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CARMELO LARA SOLER

La montaña monumento cumple cinco años

El Arabí, el monte sagrado de Yecla, alcanzó en marzo de 2016 un reconocimiento entonces único en la Región que, sin embargo, puede poner en peligro su conservación sin una regulación apropiada

Ginés S. Forte

Martes, 4 de mayo 2021, 22:59

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Como el monte Uluru en Australia, el Kilimanjaro en Tanzania o el Fuji en Japón, el Arabí es, a nuestra escala, un enclave único. También como éstos, su éxito está atrayendo un exceso de visitantes que lleva a los expertos (cinco años después de su catalogación como primer Monumento Natural de la Región) a reclamar un cambio normativo que le asegure la conservación. Su singular silueta recortada contra el horizonte, al estilo de otras montañas sagradas, compone un espacio limitado, apenas 500 hectáreas, que lleva miles de años centrando el interés del ser humano. En sus paredes quedaron grabadas escenas de caza prehistóricas y en su suelo petroglifos. Antes de eso, la naturaleza le proveyó un modelado kárstico que la distingue de cualquier elevación del entorno con sus grandes peñas redondeadas, y también esculpió filigranas como una roca que asemeja las circunvoluciones del cerebro, otra que representa un busto de un dinosaurio y hasta un corazón perfectamente perfilado, además de abrir cuevas en sus entrañas que alimentan leyendas, como la del tesoro, o se alzan prepotentes en el cielo, al estilo único de la Cueva de la Horadada. «En un paseo de un par de horas, en el monte Arabí se puede apreciar la acción de la erosión hídrica y eólica, la tectónica de placas, la evolución de las especies, el funcionamiento del ecosistema mediterráneo o la irrupción del Neolítico, por mencionar tan solo algunos aspectos destacables», resume el biólogo Julián Castaño.

Cueva de la Horadada. G S. Forte

El especialista, actual secretario de la Asociación Naturalista para la Investigación y Defensa del Altiplano (Anida), cita entre los pequeños tesoros del monte yeclano la presencia «desde jacintos de Compostela, una escasa variedad mineral» con atractiva forma de poliedro, «hasta la muestra más representativa de arte rupestre levantino. Sin olvidar que allí habita un sinfín de especies de fauna y flora protegidas, como el águila real ('Aquila chrysaetos') o el gato montés ('Felis silvestris'), por mencionar un par, y sin olvidar tejones, cabras monteses, chovas piquirrojas y búhos reales, además de una interesante muestra de fósiles de distintas eras geológicas».

Cumbre del monte Arabí. Carmelo Lara Soler

Su singularidad le valió hace cinco años, en marzo de 2016, ser catalogado como el primer Monumento Natural de la Región. Esta categoría, en la que ahora ya le acompañan otros dos enclaves murcianos &ndashlas Gredas de Bolnuevo, en Mazarrón, y la Sima de la Higuera, en Pliego&ndash, distingue en España, de acuerdo con la Ley 4/1989, de 27 de marzo, a «espacios o elementos de la naturaleza constituidos básicamente por formaciones de notoria singularidad, rareza o belleza, que merecen ser objeto de una protección especial».

Cazoletas perforadas en el Arabilejo. Carmelo Lara

En el caso del Arabí, abunda el director del Museo Arqueológico Municipal de Yecla Cayetano de Mergelina, Liborio Ruiz, «la fauna, la flora, el paisaje, los restos de presencia humana desde hace ocho o diez mil años confieren al lugar un halo mágico». La referencia «mágica» es una constante en este monte que ha protagonizado programas de misterio de renombre nacional, pero que causa cierta molestia a especialistas como Castaño, que temen que con ella se desvíe el verdadero valor de este espacio: «¿Qué necesidad hay de recurrir a la magia cuando lo que estás viendo realmente es la naturaleza en plena acción, tal y cómo es?». Ruiz, por su parte, destaca «el valor emocional, intangible, heredado de nuestros ancestros, que el lugar tiene para las gentes de Yecla».

Arqueólogo y biólogo coinciden al apuntar que la declaración de Monumento Natural le ha impuesto una mayor «presión antrópica», mientras que su protección sigue dejando mucho que desear. Esta catalogación ha tenido, en palabras de Rubén Vives, exsecretario regional de Ecologistas en Acción, «un efecto llamada» sobre «la montaña sagrada de los yeclanos» que hay que contrarrestar con una regulación de sus usos, «especialmente el público, al tratarse de propiedad de la Administración».

Abejaruco en el monte Arabí. | Pared conocida como El Cerebro. Carmelo lara soler
Imagen secundaria 1 - Abejaruco en el monte Arabí. | Pared conocida como El Cerebro.
Imagen secundaria 2 - Abejaruco en el monte Arabí. | Pared conocida como El Cerebro.

También es importante vigilar excesos privados, como el de la macrogranja porcina que la movilización popular consiguió parar en 2017, y que, sin embargo, «cuenta en la actualidad con los permisos para iniciar su instalación» junto al monte, porque, «por increíble que pueda parecer, la Justicia rechazó los sucesivos recursos» en su contra, explica Castaño. El secretario de Anida también apunta a las amenazas que representan los cultivos intensivos aledaños, «cuyos plásticos acaban esparciéndose por todo el monte», al margen de «la merma de recursos hídricos que supone», y al reciente proyecto de instalación de dos plantas fotovoltaicas de 600 hectáreas junto al límite occidental y meridional del Arabí. «Así que definitivamente», lamenta, «no solo no han quedado atrás los peligros que acechaban a este espacio protegido, sino que a los tradicionales se van sumando otros de nuevo cuño».

Abrigo con pinturas rupestres de Cantos de Visera. Ayto. Yecla

Ante ese panorama, exhorta Vives, «urge la aprobación del Plan de Ordenación de Recursos Naturales y la constitución de una junta rectora u órgano equivalente para dotar de un instrumento de participación social». El arqueólogo municipal está de acuerdo en que «el monte Arabí necesita como agua de mayo una ordenanza municipal que regule el cómo, el cuándo y el dónde podemos hacer uso», en referencia al exceso de visitantes que soporta en la actualidad. En esa ordenanza, continúa, deben incluirse sanciones y «una vigilancia permanente y, sobre todo, un control muy estricto de visitas» a un «bien patrimonial enormemente frágil», al que el biólogo Castaño califica de «auténtico museo al aire libre» con millones de años detrás que «no puede depender de los vaivenes socioeconómicos del momento o del criterio arbitrario del responsable de turno».

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