Urgente Un terremoto de 2,6 grados sacude Murcia y alarma a los vecinos
La 'Piedad' de Juan de Vitoria, en la imagen, debió de ser la predela de un retablo de grandes dimensiones. A mediados del S. XVI fue uno de los artistas más cotizados en el antiguo Reino de Murcia.
REPORTAJE

La obra maestra recuperada

Hace unos meses aparecía en el mercado del arte la 'Piedad' de Juan de Vitoria, uno de los pintores más importantes del Renacimiento en el Reino de Murcia. Tras una situación compleja en la que el cuadro pudo acabar en Londres, hoy se encuentra en una colección particular de la Región, lo que ha permitido rescatar un patrimonio artístico de primera magnitud. Esta es la historia de esta joya del arte

NACHO RUIZ

Lunes, 8 de mayo 2017, 22:17

Sabemos la importancia histórica y cultural de los países porque quedan los libros, la música y el cine, pero también porque permanecen los restos materiales. Cuando vamos a Italia o Grecia encontramos los edificios, las esculturas y los cuadros en los museos o iglesias y echamos de menos lo que de forma lícita o ilícita salió de allí para que hoy lo apreciemos en Berlín o Nueva York. Hablamos muchas veces de grandes potencias mundiales que, una vez caídas, son depredadas por los nuevos amos del tablero político y militar. Hay cierta justicia histórica en ello: de la misma forma en que Roma republicana saqueó Cartago, la Grecia de Alejandro Magno Oriente o la España imperial saqueó la América precolombina, los franceses primero, los ingleses después y los norteamericanos al final se llevaron de nuestros países tesoros sin número en las horas más tristes de nuestras respectivas historias. A nadie deja indiferente la fría soledad de los mármoles del Partenón de Atenas en el Museo Británico de Londres. No hace falta recordar que el patio de Vélez Blanco se encuentra en el Metropolitan Museum de Nueva York a pocos metros de la reja del Coro de la Catedral de Valladolid, que todos los Grecos salieron de España en menos de 50 años o que en 1812 apenas había media docena de cuadros de Velázquez fuera de nuestro país. Murcia no es ajena a esta triste y fascinante historia.

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La sangría patrimonial

Antes de juzgar la forma en que los extranjeros han saqueado nuestro patrimonio artístico en el pasado, veamos si nosotros lo hemos protegido. Murcia fue una de las ciudades más importantes de Al-Andalus y cabeza de una taifa, es decir, fue una metrópoli de la que los cronistas destacaban sus altísimas murallas. Pues bien: hemos sido capaces de no dejar ni un solo edificio de aquellos tiempos en pie, lo hemos arrasado todo. No es fácil, habida cuenta de que hace medio siglo derribábamos el último: los añorados baños árabes para abrir la Gran Vía. Por el camino acabamos también con la estructura medieval de la ciudad y echamos abajo gran parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad. Mientras otras ciudades como Jaén o Palma de Mallorca se enorgullecen de sus baños y los utilizan para atraer turismo, nosotros solo podemos mirar viejas fotos. Pero en toda España hemos cometido muchas barbaridades contra el patrimonio, la desamortización y la destrucción de imágenes, en la Guerra Civil a la cabeza.

A lo largo de la historia se dan situaciones ambivalentes, pero este hecho es recurrente: un sistema cultural acaba con el anterior casi siempre, conservando solo algunas reliquias o a veces ni eso. Lo estamos viendo con el Estado Islámico en Palmira y otras ciudades, ya que el nivel cultural -y el fanatismo a veces- define lo conservado. La riqueza material no es ajena a este proceso. Así, cuando coincide un periodo de bonanza con poco interés por el pasado propio, se producen las grandes catástrofes del patrimonio histórico y artístico. Es cíclico y se da en todos los periodos, de hecho la pujanza económica y política del Reino de Murcia durante el siglo XVIII, en tiempos del cardenal Belluga, supuso el derribo de antiguas iglesias, innumerables casas y algunos de los pocos grandes palacios en ciudades y pueblos. La coyuntura, marcada por el apoyo a los Borbones en la Guerra de Sucesión (1701-1713) y el celo del cardenal por el Reino, que siempre tuvo por prioridad, trajo desde reliquias -la santa leche de la Catedral, por ejemplo- a todo tipo de recursos y supuso una barroquización casi total. La pujanza de la industria sedera y la agricultura en las fases en que se esquivaron sequías y riadas es la responsables de las muchas iglesias del periodo en las que se sigue siempre un mismo esquema: planta de cruz, retablo barroco e imaginería en madera en la que camparía a sus anchas Salzillo y su enorme taller. Esa renovación supuso que las obras anteriores fuesen desplazadas o vendidas, de manera que las anticuadas tallas y retablos renacentistas fueron a parar a iglesias menores, ermitas y parroquias remotas frecuentemente, lo que supuso su salvación en algunos casos y en otros que fuese más sencillo depredarlas. La invasión francesa no tuvo el menor interés ni en los Salzillos ni en aquellas tablas viejas. Buscaban grandes maestros, especialmente Murillos, y metales preciosos más que pintura o escultura, tal y como ya apuntamos en un artículo anterior.

La Murcia de 1898 era parte de una España derrotada por Estados Unidos. Éramos el tercer mundo envuelto en apetecibles Goyas, Berruguetes y sedas episcopales. Un pueblo que tenía problemas más acuciantes en lo material que en lo cultural mostraba un atraso que no correspondía a la gran potencia que un día fuimos, como supieron ver alarmados los noventayochistas Unamuno, Machado, Azorín o Pérez de Ayala. Toda la generación, retratada por Sorolla y Zuloaga, se encuentra estos días en el Museo del Prado, donde se celebra una inolvidable exposición; 'Tesoros de la Hispanic Society of America. Visiones del mundo hispánico' en la que se pueden ver, en muchos casos por primera vez, grandes joyas que salieron del país en aquellos momentos tristes. Un mecenas, Archer Milton Huntington, heredero de una de las grandes fortunas ferroviarias y navieras americanas, decidió abandonar la vida de empresa para crear un museo de lo español en el momento -la Guerra de Cuba- en que nuestro país gozaba de menos simpatías en Estados Unidos. Aquel periodo fue denominado Gilded Age (edad chapada en oro) por Mark Twain y el periodista Charles Dudley Warner de forma irónica. Fueron años en que se formaron las grandes fortunas, pero también se generaron las grandes diferencias sociales. No era oro, estaba chapado. En aquel 'tale of today' descollaron los Frick, Whitney, Vanderbilt y, por supuesto, William Randoph Hearst, el ciudadano Kane de Orson Welles. Fueron grandes depredadores que invirtieron parte de su fortuna en comprar tesoros franceses, ingleses, italianos o griegos. En un principio no se fijaron en la exótica España, salvo Hearst, que tuvo como fin de su colección arrancar obsesivamente todos los tesoros que pudiera a nuestro país, empezando por claustros y artesonados de edificios medievales. Le fue tan fácil que, en 1934, respondía así a una oferta: «Yo consigo algunas de esas cosas, pero España debería ser como Italia y conservar las cosas importantes en los sitios importantes, porque eso es lo que atrae a los turistas y los turistas vienen a ser lo único que da beneficios a España». Este fragmento tiene una vigencia desconcertante hoy. El patio de Vélez Blanco fue vendido por 80.000 pesetas a un anticuario francés y acabó en la mansión de George Blumenthal. Hoy millones de turistas peregrinan para leer en sus piedras talladas 'Regnum Murciae'. La melancolía se apodera de cualquier murciano que se coloque bajo tan venerable resto de nuestra pretérita grandeza.

Entre todos aquellos millonarios no muy sensibles, Huntington dedicó sus muchos recursos a levantar la mayor colección de arte español fuera de España y una de las grandes bibliotecas en las que se acumulan los códices, portulanos y ejecutorias de hidalguía. No compraba pintura ni escultura en territorio nacional, solo fuera donde, tal y como le decía a su madre en una carta «las hay en abundancia». En una edición de la primera guía de la Hispanic Society se detalla en un mapa de la Península de dónde provenían los objetos. Solo hay una zona vacía (con un único punto) y es Murcia. Huntington encargó a Sorolla uno de los grandes monumentos pictóricos del siglo, su 'Visión de España' por regiones. Murcia no aparece, nos queda cerca 'El palmeral de Elche', pero no parecíamos un motivo apetecible ni para el pintor valenciano. Nuestra región tampoco interesó -afortunadamente- a los grandes anticuarios que a principio de siglo viajaban en burro para buscar tesoros que vender en Estados Unidos. Ocurrió lo mismo con los historiadores y la razón es idéntica: las modas. En el cambio de siglo los coleccionistas buscaban Siglo de Oro y medioevo en nuestro país; Murcia no era un buen terreno 'a priori' para esos periodos.

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Sin escrúpulos

En aquel remoto 1900, Murcia era una región atrasada y pobre, lo cual favorecía a aquellos comerciantes sin escrúpulos que se llevaron el patio de Vélez Blanco, pero sus templos y palacios, tal y como decíamos, se habían renovado en el siglo XVIII. Los altares eran de pan de oro y curvas, y las tablas góticas o renacentistas hace mucho se habían llevado a lugares de casi imposible acceso o se habían vendido. Los tratos en aquel tiempo solían ser con los religiosos y nobles, pero estos últimos rara vez residían aquí, habían emigrado a la corte.

Quedaba el terreno de la arqueología, de donde sí salieron tesoros de primera importancia ya desde el siglo XVI en que el ingeniero Vespasiano Gonzaga expolió Cartagena de esculturas romanas. Bueno, en realidad aparecieron, se las vendieron y él se las llevó. Emitir juicios morales sobre sucesos remotos es presentismo. Pero en el siglo XX aquello ya era condenable máxime con grandes tesoros nacionales que tomaban un nuevo rumbo a la pujante Alemania, como el Tríptico de Monforte de Hugo Van der Goes o como el denominado Hypnos de Berlín, hoy en el Staatliche Museen zu Berlín. Esta estatuilla de bronce, fechada entorno al 150 a. C. es una obra maestra absoluta, uno de los grandes tesoros arqueológicos de la región. Apareció en Jumilla y viajó en la maleta de un anticuario a Berlín, donde se puede disfrutar hoy. La lista de patrimonio español emigrado es infinita y encabezada por la Dama de Elche (devuelta por un acuerdo entre Franco y Petain), pero lo que apareció en el subsuelo de Murcia no está tan claro, ya que gran parte se encuentra en colecciones particulares de imposible acceso.

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Si algo ha favorecido la dispersión de nuestro patrimonio es el desconocimiento. Hoy existen controles de todo tipo y la ley es seria, pero es necesaria una mayor concienciación con lo que constituye nuestro patrimonio simbólico. De nada sirve estudiar el patrimonio si un descerebrado grafitea los muros de la Catedral de forma caprichosa o se arranca un azulejo de una excavación. Si nosotros somos los vándalos, no podremos criticar a los que arrasan las huellas de nuestro pasado, de hecho debemos ensalzar a los que lo protegen.

El caso de la 'Piedad' de Juan de Vitoria es bastante significativo, es una buena historia al respecto. Hace algo menos de un año apareció esta tabla tras siglos de silencio en sucesivas colecciones particulares. Inmediatamente fue asignada por el experto José Gómez Frechina a Juan de Vitoria, el anteriormente conocido por 'Maestro de Albacete'. Es esta una de las grandes figuras del arte murciano que hoy sale de las sombras, en parte gracias a los datos que aporta la 'Piedad' que nos ocupa. Fue el continuador de Hernando de Llanos, maestro de la primera mitad del siglo XVI venido de Italia para importar modelos leonardescos al Sudeste español en un momento en que este territorio era vanguardia del arte europeo. Vitoria continúa, junto a Andrés de Llanos -probablemente hermano de Hernando- con la decoración de iglesias en aquella continua tierra de frontera. Su misteriosa figura se fue aclarando cuando el historiador Crisanto López Jiménez publicó en 1976 el contrato del retablo de la ermita de los Pasos de Santiago, hoy parcialmente conservado en el Mubam y en ese momento comienza el estudio, de un periodo casi desconocido popularmente en Murcia, pese a ser extraordinariamente rico.

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López Jiménez

López Jiménez fue un historiador que aportó información fundamental para entender el arte del pasado en Murcia. Su profesión de médico le dio acceso a conventos, casas nobles y parroquias de todo tipo, con lo que vio piezas y exhumó documentos de primera importancia. Tal vez quede el 'pero' de que nunca decía dónde había encontrado tal o cual dato, de hecho tenía un sistema para ponérselo difícil al investigador que viniese detrás, pero en el 'debe' y el 'haber' gana el 'haber' de sus resultados, especialmente el del descubrimiento del contrato de 1555 en que se lee 'En la ciudad de Murcia, en la plaza de Santa Catalina, a seis días del mes de junio del año de mil e quinientos cincuenta y dos, ante mí el presente escribano y testigos pareció Alonso de Tenza, vecino de dha. Ciudad, que estaba presente para que el dho. Juan de Vitoria pintase y obrase el Retablo Mayor de la Iglesia de Santiago desde dha. Ciudad, e que después de hecho e asentado lo apreciaren dos testigos del oficio para que los tales testigos acordasen que merecía de hechura de dho. Retablo lo pagase al dho. Juan de Vitoria». Cobró -o eso suponemos- ciento cincuenta y cinco ducados, una cantidad con la que se podía comprar una casita no muy lujosa en la antigua medina, menos de lo que podía llegar a cobrar anualmente un maestro mayor de la Catedral.

La 'Piedad' debió ser la predela (parte de abajo) de un retablo de proporciones mucho mayores, debemos pensar en una de sus grandes obras monumentales y la alta calidad de la pieza nos habla de un encargo de primera magnitud.

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Mecenas

Las piezas van encajando y esta tabla, cotejada con las atribuidas al maestro, se va consolidando como la más importante aportación al arte renacentista murciano en décadas y se convierte en pieza clave para interpretar el periodo. Otro experto, Lorenzo Hernández Guardiola, comisario de la exposición 'La Luz de las Imágenes' y gran conocedor del arte del XVI murciano corroboró la atribución. Sin embargo, la tabla seguía en el mercado. Su propietario escuchaba ofertas y surgió la posibilidad del mercado inglés. Cada vez resultaba más difícil retener este tesoro en la Región. Sin embargo, un mecenas la adquirió en el último momento. Mecenas, no coleccionista. Un mecenas, como Huntington, trabaja por un interés mayor del personal, sus esfuerzos son los de un filántropo que actúa por amor a la humanidad y, en casos extremos de generosidad, buscan de forma radical el anonimato.

La moraleja de esta historia es que no está todo perdido. En un mundo en el que lo urgente se lleva por delante lo importante todos los días, el arte es una buena forma de mantener la fe en el hombre. El arte, la historia y el conocimiento de lo que hemos sido nos hace mejores, y algunos de entre nosotros llevan esa consigna por bandera.

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