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Marcelino Asuar muestra la foto en la que aparece cuando le nombraron primer festero de honor.
Moros y Cristianos de Orihuela

Cuando los desfiles se hacían con los trajes de los Armaos

El exsíndico Marcelino Asuar y el fundador de los Contrabandistas Vicente Calderón recuerdan los difíciles inicios de las fiestas hace 50 años

Viernes, 19 de julio 2024, 00:28

Los comienzos siempre son complicados, pero Moros y Cristianos son algo «que ya nadie lo puede parar». No lo dice un festero cualquiera, sino uno de esos a los que les tocó la difícil tarea de convencer a varios grupos de chiquillos del Rabaloche para que se animaran a desfilar, aunque sus trajes fueran hoy el hazmerreír. «Aquello fue carnavalero. Lo hicimos, como se suele decir, con palicos y cañicas», recuerda Marcelino Asuar, ex de los Caballeros del Oriol, actual de los Moros J'Alhamed y síndico portador de la Gloriosa Enseña del Oriol 2019.

Corría julio de 1974. Con Franco todavía en vida, los llamados 'siete magníficos', entre los que se encontraba Asuar, era un grupo de coleccionistas de fascículos que se reunía en una papelería de la plaza del Carmen y que envidiaban los festejos de Alcoy y otros puntos de la provincia. Allí todo empezó a coger forma.

Lo primero fue la fecha. «Hubo cierta discusión con si debíamos ponerla en julio y que coincidiera con el Día del Pájaro. Por aquel entonces estaba en franca decadencia. No iba casi nadie y todo el mundo salía escopeteado a la playa. Solo se quedaba el macero en el Ayuntamiento para retirar la bandera del balcón. La otra opción era septiembre, con las fiestas de la Virgen de Monserrate. Tuvimos nuestras dudas», reconoce. Decididos a animar Orihuela en plena canícula y con el cuerpo pidiendo remojo, empezaron por reclutar a mozalbetes dispuestos a enfundarse la chilaba y el turbante. «Era una fiesta casi en exclusiva del Rabaloche. No teníamos permiso ni para bajar de la Esquina del Pavo».

Para apañarse con los trajes, recuerda Asuar, hubo de todo. «Claudio Sarabia fue a Elche a alquilar los trajes, valían 2,5 pesetas. El Ayuntamiento nos ayudó también con los trajes antiguos de los Armaos. Estaban fatal. Mi suegra los tuvo que lavar para quitarles el olor a humedad que tenían». Y la música tampoco fue gran cosa. «Solo había una banda y los tambores era botes de pienso para cerdos que usaba el Cristo de Zalamea, que los repinté y les puse una media luna de escay. Igual que los escudos de las banderas», señala.

Calderón, con una imagen del primer desfile de los Contrabandistas.

Hubo quien no quiso salir si no era en el bando moro, pero acabaron saliendo como «bandoleros de la Muela». Hubo problemas con que la primera Armengola no fuera rabalochera, pero, con todas las dificultades, el desfile salió. «Hubo filicas de moras, niños también de Las Monserratinas, de la calle de la Acequia, de la calle del Río. La idea era que estuvieran representados todos los barrios», cuenta.

Un «desahogo» para el pueblo

Sea como fuere, en una ciudad falta de unas «fiestas mundanas» más allá de la Semana Santa, la marcha mora caló hasta el tuétano de cuanto lo vieron. «El pueblo necesitaba un desahogo», valora Asuar. Así se formaron la cuatro agrupaciones que, a la postre, dieron origen a las comparsas: Los Armengoles, Los Acequianos, Las Huestes de Teodomiro y Los Cruzados del Pilar.

De una de estas agrupaciones salieron los Contrabandistas. Con la asociación de fiestas recién constituida en 1975, la primera comparsa en inscribirse oficialmente fue la de la navaja y el trabuco, su emblema desde siempre. Claudio Sarabia y Francisco Tormo de Haro propusieron a un grupo de chavales desfilar: Jesús Grau, Francisco Sánchez, Juan Antonio Casanova, José Mula y Ramón Mula, Vicente Calderón y, al frente de todo, Mario Vargas Contreras. «Éramos muy jóvenes. ¿cómo íbamos a decir que no?, señala Calderón tras una extensísima trayectoria festera.

«Más que un desfile fue un paseíllo. Llevamos un cañón con siete maromas tirándolo y los trajes los sacamos de un almacén. No se podía permitir uno más». Con la comparsa constituida, la presidencia recayó en Salvador Sabater y el cuartelillo, hoy ubicado junto al Puente Nuevo, se puso en aquel momento en la plaza de Monserrate. «Había una barra chiquitina para servir cerveza y vino». Pero tal fue el éxito que, de la cuota inicial de 1.200 pesetas, se tuvo que subir. «Ensayábamos en el plano del cuartel al son de Paquito el Chocolatero», recuerda con cierta añoranza.

Asuar: «Hay que reglamentar más los principales actos»

Asuar, algo más apartado de la fiesta este año, observa que el éxito de los Moros y Cristianos también está trayendo cierto desmadre. «Lo bueno de este año ha sido poner el Pájaro al principio, pero hay actos que se han convertido en borracheras», señala en referencia a la ofrenda de flores y también al acto en torno a la Gloriosa Enseña. «Creo que la fiesta ya tiene sus momentos de desahogo como la Retreta, pero el Pájaro debe ser un acto serio y solemne», reivindica. Asimismo, el antiguo síndico pide que se pongan límites al número de participantes en las entradas. «Los desfiles, especialmente el moro, se han hecho muy largos sobre todo para la gente que viene de fuera. Acaba cansada. No puede haber una fila por cada grupo de amigos».

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