Vivimos en un mundo que, en su inmensa mayoría, está configurado por el capitalismo neoliberal, que el Papa Francisco define como un sistema que mata ... y que es todo lo contrario de lo que se celebra en la eucaristía, que es la vida en abundancia para todos. En la eucaristía celebramos la presencia del Dios de la vida; en el capitalismo se adora y se idolatra al dinero como valor absoluto.
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El capitalismo se basa en la concentración y en el acaparamiento de las riquezas por las élites adineradas, de tal manera que el objetivo es acaparar el 99% de las riquezas por ese 1% de las clases dominantes y dejar el restante 1% para el 99% de la población mundial. Según datos de ONG, esa concentración supone actualmente más del 80%. La eucaristía es el pan partido, compartido y repartido desde la fe y con la exigencia de que cada persona tenga de ese pan para vivir, no para sobrevivir. El capitalismo nos quita el pan; la eucaristía reparte el pan para que a nadie le falte.
Esta concentración de las riquezas se hace a través del saqueo y el expolio basado en la fuerza y en la corrupción. Una fuerza basada en la violencia, en las guerras que destruyen pueblos, que dejan a millones de personas deambulando por la tierra sin ningún futuro. Condenan a millones de niños y niñas al horror, a la muerte, al sufrimiento que supone una infancia robada, una infancia con mirada perdida y llena de angustia y tristeza. La eucaristía es la expresión de la paz y por eso decimos que «nos damos fraternalmente la paz». Es la convocación a la paz mundial, al respeto a la vida y la dignidad. Es la convocación a la paz interior, a la paz entre la ciudadanía y entre los pueblos. El capitalismo se basa en la amenaza y en la brutalidad; la eucaristía se basa en el encuentro pacífico y lleno de ternura.
El capitalismo busca convencernos de que este mundo no se puede cambiar, aceptando su crueldad como inevitable
El capitalismo se basa en la codicia, la avaricia, la ambición, la mentira, el engaño y la manipulación. El capitalismo se basa en convencernos de que este mundo no se puede cambiar, aceptando su crueldad como inevitable. En la eucaristía reconocemos en el perdón nuestros pecados, que son los pecados de la codicia, la avaricia, la ambición, la mentira, el engaño, la manipulación; en el perdón reconocemos nuestras indiferencias ante el sufrimiento humano, nuestras complicidades con los poderosos de este mundo y nuestras omisiones. El capitalismo defiende el individualismo y el narcisismo; la eucaristía nos hace reconocer, desde la sencillez, la humildad y la valentía, nuestras contradicciones e incoherencias y el daño que causamos.
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El capitalismo descarta y elimina miles de vidas que considera improductivas o que van en contra de los intereses económicos de las grandes potencias y sus multinacionales. Son miles de vidas y muertes que no importan, con las que no hay que hacer ningún homenaje ni guardar un minuto de silencio. La eucaristía es la afirmación de que cualquier vida importa, cualquier muerte importa, que cada persona, sin exclusión, sin ningún matiz ni reparo, es sagrada. Nos importa la vida y la muerte de la gente que pasa hambre, que sufre las guerras, las violaciones de los derechos humanos. Nos importan esas personas que yacen en ese inmenso cementerio que es el Mediterráneo.
El capitalismo es la palabra que nos incita a luchar unos contra otros, es la palabra que habla de despojarnos del trabajo, la tierra y la vivienda a millones de seres humanos como garante para aumentar los beneficios económicos. La eucaristía es la palabra que llega al corazón para sacar lo mejor de cada persona, para abrir los puños y convertirlos en manos abiertas que acarician y comparten desde la amistad y la solidaridad. El capitalismo es la palabra que nos convierte en rivales; la eucaristía es la palabra que nos convierte en hermanos.
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El capitalismo son los muros que encierran a los empobrecidos, a los desposeídos de la tierra. Son los muros del odio, del desprecio al diferente, al pobre. La eucaristía es la comunidad que celebra el amor de Dios, que celebra ese Dios que dice que los empobrecidos son sus preferidos. La eucaristía es la comunidad universal abierta y acogedora, que abraza y cura las heridas.
La eucaristía y el capitalismo son incompatibles. Cualquier intento de poner la eucaristía al servicio del mal, de la crueldad, como han hecho eclesiásticos, dictadores... es pervertir el sentido de un sacramento de vida. La eucaristía afirma que el Dios de la vida tendrá la última palabra, no los inversores de las bolsas.
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