Cuando el impacto humano acaba beneficiando a los patos
Nuestra necesidad de gestionar los residuos de las urbes y la de regar los cultivos se han aliado en esta ocasión con la naturaleza y han permitido la recuperación en la Región de la malvasía cabeciblanca, una especie en peligro en todo el mundo
La malvasía cabeciblanca ('Oxyura leucocephala') mejora. «Se ha expandido, ha recuperado su población», explica el biólogo Ángel Sallent, coordinador del grupo de anillamiento de aves de la Asociación de Naturalistas del Sureste, Anse. Ahora «goza de buena salud», coincide el doctor Gustavo Ballesteros, profesor de Geografía de la Universidad de Murcia. Es una fantástica noticia para una especie que sigue en la unidad de cuidados intensivos de nuestro patrimonio natural (continúa calificada en peligro de extinción). El ave está respondiendo bien a la ayuda que, curiosamente, le está brindando, de forma inicialmente involuntaria, el propio ser humano que casi acaba con ella por su potente impacto antrópico.
La reconversión, a mediados de la primera década de este siglo, de unos antiguos complejos de depuración ya obsoletos en los nuevos espacios de gran riqueza ambiental de las Lagunas de Campotéjar, en Molina de Segura y una pequeña parte en Lorquí, y las Lagunas de las Moreras, en Mazarrón, encabezan las actuaciones humanas que están recuperando en la Región a esta especie amenazada en todo el mundo. También con propósitos de depuración de agua se construyeron en su momento las dos grandes lagunas de Cabezo Beaza, en Cartagena, de casi 32 hectáreas, y las dos balsas artificiales de las Salinas, en Alhama de Murcia. Estos cuatro emplazamientos en los que se está recuperando la especie, todos ellos construidos por la mano humana para regenerar aguas urbanas y que han acabado empleándose principalmente para regadío, se completan con tres emplazamientos más. Uno es el embalse de Santomera, que recibe poblaciones de malvasía de forma irregular, en buena parte en función del alto nivel hídrico y la baja salinidad propicias de esta construcción artificial, y los dos restantes son sendos campos de golf: el de Condado de Alhama, en Alhama de Murcia, y el Serena Golf, en Los Alcázares.
Los citados, son los siete lugares, todos ellos de factura artificial, en los que se distribuye en la Región la malvasía cabeciblanca, reconocible por su larga y erguida cola y la voluminosa cabeza que emerge de su pequeño cuerpo, de cuyo color (parte de él) toma el nombre. En total, su población se mantiene en la actualidad aquí entre una decena y una veintena de parejas, según el año. La Consejería de Medio Ambiente, que ahora comparte departamento con Mar Menor, Universidades e Investigación, y es la encargada oficialmente de realizar el seguimiento del ave, registró 16 parejas nidificantes en 2022, distribuidas entre las Lagunas de Campotéjar, las de las Moreras, las de Cabezo Beaza y las Salinas de Alhama de Murcia. En otros puntos, como ocurre especialmente en el embalse de Santomera, el ave se presenta fundamentalmente en invierno, que es el momento en el que la más nos visita (ahora en primavera es mucho más escasa), proveniente en buena parte de Castilla-La Mancha y la Comunidad Valenciana, entre otras zonas, incluida también Andalucía, apunta Sallent. El biólogo estima que puede haber, grosso modo, en torno a unas 200 malvasías en la Región durante la estación más fría del año.
Cuatro antiguas instalaciones de depuración y dos campos de golf acogen ahora poblaciones de esta ave amenazada de extinción
Sallent resume que la aparición de la malvasía en la Región durante las dos últimas dos décadas se ha producido, «sobre todo, a raíz de la transformación de las antiguas depuradoras de lagunaje en humedales». Estas instalaciones se han acabado empleando para almacenar agua limpia, principalmente con fines agrícolas, de la que ahora sacan tajada distintas especies acuáticas, en especial nuestra protagonista, que en la década de 1970 estuvo a punto de desaparecer en España. La malvasía es un pato buceador y, por tanto, necesita aguas profundas, que son precisamente las que tienen estas antiguas instalaciones de depuración, en las que la hondura era un factor clave para cumplir su función. Ballesteros, que es uno de los artífices de la conservación de antiguas instalaciones de depuración como las de Campotéjar y las Moreras, explica que las especiales condiciones de estos humedales artificiales «ha favorecido que haya unas concentraciones de aves muy altas, con especies muy amenazadas en el contexto mundial, como la malvasía».
La otra cara de la moneda es que estas lagunas artificiales no cuentan siempre con unas orillas idóneas para la especie. Con frecuencia, como ocurre en Cabezo Beaza, la malvasía encuentra una profundidad de una lámina de agua limpia ideal, que le lleva a estar presente, pero donde difícilmente puede reproducirse por la ausencia de orillas, y sin zonas en las que hacer los nidos. «No hay que olvidar que no son humedales naturales», insiste Ballesteros, pero «muchas veces no se tiene en cuenta» y se tiende a no tocarlos. El profesor pone el ejemplo de los antiguos caminos asfaltados en los márgenes de las balsas de las Lagunas de Campotéjar, que se han dejado colonizar por vegetación, lo que califica de error, porque «va a generar a largo plazo un problema de estabilidad de esos márgenes, con filtraciones y pérdida de impermeabilización de las balsas que va a ser muy costoso de reparar».
El año pasado, la Consejería de Medio Ambiente registró en total 16 parejas nidificantes de malvasía en toda la Región de Murcia
Vemos, así, cómo la intervención humana, que en un primer momento ha procurado la recuperación de la malvasía de forma indirecta, se precisa ahora de forma directa para consolidar el proceso. El biólogo destaca la exitosa experiencia de habilitar islas flotantes, realizadas con vegetación (las raíces no cuentan con sustrato, sino que van directamente al agua) ensayadas por Anse. «Ha funcionado muy bien», asegura, y ahora «las malvasías llevan varios años criando en Cabezo Beaza, donde no lo hacían pese a que sí se alimentaban en el lugar y se las encontraba todo el año». Se trata, añade, «de una actuación relativamente sencilla que se puede replicar y llevar a otros lugares».
Ballesteros avisa de que en las Lagunas de las Moreras, por ejemplo, el hábitat no se está manejando de forma adecuada, lo que ha impedido que la especie se reproduzca en 2022 (las 16 parejas nidificantes registradas el año pasado contrastan con las 25 o más de 2019 y 2020).
Tras la exitosa recuperación iniciada por la malvasía en los últimos años (en la medida en que se pueda emplear esta expresión teniendo en cuenta que la especie sigue en peligro), «ahora lo que hace falta es seguir creando hábitat para que tenga más localidades en las que reproducirse», resume Sallent. «La previsión para el futuro», concluye Ballesteros, es que la población total se mantendrá en unos niveles óptimos, aunque en determinadas áreas los ejemplares reproductores se van a conservar o no en función del manejo que se realice del hábitat del humedal. No conviene, por tanto, dejarlo estar. En este caso la clave se encuentra en que la intervención humana siga dejando un impacto propicio para el pequeño pato buceador.
Unos espacios artificiales y protegidos
La creación de unos hábitats ideales para la malvasía por obra y gracia, y en este caso también involuntaria, de la mano humana, ha generado unos espacios singulares en la Región de Murcia que también precisan de protección. Afortunadamente, la mayor parte de estos lugares en los que se va enseñoreando nuestro pato están protegidos. Las lagunas de Campotéjar y de las Moreras son ZEPA y Sitio Ramsar. El embalse de Santomera y las lagunas de las Salinas cuentan con la figura de Paisaje Protegido y ZEPA (zona de especial protección para aves) y las lagunas de Cabezo Beaza también cuentan con el marchamo de Paisaje Protegido. La especie, calificada en peligro de extinción en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, cuenta desde 2016 con un plan de recuperación en la Región de Murcia, lo que implica que «todos los años se hacen actuaciones» específicas para su recuperación, entre las que se incluye su seguimiento biológico, el control de posibles brotes epidemiológicos en sus humedales, el control de especies invasoras que le perjudican, el mantenimiento de una serie de encuentros especializados y el seguimiento de la calidad y del agua y las características de la vegetación del hábitat en el que está la especie.
Sin embargo, no está todo hecho. El profesor de Geografía Gustavo Ballesteros echa en falta, por ejemplo, «que los gestores de la Administración tengan los adecuados asesores especialistas en humedales». De ese modo, se podrán tomar las medidas más acertadas en cada caso, lo que, lamenta, no siempre ocurre. De momento, la Consejería de Medio Ambiente.
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