El 7 de octubre de 2023, un grupo terrorista de Hamás, desde Gaza, se introdujo en territorio israelí, asesinó a más de mil personas indefensas ... y secuestró a varios centenares. El mundo entero se conmovió ante tan brutales crímenes. La casi totalidad de dirigentes políticos de Occidente reprobó esta barbarie, y repudió a Hamás como un grupo de terroristas desalmados. Y también muchos dirigentes se solidarizaron con el pueblo de Israel, y reconocieron su derecho a defenderse de este tipo de salvajes agresiones. Sin embargo, ya en ese momento inicial, muchos expresamos también que nos temíamos una reacción desproporcionada de Israel. Algún analista, incluso, advirtió de que ese conflicto externo le convenía a Netanyahu, acosado en el interior por unos procesos penales que le podrían llevar a la cárcel.
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Esta semana se ha cumplido el aniversario de aquellos crímenes terroristas de Hamás. Se ha recordado a los fallecidos, y se ha pedido de nuevo la liberación de los rehenes que aún permanecen secuestrados. Y todos hemos vuelto a lamentar otra vez todo aquello. No obstante, también se ha constatado que el horror que nos temíamos, no sólo se ha producido, sino que rebasa los límites de nuestras peores pesadillas.
La reacción del Gobierno de Netanyahu ha sido brutal y absolutamente desproporcionada. Más de 42.000 muertos en la franja de Gaza, muchos de ellos mujeres y niños, y casi todos, civiles no combatientes. Para acabar con los dirigentes de Hamás no era necesaria esta masacre. Ni tampoco se explica, desde un punto de vista simplemente humanitario, que Netanyahu haya dificultado los suministros de agua, alimentos y medicinas; ni que haya bombardeado hospitales, escuelas y campamentos de refugiados; ni que haya obligado a varios millones de personas a largos y peligrosos desplazamientos a zonas que se decían seguras, y que luego eran bombardeadas también. Y todo esto sin dejar salir a los palestinos de esa enorme jaula-trampa en que se ha convertido la franja de Gaza. Más que a una guerra defensiva, lo que hemos vivido este último año se parece a una guerra de exterminio de una población indefensa. Las imágenes que por televisión recibimos de esas masacres del pueblo palestino han agitado la conciencia de muchos seres humanos en todos los rincones del mundo. Los efectos de esta reacción desmesurada de Netanyahu aún no se conocen en su totalidad. Por lo pronto, se dice que incluso le puede costar las elecciones presidenciales a Kamala Harris. Hay muchos norteamericanos que no comparten el apoyo sin límite de Biden a Netanyahu, y que no entienden que se traten de silenciar los crímenes de guerra. No es cuestión de antisemitismo, sino de sentido común y de cierto grado de conciencia humanitaria. Muchos ciudadanos de este mundo, que nunca hemos sido antisemitas, nos hacemos preguntas inquietantes sobre esta guerra de Oriente Próximo:
La reacción del Gobierno de Netanyahu ha sido absolutamente desproporcionada
1. La primera es si Netanyahu sabía, o no, que se iba a producir ese criminal atentado terrorista del 7 de octubre de 2023, pero que no quiso evitarlo porque, de producirse, esto a él personalmente le beneficiaba, puesto que se olvidarían sus problemas internos por los que estaba a punto de ir a la cárcel. Esta tesis a algunos les parece disparatada e increíble, por aquello de que el primer defecto de las personas sensatas es creer que los demás también son sensatos; desde su hombría de bien, a muchos les parece inconcebible tanta maldad. Pero todos sabemos que los servicios de inteligencia israelitas son los más eficaces del mundo. Y cuesta mucho trabajo creer que no hubiesen detectado anticipadamente los preparativos del atentado terrorista del 7 de octubre.
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2. La segunda pregunta es si Netanyahu ha conseguido su objetivo de acabar con los grupos terroristas palestinos. ¿Esta guerra va a acabar con Hamás y Hezbolá? Sinceramente, yo pienso que no. Y yo creo que Netanyahu tampoco se lo cree. Sus desmesuradas acciones bélicas están sembrando odio en los campos de Gaza, Cisjordania y Líbano. Y cuando esas semillas de odio germinen, brotarán muchos jóvenes palestinos que ansíen combatir con las armas al Estado de Israel.
3. La tercera pregunta es cuáles son los límites espaciales y temporales de la ofensiva de Netanyahu. ¿Hasta dónde quiere llevar la guerra? ¿También a Irán? Y, sobre todo, ¿hasta cuándo? ¿Todo cambiaría con una victoria de Kamala Harris en las presidenciales?
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4. Y hay otra pregunta: ¿qué podemos hacer? ¿retirarle todo el apoyo a Israel? El camino lo ha señalado Antonio Guterres, y ahora Macron; y también lo está indicando Borrell: un horror no justifica otro horror. Sin embargo, la cuestión es delicada. Porque hay que salvaguardar al Estado de Israel, que tiene derecho a defenderse frente a sus vecinos. Pero no así. Es importante conseguir que Netanyahu y sus secuaces caigan. Y que gobiernen Israel personas con cabeza, pero también con corazón.
Por último, importa una reflexión final: los que así pensamos no hemos sido nunca antisemitas, ni vamos a serlo ahora. Se trata, simplemente, de hombres y mujeres que sentimos en nuestras propias carnes el dolor de los palestinos.
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