En octubre del año pasado, la organización terrorista Hamás efectuó una sangrienta incursión en territorio israelí, partiendo desde Gaza. Asesinaron a más de mil personas, ... y tomaron varios cientos de rehenes. La acción terrorista mereció el reproche de toda la comunidad internacional. Se censuraron los asesinatos de civiles indefensos y desprevenidos, y se exigió a Hamás que liberase inmediatamente a los rehenes. El apoyo y la solidaridad con Israel fue prácticamente unánime en ese momento. Alguien, sin embargo, sembró una duda: ¿cómo el eficacísimo servicio de inteligencia israelí no previó un atentado terrorista de tal magnitud? Y a la sombra de esta duda, algunos llegaron a decir que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sí que tuvo conocimiento de que se estaba preparando este atentado terrorista, pero que no hizo nada para evitarlo, porque a él le convenía un conflicto exterior, con la finalidad de neutralizar las dificultades políticas internas que estaba atravesando. Pero se trató sólo de una sombra de duda. El mundo entero, mayoritariamente, recuperó el recuerdo del Holocausto, y se reafirmó el fundamento ético del derecho de los judíos a tener su propio Estado. Y, partiendo de estas consideraciones, casi todos apoyamos a Israel en esos difíciles momentos.
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Ahora bien, inmediatamente surgieron las inquietudes. ¡Cuidado con la reacción de Netanyahu! No se puede confundir a Hamás con todo el pueblo palestino. Los crímenes, los asesinatos, los secuestros habían sido cometidos por los terroristas de Hamás, y no por la inmensa mayoría del pueblo palestino. Se dijo que la reacción dirigida por Netanyahu debería ser moderada y proporcional. El castigo a los terroristas de Hamás no justificaría éticamente la destrucción casi total de la Franja de Gaza, y la aniquilación de miles de inocentes. La superioridad bélica de Israel es apabullante. Y no podía abusar de ella. Pero no se confiaba mucho en que Benjamín Netanyahu fuese moderado, o que supiese emplear la fuerza de modo proporcional. Desde el principio se temió lo peor: miles de seres humanos muertos; grandes desplazamientos de población, hambre, sed, enfermedades, las ciudades en ruina... un verdadero horror. Con el paso de los meses, los peores presagios se han cumplido. El secretario general de la ONU ha reprochado a Netanyahu crímenes contra la Humanidad, le ha acusado de impulsar un exterminio masivo del pueblo palestino. Las conciencias de muchos seres humanos en todo el mundo se han conmovido. No eran ni son antisemitas. Pero es difícil contemplar impávido el espectáculo desolador que diariamente han ofrecido las televisiones sobre lo que está ocurriendo en Gaza. Y, de este modo, poco a poco, ha ido disminuyendo el apoyo colectivo con que inicialmente contó la causa israelita.
Ahora, pasados ya casi diez meses del comienzo de la guerra, cabe preguntarse: ¿para qué ha servido? ¿Ha obtenido Israel alguna utilidad de ella? ¿Qué debemos hacer los ciudadanos del resto del mundo? ¿Cómo apoyar al pueblo palestino, y al mismo tiempo reconocer los derechos del pueblo de Israel?
1.- En principio, se dijo que la ofensiva israelí en la Franja de Gaza tenía como finalidad liberar a los rehenes. Parece que este objetivo sólo se ha cumplido en parte. Algunos rehenes han muerto. Otros muchos permanecen en poder de Hamás. Hasta ahora, en lo que a este objetivo se refiere, la guerra de Netanyahu no ha sido nada útil.
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2.- Se justificó el empleo masivo de la fuerza militar en Gaza porque se trataba de exterminar definitivamente a Hamás. Se ha matado a muchos de sus dirigentes. Se han destruido muchos túneles y otras infraestructuras de la organización terrorista. Pero el ejército de Israel ni ha acabado ni podrá acabar nunca con Hamás. Todo lo contrario: en cada bombardeo de una escuela, de un hospital, de un centro de refugiados; por cada inocente muerto en Gaza, Israel ha sembrado una semilla de odio en el corazón de muchos jóvenes. Y cuando dicha semilla germine, esos jóvenes se incorporarán a las filas de cualquier movimiento palestino que luche contra Israel.
3.- Por otra parte, el daño reputacional que la guerra de Gaza ha causado a Israel ha sido tremendo, y de muy difícil reparación. El recuerdo del Holocausto ha dejado de ser, en la conciencia de muchos occidentales, una causa de justificación ética para la defensa de un Estado de Israel implantado a la fuerza en un territorio en el que desde hace siglos vivía el pueblo palestino.
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4.- Veremos, en fin, si el horror de esta guerra fortalece, o no, el propósito de crear y reconocer un Estado Palestino, que pueda convivir con el Estado de Israel.
Por lo pronto, el único que ha salido beneficiado de esta guerra ha sido el propio Netanyahu, que ha podido aplazar los conflictos políticos internos que, antes de la guerra, estaban a punto de acabar con toda su carrera política. Por ahora, sigue allí todavía. Nuestro único consuelo es que esta cruel y desmesurada guerra ha conseguido poner de manifiesto ante todo el mundo que Palestina no es Hamás; y que, afortunadamente, Israel tampoco es Netanyahu.
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