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'El lector de blanco' (1857), de Jean-Louis- Ernest Meissonier, maestro de Ruipérez.
ARTES

Ruipérez, el pintor murciano que obsesionó a Van Gogh

El célebre artista holandés tenía una especial predilección por Luis Ruipérez, uno de los grandes nombres de su tiempo que hoy pasa por ser casi un desconocido para el gran público. Este es el relato de cómo dos vidas trágicas se cruzaron en un París ansioso de modernidad

NACHO RUIZ

Lunes, 13 de marzo 2017, 21:45

Es este uno de esos relatos moralizantes en los que se nos recuerda lo frágil que resulta la gloria cuando se enfrenta al tiempo y cómo la tragedia se consuma por encima de los hombres. 'Sic transit Gloria Mundi' o 'Así pasa la gloria del mundo' reza un cuadro de Valdés Leal en el hospital de la Caridad de Sevilla pintado en el lejano siglo XVII. Mucho después, en 1867 un joven pintor llegaba a Caravaca con su madre. Padecía tuberculosis en un tiempo en el que la mortalidad por esta enfermedad era altísima. Estaba esperando los papeles de la curia para casarse con su novia y allí pintó 'El harriero' (sic), su último cuadro, con destino a Londres. No terminó la obra. Lo llevaron a Murcia con toda la urgencia posible y allí, en su casa de la calle San Pedro, recibió los sacramentos el 15 de octubre. Se llamaba Luis Ruipérez, tenía solo 35 años y había llegado a ser uno de los artistas más renombrados en el París de los salones.

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En 1875 Vincent Van Gogh, que sería aprendiz de marchante, pastor en constante crisis y pintor decisivo, había llegado a París para caer rendido ante la gran pintura. El contacto con Millet cambió para siempre su forma de ver el arte, tal y como escribió en 'Cartas a Theo', uno de los libros de artista más leídos de la historia. En esta sucesión de misivas, se desnuda, cuenta su sufrimiento y sus logros, cómo va construyendo ese mundo tan personal que hoy puebla, en forma de pósteres, las habitaciones de millones de estudiantes fascinados por las pinceladas feroces del pintor holandés. Estos pósteres son parte de nuestra vida, de hecho el lector recordará fácilmente cuáles tenía en su habitación o los que ahora mismo decoran su espacio. Es la forma 'democrática' de poseer las grandes obras maestras, de retener sus iconos estéticos 'desauratizados'.

El 13 de agosto le escribía a su hermano Theo desde París. Como el permanente aprendiz que era, tenía litografías en su cuarto, antecedentes de estos pósteres a los que aludo. En esas 'litos' se reproducían obras que le gustaban especialmente, de artistas cuyas vidas quería vivir. Entre ellas estaba 'La imitación de Cristo', un grabado de Louis Pirodon sobre un cuadro de Luis Ruipérez, aquel murciano que vino a morir a su tierra solo 8 años antes de la redacción de esta valiosa carta. En el París de los impresionistas, seguía siendo uno de los pintores relevantes de la generación anterior, por lo que no resulta extraña la afición del holandés por su pintura.

Ruipérez había nacido en la murciana calle de San Pedro -en la que murió- en 1832. Se instaló en París, triunfó y volvió en 1866 a Murcia para, tal y como se ha apuntado antes, casarse con su novia. Murió unos meses después, con solo 35 años. Había pintado menos de 50 cuadros que hoy consideramos ciertamente de su mano, había sido uno de los artistas del momento y uno de los favoritos de Van Gogh, quizá el más decisivo de los artistas del periodo.

No introduzcan su nombre en Wikipedia, el murciano es uno de los grandes artistas más secretos del mundo, todo un misterio.

El gran desconocido y el pintor maldito

Luis Ruipérez es un artista de gran relevancia pese a su corta vida, pero su figura se ha desdibujado hasta resultar irreconocible. Apenas unos pocos 'connoisseurs' parecen saber de él, no hay un catálogo completo, nunca se ha afrontado la tarea de poner en orden su escasísima obra y en la Red solo el portal regmurcia.com aporta unas oportunas y escuetas notas biográficas. Lo que sabemos de su trágica figura se basa en la admiración de Andrés Baquero Almansa, el erudito que, a caballo entre los siglos XIX y XX, dejó un libro fundamental en el que los investigadores seguimos buceando: 'Los profesores de las Bellas Artes Murcianos'. Sobre las 6 páginas que le dedica se edifica un relato en el que descubrimos que era de origen humilde, que se formó en Murcia, en parte con Baglietto, de allí a Barcelona y luego a la Academia de San Fernando en Madrid. Volvió a Murcia y pintó dos retratos no muy relevantes de Saavedra Fajardo y Floridablanca para la Sociedad Económica de Amigos del País. Pensionado por la Diputación (el Mubam conserva al menos 4 de sus obras) fue a París en marzo de 1856. En la siguiente década cimentaría una carrera sorprendente abocada al éxito internacional como uno de los más destacados seguidores de Meissonier, el artista de moda en la época. Fichado por Goupil y Gambart, se abrió las puertas del mercado inglés con apenas 25 años. Era una estrella naciente y como tal fue promovido a la Legión Francesa en el Salón del 59. En Murcia fue todo lo célebre que podía ser un artista y así lo reconoció el Ayuntamiento tras su trágica y prematura muerte, dando su nombre a la antigua calle de Las Mulas.

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Poco se puede decir sobre Van Gogh que no se haya dicho ya en libros, películas y hasta cómics. Sin embargo, los apriorismos han deformado su compleja figura de forma poco conveniente. Para entender su afición por Ruipérez, un pintor cuyas exquisitas tablitas y escenas 'de casacón' habían sido ya superadas por Manet y todo lo que vino después, hay que situarse en el origen humilde del holandés y en el recorrido canónico que hace de la pintura. El choque que cambia su vida se produce en realidad con la escuela de Barbizón, y así son Corot, Courbet y Millet los que construyen la base de la fiera que será después. Pero en 1875 Ruipérez sigue ahí, colgando de su escueta habitación realquilada.

Hombre de fe

En otra carta, remitida tras abandonar París, ya desde Dordrecht el 23 de abril de 1877, responde a su hermano Theo, marchante empleado en París la misma casa Goupil que había representado a Ruipérez, y le habla de enternecedoras anécdotas para después introducirse de lleno en el arte como forma de expresión de la fe. Para ello recurre a la estampa de nuestro pintor. Es interesante, no alude al grabador (un mero traductor), habla del pintor siempre. Aquí descubrimos que la litografía se la regaló Theo, por lo que podemos entender que fue editada por Goupil. Van Gogh reflexiona sobre ella y dice que escribió algo, mirando 'La imitación de Cristo', que sus padres les decían: «Señor, me gustaría ser sincero». Sabemos que siempre sintió la fe de una manera muy intensa, de hecho fue su primera vocación siguiendo los pasos del padre, y que, después, en 1879, sería misionero. Debemos tener en cuenta que en 1875 faltaba todavía 10 años para que pintase 'Los comedores de patatas', su primera obra maestra.

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La estampa de Ruipérez debió tener un efecto entre formativo y espiritual, una imagen resilente en su memoria, como veremos. En la misma carta, en el siguiente párrafo, pasa a hablarle a su hermano del sermón de aquel día. En la carta del 18 de agosto de ese año vuelve a la obrita de Ruipérez con motivo de una conversación.

En la carta del 4 de septiembre, escrita desde Amsterdam, cuenta que no le quedan sellos más que para escribir a casa. En esta cartita, no reproducida en la escueta selección de las ediciones traducidas al español, que lleva el número 129 en la catalogación completa traducida al inglés, aparece un dato fundamental. Vincent le dice a Theo que está copiando 'Imitación de Cristo', un libro prestado por un tío suyo. Traduzco sus palabras: «Tenía un anhelo tan irresistible por aquel libro hace unos días, tal vez porque veo esa litografía de Ruipérez tan a menudo, y le pregunté al tío Cor si podía tomarla prestada. Ahora me siento aquí por las noches escribiéndolo, es un montón de trabajo, pero una buena parte de él está hecho, y no conozco mejor manera de conseguir algo de ello en mi cabeza». Un obsesivo Van Gogh, bajo el influjo de la litografía del pintor murciano, copia un libro religioso para retenerlo. No parece un asunto menor.

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El 18 del mismo mes, en la carta 131, vuelve a escribir a Theo diciéndole que quiere visitar los grabados de Rembrandt, otro de los grandes encuentros de su vida. Esta carta es especialmente significativa y nos muestra una reflexión mística de la obra del maestro barroco que denota la intensidad de la percepción que Van Gogh tenía de la religión. En un momento de «ascenso místico» escribe: «Y también es el crepúsculo en esa pintura de Ruipérez, 'La imitación de Jesucristo', y también en otro grabado de Rembrandt, 'David orando a Dios'». Equipara a ambos artistas no por su calidad, obviamente no los compara, pero alude a una idéntica pulsión espiritual.

Es la última misiva en la que aparece Ruipérez. Por delante quedan 670 cartas, casi siempre a su hermano, pero esta litografía, con los avatares de su vida desaparece de la memoria. Volvería a París, luego Arles, Gaugin, el suicidio, la inmortalidad, la banalización de su obra, la película 'El loco del pelo rojo' y Kirk Douglas adueñándose de su extraño recuerdo, el mercado especulando con su miseria... Una historia tremenda que, pese a haber sido devorada por el 'mainstream' artístico, sigue descubriéndonos recovecos como su intensa pasión por esta litografía del pintor murciano Luis Ruipérez. Dos vidas trágicas, acabadas antes de tiempo, que se cruzan en un extraño momento de la historia en una ciudad que quería ser la capital del mundo.

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La recuperación de Ruipérez

La vida de Luis Ruipérez, como ya hemos esbozado, es digna de una novela romántica o de una película en tiempos más recientes, pero su figura se ha borrado. Sería más que recomendable que se afrontase una revisión de su trabajo para poder valorar lo que representó para la historia del arte en un momento en el que este cambió para siempre, deshaciéndose paulatinamente de su 'hipoteca' con la realidad mediante la fidelidad que avalaba la Academia en sus distintas modalidades.

Hace un par de años, como comisario de 'Arte en Murcia', reuní las tres obras más importantes que posee la Comunidad Autónoma: 'Los hijos de Eduardo IV', 'Enrique III y el duque de Guisa en el Catillo de Boise' (ambos copias) y el sobrecogedor 'San Diego en oración'. La finalidad era recuperar al artista y estudiar, con tres obras indubitables, la evolución de su producción. En Murcia, aparte de los dos retratos arriba aludidos, hay unas 10 obras que le podemos atribuir, tres de ellas de localización incierta. El resto se encuentra disperso, por lo que el trabajo será muy intenso cuando se lleve a cabo.

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En los últimos años, y debido a esta 'tierra de nadie' en que se encuentra su obra, han aparecido una cantidad inusualmente alta de falsificaciones que han intoxicado su producción. No siempre son estrictamente cuadros falsos, con frecuencia son obras mal atribuidas, unas veces sin intención delicitiva y otras claros fraudes. El procedimiento suele ser comprar obras muy baratas, de tercera fila, con similitudes formales, quizá de algún seguidor de época, y firmarlas. Cuando se analizan, los cuadros pertenecen al periodo, pero no la firma, que desaparece con la limpieza del cuadro. La falsificación de obras de Ruipérez y de otros maestros del periodo representa un daño descomunal para el patrimonio y la historia del arte en Murcia.

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