Cerca de la isla aguileña del Fraile, buceadores de la Guardia Civil y del Club Estela han recuperado una botija del siglo XV. El nombre ... de esa cerámica ha encendido todas mis alarmas retrospectivas. Y he recordado cuando yo era zagal y se mataba marrano en casa...
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–¿Dice dentro de la casa?
¡No, coñe! En el corral. Quienes intentaron hacerlo en la salita de estar, pronto desistieron. La botija de mi infancia era la vejiga de la orina del cochino. Tras la degollación del inocente, la chiquillería en torno ansiaba que el matachín le entregara el preciado trofeo. Algo de asquito sí que nos daba. Aquello olía mal y provocaba náuseas. Pero había que resistir. Solo al final alcanzaríamos la dicha de tener un balón con que jugar.
–Qué miseria aquella, ¿verdad usted?
Pues sí. Pero, teniendo la guerra recién acabada, hacíamos de tripas corazón y de la vejiga pelota. El menos escolimado de nosotros restregaba con ceniza el oscuro objeto de nuestro deseo. Y cuando quedaba lo bastante seco, se inflaba arrimando la boca (¡puaf!) al pitorro. Era lo que había. El Real Madrid estaba intratable. Y si querías que don Santiago Bernabéu se fijara en ti, tenías que practicar con lo que hubiera más a mano. O más a pie, si no querías que la vida te pitara penalti.
El cantarillo salido del fondo marino (fechado varios siglos antes) es igualico que la botija del cerdo. Como dice la Academia: «Vasija de barro mediana, redonda y de cuello corto y estrecho». En mi Jumilla infantil y postguerrera, la botija era una institución. Fíjese que un conductor de camiones, amigo mío, respondía por ese mote.
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Jugueteando con la botija, la memoria me lleva hasta el botijón, del que bebían los jornaleros durante las faenas campesinas. El palabrero jumillano de Hernández Carrión dice que tiene forma semicircular, una cara plana, dos asas, boca de llenado y pitorrico en el tercio superior. Y tonteando, tonteando, el botijón nos traslada al embotijonado, que es como se le pone la cara a un crío cuando está a punto de romper a llorar.
Tanta riqueza de léxico y, sin embargo, no quieren que nuestro idioma viaje en coche. Le niegan que sea vehicular.
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