Apuntes desde la Bastilla

0,5

Acudimos al alcohol para desinhibirnos, para creernos mejores, para vencer esa parte de nosotros que no nos gusta

En aquel tiempo nadie se atrevía a hablar con María. Al menos a mi círculo de amigos, esos adolescentes desgarbados y tímidos que fuimos, nos ... producía pavor tan siquiera nombrarla. Ella era guapa e inteligente. Se juntaba con chicos mayores que nosotros, que no suponíamos más que una presencia extraña y cotidiana. Compañeros de clase y poco más. Su vida estaba fuera, al otro lado de las aulas. Para acercarse a ella había que armarse de valentía. En el recreo, la operación quedaba descartada. La suerte se aplazaba al fin de semana, al botellón comunitario, a las dosis de alcohol compradas gracias a la caridad de un hermano mayor. Con varias copas en el cuerpo, bebidas bajo la luz de la luna en una especie de ritual de iniciación, nos sentíamos eufóricos y preparados. Sabíamos de sobra que nada podíamos hacer con María, pero al menos se percataría de nuestra existencia durante unos segundos. Un saludo. Una pregunta. Luego volvíamos al grupo felices y con la cabeza alta. No pasaríamos ninguna noche de nuestra vida con María, pero habíamos encontrado el coraje para hablarle.

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Me acordé de María y del alcohol viendo 'Otra ronda', la película de Thomas Vinterberg. En el film, varios profesores de un instituto de Secundaria danés llevan vidas anodinas. Sus días se despeñan en un fracaso repetido, tenaz, que los aboca a la depresión y la incomprensión de sus alumnos. Uno de ellos lee un estudio científico en el que se afirma que el ser humano nace con un déficit de 0,5 grados de alcohol en sangre. Según este proceso, para alcanzar la plenitud hay que beber esa cantidad todos los días. Los profesores se conjuran y se vuelven bebedores profesionales. Van mamados al instituto. Se convierten en quienes no son, o tal vez en quienes siempre han sido. Recuperan lucidez. Gustan a la gente y pasan a ser hombres populares, carismáticos. Son queridos y aceptados, aunque nadie descubre el secreto de su cambio de ánimo. Luego la película se desarrolla en una espiral de acontecimientos bárbaros fácilmente predecibles.

La historia me turbó profundamente, porque entra en la conciencia del espectador a través del humor, y eso hace que se quede flotando durante días. De las risas pasé a una gran resaca emocional cuyo telón de fondo es la necesidad social de beber alcohol. Existe, por supuesto, una dependencia del alcohol en todos los ámbitos. Necesitamos la bebida como elemento vital. Nuestras amistades se construyen alrededor de una botella de vino, de varias rondas de cañas. Los jueves por la tarde se descorcha el primer sorbo porque el anticipo del viernes indica libertad. En el fin de semana se nos permite la bacanal prohibida durante la semana. Con el postre aparecen los gin tonics. Gracias a ellos nos movemos gráciles en la discoteca. Nuestra conversación se vuelve ágil. Se nos podrá trabar algún sonido, pero la voz corre como una gacela. Contamos lo que nunca nos atrevemos. Se nos iluminan los ojos al mirar. Tras hacer deporte, la cerveza nos recompensa la dignidad que el esfuerzo nos ha arrebatado. Los triunfadores descorchan champán. Algo llevará el vino cuando lo bendicen. Nos creemos fuertes, poderosos. Tanto que incluso pensamos que María esta vez nos escuchará y dejará al malote colgado.

Lo veo en los jóvenes porque lo he experimentado durante años. Acudimos al alcohol para desinhibirnos, para creernos mejores, para vencer esa parte de nosotros que no nos gusta. Ejercemos presión social contra el que decide no beber. A las mujeres se les pregunta si están embarazadas cuando piden un zumo en lugar de una cerveza, una coca-cola en vez de un spritz. Porque beber es la normalidad de los días. Significa elegancia. Estar en el mundo. La vida pasa delante de una fotografía donde alguien bebe una copa de vino en una terraza. No hay belleza en una limonada, pero sí en un cóctel.

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Luego, cuando el 0,5 se convierte en dolor de cabeza, volvemos a nuestras miserias, a la timidez desconcertante, al mundo cuesta arriba y a María sin volver la cabeza hacia nuestra existencia. Otra ronda no me hizo pensar en el alcohol como un hecho nocivo para nuestras vidas. No renunciaré a la copa de vino ni al negroni. La victoria de una tarde perfecta está muy cerca de un martini en una plaza soleada, pero sí me hizo comprender lo cercana que está la sociedad de una dependencia dañina, de una sustancia que nos engaña durante el fin de semana y nos hace creernos poderosos. A muchos nos hubiera ido mejor en aquellas noches de adolescencia sin el 0,5 de alcohol pero con más autoestima. Tal vez María nunca hubiese hablado conmigo, pero al menos me habría ahorrado la resaca posterior.

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