aportaciones tan distintas. Hemos vivido separados muchísimo tiempo, en un mundo que ha tendido a hacer grupos homogéneos; no hemos convivido en el día a día, no nos conocemos. De hecho, el tema de la discapacidad, hasta no hace tanto tiempo, ha sido un estigma social. Lo diferente se ha estigmatizado, cuando la diversidad es muy valiosa. Aprendemos mucho más rápidamente todo si estamos en grupos diversos, y nos ponemos rígidos, nos esclereotizamos, cuando estamos en grupos de iguales. Se aprende mucho de otro que es totalmente distinto a ti y que puede que resuelva las cosas de una manera que jamás se te habría ocurrido.

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