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Charles Dickens, inventor de la Navidad

Sábado, 16 de diciembre 2023, 07:43

El alma de Dickens escondía un Mr. Scrooge y un David Copperfield. Sus novelas escupieron a la sociedad victoriana una realidad sórdida, incómoda para esos ... señores con levita. Dickens era sus personajes y sus amantes. Las que le hicieron caso. Las que no. El novelista fue el primero que peleó por los derechos de autor cuando comprobó cómo las editoriales norteamericanas vendían millones de ejemplares de sus historias y él no veía ni una guinea. En América era una verdadera celebridad. No le dejaban andar tranquilo por la calle. Hasta una fan se encaramó a la fachada del hotel donde dormía para poder verlo. Mucho don sin din. Eso para Carlos, que había sufrido la extrema pobreza de joven, no era de recibo.

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Al padre de Dickens lo encarcelaron por deudas. Su sueldo como contable de la marina inglesa no daba para las dos sirvientas, institutriz y nodriza. En aquella época, a este tipo de presos los enviaban a la cárcel con toda la familia. Al pequeño Charles le aguardaba otro destino: la fábrica de betún.

El fallecimiento de la abuela de Dickens dejó una pequeña herencia que permitió saldar las cuentas y liberarlos a todos. Carlos fue el único al que se le impidió retornar a la normalidad. Debió abandonar su formación y seguir trabajando 10 horas diarias por un mendrugo de pan y seis chelines a la semana. Tras una breve discusión del matrimonio Dickens la madre decidió que Charles estaba mejor en la fábrica de Charing Cross y que el dinero era necesario. Nunca la perdonó.

Al autor de 'Los papeles póstumos del Club Pickwick' le encantaba andar. Su figura se recortaba en los bosques de Rochester caminando del hogar familiar al de su amante Hellen Tenant. Era un Johnnie Walker que se resistía a tomar los taxis londinenses. Pasear, leer, escribir y hacer el amor eran sus rutinas.

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Dickens mostró al mundo la mugre y el chabolismo de la urbe. El clasismo terrible que lo condenaba, incluso después de su triunfo, porque su formación estaba alejada del prestigio de las grandes academias. Aparte de denunciar las injusticias padecidas por él mismo y por su familia, desarrolló labores filantrópicas para ayudar a las «mujeres perdidas». El proyecto salvador se denominaba Urania Cottage. Esto no redime su misoginia y su relación amor-odio con las féminas.

Dickens se casó con Catherine Thompson, pero pronto se enamoró de la hermana menor, que vivió bajo el mismo techo para ayudar con los hijos del matrimonio. Ella leía sus manuscritos antes que nadie. La repentina muerte de Mary Hogarth, con apenas 17 años, lo sumió en una profunda melancolía que nunca se molestó en disimular. Confesó a sus amistades que la había amado profundamente. Cuando llegó la otra hermana al hogar, Dickens le dio todos los poderes y ahí tenemos a una Catherine siendo una invitada en su propia casa. Diez hijos eran muchos hijos. Al escritor no se le ocurrió otra cosa que acusarla de «demasiado fértil». Engordó, ya no le gustaba y la mandó a dormir a otra habitación. Fin de la historia.

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Para entonces ya había entrado en escena Hellen Tenant. Actriz de 17 años. Cuando la conoció, Charles contaba con 45. Tenant era hermosa, tenía talento. Charles amaba el teatro. Produjo y dirigió algunas obras. Todo lo creaba: desde la iluminación al vestuario. Por entonces, Hellen y él se veían a diario. Sin embargo, ella permanecía escondida de la vida pública del autor. Un cautiverio que la hizo sufrir. Incluso logró esconder el accidente padecido por el tren en el que viajaban juntos cuando regresaban de Francia con la madre de esta. Dickens ha dejado una impronta imprescindible en la literatura con su gran colección de secundarios, que generan complicidad con el lector. Los personajes idealizados, quizá extremadamente bondadosos como Oliver Twist, muy criticados por Oscar Wilde, pero que conmueven siempre. Los nombres de los personajes que escondían musicalidad y aliteración. Bajo su estilo florido, con un toque de sátira y humor, se esconde la frase corta de su etapa como calígrafo del Parlamento.

Carlos Dickens hizo siempre de la necesidad virtud y todos sus avatares, desde la extrema pobreza a la explotación infantil, fueron argumentos poderosos en sus relatos y novelas. Sólo después de su muerte, el público descubrió que sus historias procedían de su propia desgracia. Descansa en la Abadía de Westminster en contra de sus deseos. Él quería ser enterrado en Rochester, pero su repentina muerte por un derrame conmocionó al pueblo británico, que despidió al autor que mejor les había retratado con toda pompa y circunstancia.

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