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CRÍTICA DE ARTE

La tregua sin tregua

MARA MIRA

Domingo, 1 de junio 2014, 01:44

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Decía Mario Benedetti que la tregua 'no es la eternidad pero es el instante, después de todo, su único sucedáneo verdadero'. En este tiempo de paro en la acción ligan bien magia y misterio. Dos palabras con las que describir de un plumazo 'La Tregua' de Ángel Haro, exposición que se acaba de inaugurar -con gran éxito- en la antigua Tabacalera patrocinada por el Ministerio de Cultura. En la entrada al edificio un barco atunero del Mar Menor recibe al visitante. Este naufragio contra los escollos de la institución es solo la obertura de una exhibición preparada a conciencia por un equipo de profesionales capitaneados por Haro que no cesó de recibir halagos y felicitaciones en la concurridísima inauguración en Madrid.

La arquitectura de Tabacalera posee el encanto de la ruina pero montar allí una muestra singular es complicado, esos melancólicos espacios cargados de ecos del pasado fagocitan rápido cualquier intervención sobre sus muros. Pero no hay monumento capaz de aplanar la voluntad de Julieta de Haro -excepcional gestora forjada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, CAAM de Canarias y AVAM-, quien ha propiciado la valía creadora de Ángel Haro: artista capaz de convertir lo inconveniente en conveniente. Haro transmuta la arquitectura en cajas/escenarios que atesoran una sucesión de brillantes escenografías tramadas por una dramaturgia 'ad hoc' protagonizada por todo tipo de disciplinas sin jerarquizar preferencias: pintura, escultura, danza, proyecciones, música, sonido, iluminación.

El recorrido se expande en 'continuum' gracias al dibujo de tinta china -treinta y dos metros cuadrados- que recorre el pasillo lateral. Este inmenso pliego, a la manera de los grandes mapas de frescos sobre paredes, nos guía en la ruta. Se torna un anclaje emocional al presente porque cada una de la decena de instalaciones de las que entramos y salimos compilan un mundo cerrado de significaciones enroscadas en sí mismas capaces de sacudir emocionalmente al visitante. En las estancias por las que deambulamos deslumbrados -la ambientación lumínica y sonora es excepcional- late el sentimiento orgánico de la naturaleza, intuimos la pervivencia de lo ancestral y mitológico en las esculturas de forja, admiramos cómo los ocasos se convierten en crepúsculos con incendiarios cuadros, atisbamos la elegancia atemporal del kendo y descubrimos cómo lo inmaterial de los sueños puede atraparse entre madera y telas.

Para finalizar este viaje que no cesa nunca, un tren. Así concluye 'La Tregua', con un sorprendente ferrocarril que recorre la última sala sin detenerse jamás. Hipnotiza comprobar como se desliza por el suelo mientras la locomotora proyecta imágenes y música que ella misma lanza contra las paredes. La máquina alumbra las tinieblas del lugar, su luz recorre una geografía de la nada que va de las minas de La Unión a invernaderos desvencijados. Viendo esa orografía en blanco y negro pienso que la posibilidad del sueño solo está al alcance de aquél que imagina lo inimaginable. Aquél que se toma la vida en tregua a cada instante. Me uno al clamor que sentí en la inauguración y felicito a todos aquellos que han gestado tan bellísimo proyecto.

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