Dirigir un diario de tanto prestigio como LA VERDAD no debe de ser una tarea fácil. Y mucho más en estos tiempos convulsos en los ... que, con el fin de las ideologías y, como diría Muñoz Molina, con la desaparición de todo cuanto era sólido, el papel de toda la vida –con el que antaño nos manchábamos las manos con su tinta– parece estar despidiéndose para siempre con la irrupción del formato digital que amenaza con engullirnos a todos, igual que Saturno devora, sin escrúpulo alguno, a su hijo.
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Porque no sólo se trata de sacar adelante el proyecto de una ejemplar empresa que agrupa a un buen número de profesionales. En este caso, hay algo más: LA VERDAD representa una parte de la historia más brillante de nuestra región. Baste con recordar a los reputados periodistas que han pasado por su redacción, así como a los numerosos colaboradores que, con entusiasmo y altruismo, han ayudado lo suyo: personas ilustres como lo fueron Frutos Baeza, Martínez Tornel –nuestro Larra murciano–, Ricardo Codorníu, el Apóstol del Árbol, o el singular Carlos Valcárcel. Sin contar a los colaboradores actuales –abogados, profesores, empresarios, escritores, jueces, políticos, etc.–, que, amparados en la libertad más absoluta, hacen las delicias del lector más exigente.
LA VERDAD, que puso en funcionamiento por primera vez su rotativa en marzo de 1903, también es oro puro en la historia de la cultura española del último siglo. Y lo digo, sobre todo, por sus conocidos suplementos, como 'Verso y Prosa', en donde estampó, en su día, su firma gente como Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Garay, Ramón Gaya o la primera mujer académica española, la cartagenera Carmen Conde.
Decía Eurípides hace más de veinte siglos que al hombre comedido le basta con lo suficiente
Por eso, Alberto Aguirre no ha debido de tener fácil ponerse a los mandos de un invento tan maravilloso. Y más aún con una redacción –a la que él llego hace casi veinte años con la misma ilusión con la que ahora se despide– con profesionales de la talla de García Martínez, uno de los más grandes periodistas que ha parido la tierra murciana, Pepe Carreres, Perico Soler, Chimo García Cruz, Juanito Leal, Antonio Arco, Gontzal Díez, Miguel Ángel Ruiz y Víctor Rodríguez, entre otros.
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Después de más de cuarenta años como colaborador en LA VERDAD, he conocido a un buen número de directores que precedieron a Alberto Aguirre, desde los tiempos del inolvidable Antonio González-Conejero, que era, además de un hombre bueno y sencillo, una persona entrañable con la que hablé tanto de fútbol como de literatura. Cada uno de estos directores con sus ideas, cada uno con su distinta manera de organizar una redacción con muchos gallos y excelentes plumas.
Recuerdo que, a los pocos días de tomar posesión como director, Alberto y yo tuvimos nuestro primer encuentro a propósito de 'Ababol', el suplemento del que se habla, incluso, en los cursos de verano de las universidades españolas como modelo de trabajo bien hecho. Y pudimos conversar en muchas más ocasiones con motivo de mi labor en ese periódico del que siempre me he sentido orgulloso. Además de su demostrada generosidad e inteligencia, siempre me ha llamado la atención su enorme templanza, una rara virtud en un cargo como el suyo. Habla poco y quedo –quien calla, jode y apaña, solía decir mi pobre madre–, como si no quisiera que se le espantaran las palabras, lo que sorprende a sus interlocutores. Escribe en corto y bien medido, con las ideas claras, sin llegar jamás a los consabidos y actuales extremismos de una prensa que necesita, con urgencia, reinventarse. Por lo que no es de extrañar que sus editoriales sean recibidos como una especie de maná por el común de las gentes, que son a quienes él se dirige.
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Decía Eurípides hace más de veinte siglos que al hombre comedido le basta con lo suficiente. Aunque deja la dirección del periódico en muy buenas manos, a Alberto Aguirre de Cárcer, que se ha hecho de querer durante estos años al frente de LA VERDAD, lo echaremos mucho de menos.
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