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Volver al Sáhara
Jorge Martínez

Volver al Sáhara

Este viaje a los campos de refugiados saharauis es especial para Cirugía Solidaria, que regresa al lugar en el que empezó su andadura hace 24 años; pero lo es también para el autor de esta crónica

Jorge Martínez

Domingo, 7 de abril 2024, 13:48

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Mis padres vivían en El Aaiún en 1975, y allí podría haber crecido yo. La invasión y ocupación militar de la entonces provincia española truncó sus planes, y junto a miles de españoles, abandonaron el Sáhara en la famosa «operación Golondrina», regresando a la Península conmigo dentro.

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Los hijos somos un reflejo de nuestros padres. También de sus recuerdos y anhelos. A los míos les he escuchado toda la vida hablar del pueblo saharaui, de su resiliencia y su sentido del honor, de su orgullo inquebrantable y su camaradería, de lo felices que fueron allí, de la injusticia que supuso su abandono.

Viajar aquí tiene, por tanto, algo de familiar, de reencuentro con un pueblo que, de alguna forma, pudo ser el mío.

Jorge Martínez / Roi Valverde
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Tras la retirada definitiva del Ejército español a comienzos de 1976 y la invasión de Marruecos, la población comenzó a huir de las ciudades, primero hacia el interior del territorio saharaui, en improvisados campamentos de jaimas, convertidas en el símbolo de este pueblo nómada; después, tras los bombardeados de Um Draiga con fósforo y napalm (la Federación Internacional de Derechos Humanos llegó a acusar al gobierno marroquí de genocidio), hacia territorio argelino, en la zona de Tinduf, un municipio fronterizo del suroeste de Argelia, donde cerca de 200.000 saharauis continúan hoy soñando con volver, algún día, al hogar que les fue arrebatado.

El periodista Tomás Bárbulo, autor del ensayo 'La historia prohibida del Sáhara español', partiendo de los informes de Amnistía Internacional y de la Media Luna Roja, se refiere así sobre aquellos tiempos de miedo y éxodo: «La represión fue feroz. Hubo saharauis que fueron arrojados desde helicópteros o enterrados vivos. Las detenciones y torturas fueron continuas. Muchos murieron o sufrieron gravísimas quemaduras como consecuencia de las bombas incendiarias».

Las palabras 'éxodo', 'bombardeo', 'ocupación' y 'genocidio', deberían ser solo el eco, cruel y despiadado, de épocas antiguas. Sin embargo, las actuales guerras en Gaza, Ucrania, Sudán, Yemen, Myanmar o Siria las han devuelto a una vergonzosa actualidad que nos lleva a preguntarnos si realmente hemos evolucionado.

Según datos de ACNUR, el número de refugiados en el mundo ha alcanzado cifras históricas en la última década, y son ya más de 29 millones de personas las que malviven en verdaderas metrópolis convertidas en limbos.

Aterrizo en Argel. Recorro el trayecto que va desde el moderno aeropuerto internacional hasta la pequeña terminal de vuelos nacionales. Al llegar al control de pasaportes le pregunto al gendarme por una cafetería en la que poder comer algo y resguardarme durante las cuatro horas de escala. El tipo me mira incrédulo y me recuerda que estamos en Ramadán.

La terminal está llena de gente, pero hay un silencio hueco y extraño, interrumpido solo por las risas de unos niños que intentan atrapar a una paloma que corre despavorida.

La gente espera, inmóvil y somnolienta, intentan evitar cualquier esfuerzo, cualquier gasto superfluo de energía. Llevan desde ayer en ayunas, y más que esperar un vuelo parecen contar las horas para la caída del sol, que dará paso al festín nocturno, el iftar, iniciado siempre con un dátil.

Jorge Martínez
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Roi Valverde
Roi Valverde
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Aterrizo en el aeropuerto de Tinduf bien entrada la noche. Allí me esperan Jatra y Lekbir para trasladarme a Rabuni, sede política y administrativa del Frente Polisario donde se ubica el centro de protocolo, un complejo amurallado y protegido en el que hacen vida los expatriados que trabajan en los campamentos. El centro está muy cerca del Hospital Nacional en el que Cirugía Solidaria trabaja, día y noche, desde su llegada hace cuatro días.

Llego a casa pasada la medianoche, antes incluso de que el equipo médico regrese del hospital. El ambiente es festivo. Loli y Cati se esmeran en preparar la cena en honor a los que celebran su santo, y al cumpleaños de May.

Alrededor de una mesa comunal, como si de una cena familiar se tratase, los 23 cooperantes hablan de los casos tratados hoy, de ingeniosas soluciones para solventar las carencias y dificultades técnicas, y de lo mucho que aún queda por hacer.

Al final de la noche les toca a los nuevos decir unas palabras. Son numerosos en esta misión en la que la dilatada experiencia de muchos de sus miembros se entremezcla con el bautismo de los que inician su andadura en la organización. El cansancio hace mella en sus rostros, pero la alegría de saberse útiles y el reto de ayudar al mayor número posible de pacientes, reconforta más que la promesa de unas pocas horas de sueño reparador. El ritmo frenético de este grupo te obliga a dar lo mejor de ti, a intentar estar a su altura. Pero es prácticamente imposible si no eres uno de ellos.

Al despertar, un cielo azul, casi irreal, y el calor abrasador, me recuerda que estamos en mitad del desierto más grande del planeta, una superficie árida de más de nueve millones de kilómetros cuadrados que abarca la mayor parte de África del Norte.

Decido arrancar la jornada en El Aaiún. Es otro Aaiún, a 500 kilómetros del original, pero aquí los nombres de las cinco wilayas en las que se dividen los campos de refugiados (El Aaiún, Esmara, Auserd, Bojador y Dajla), son una forma de recordar, de no olvidar que los que habitan este lugar pertenecen en realidad a otro sitio.

Roi Valverde / Jorge Martínez
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Voy al encuentro de Paco Toledo, jefe de Psiquiatría del Hospital Virgen de la Arrixaca, y profesor en la Universidad de Murcia. Paco es uno de los que se bautizan como miembro de Cirugía Solidaria en esta misión, aunque no es nuevo en el mundo de la ayuda humanitaria. Ha recorrido medio mundo tratando a pacientes con trastornos mentales graves, y ha formado parte de diversas misiones de Médicos Sin Fronteras.

En el argot deportivo, podríamos decir que Paco es un gran fichaje, no solo por ser uno de los grandes nombres de la psiquiatría de nuestro país o porque su actitud, generosa y divertida, es siempre útil en estos viajes, sino porque su presencia permite incluir la salud mental, por primera vez, dentro de la labor que Cirugía Solidaria desarrolla en sus misiones.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, casi mil millones de personas en el mundo están afectadas por un trastorno mental -un 14% son adolescentes-. Son la principal causa de discapacidad, y en los casos más graves, reduce la esperanza de vida de los afectados entre 10 y 20 años, aumentando, además, el riesgo de muerte por otras enfermedades.

Tiene sentido, por tanto, que una organización que tiene como principal objetivo mejorar y garantizar el acceso a la salud de la población más desfavorecida, en el continente más desfavorecido, preste atención al que, sin duda, es hoy uno de los grandes problemas sanitarios de nuestra sociedad.

«Cirugía de las ideas», le llama Paco

El psiquiatra me pide que me siente a su lado a pasar consulta, y me presenta a las psicólogas saharauis como su ayudante. Es fascinante ver cómo interpreta los síntomas y es capaz de diagnosticar, casi al instante, observando apenas los gestos y la mirada de los pacientes. Paco tiene una manera especial de tratar a la gente, que no solo refleja una enorme experiencia y conocimiento, sino una proximidad y una humanidad que resultan conmovedoras.

La psicóloga responsable del área de salud mental del Ministerio de Salud saharaui nos explica que sigue habiendo un gran rechazo y estigma hacia este tipo de enfermedades, que no hay un solo psiquiatra en los campos de refugiados, y que apenas tienen tres fármacos para recetar a los pacientes, algunos de ellos muy viejos y con efectos secundarios. Los médicos, nos cuenta, son los que tienen la facultad para recetar, pero a menudo escurren el bulto y no quieren aceptar la existencia de este tipo de trastornos.

Asier Aldea
Roi Valverde
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La labor de estas psicólogas es ingrata y extraordinariamente difícil en este contexto, pero son conscientes de que es más importante que nunca en un momento en el que los trastornos mentales afectan a un porcentaje elevado de la población refugiada, y a edades cada vez más tempranas. Paco les dice que tiene mucho mérito lo que están haciendo y las anima a seguir trabajando. Se compromete a hablar con el ministro de Salud saharaui para proponerle que, como medida extraordinaria, las psicólogas puedan recetar fármacos, y se ofrece a formarlas y enviarles fármacos de última generación desde España.

Paco suele viajar estos días por las wilayas acompañado de Silverio, oncólogo encargado de realizar las ecografías con las que se diagnostica tumores, piedras en la vesícula, hernias y eventraciones.

Silver, como le llaman sus compañeros, se muestra preocupado por los altos índices de obesidad de las mujeres saharauis. Para lograr esas figuras redondas llegan, incluso, a tomar esteroides anabolizantes que compran en el mercado negro, y cuyo consumo provoca numerosos problemas cardiovasculares.

De la alimentación de los refugiados saharauis se ocupa ACNUR (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados) a través de la Media Luna Roja, y se compone de una cesta mensual para cada refugiado con cinco kilos de harina, un litro de aceite, medio kilo de azúcar, y medio kilo de arroz. A veces, solo a veces, la cesta incluye algo de verdura, y nunca legumbres, fruta, pescado o carne. Tampoco leche para los niños, solo para los lactantes. Con esta dieta, no es de extrañar que el 50% de la población infantil sufra desnutrición, y que el 50% de la población tenga anemia.

Podría sorprender que, en este contexto de pobreza alimentaria, las mujeres saharauis hagan lo imposible para estar gordas. Si en Europa el canon de belleza impuesto por las revistas de moda y las redes sociales lleva a muchas mujeres y niñas a una delgadez extrema, para los hombres saharauis las mujeres deben parecerse a una venus paleolítica, esas misteriosas figuras de la Edad de Hielo que mostraban a mujeres obesas y embarazadas, y que los investigadores han relacionado con la idealización del cuerpo durante periodos de estrés nutricional extremo. El sobrepeso, por tanto, es aquí cultural, y tiene que ver en realidad con el miedo al rechazo de los hombres, que asocian la delgadez de las mujeres a una menor fertilidad, a la escasez y la enfermedad.

Jatra me recoge en su coche por la mañana para llevarme a conocer al Ministro de Cultura y preparar la presentación de 'El Juramento', el documental sobre Cirugía Solidaria que he dirigido y que hoy proyectaremos en Bojador. La relación del Sáhara con el cine es bien conocida gracias a la extraordinaria labor de FiSahara, el festival de cine que desde 2004 se celebra en los campamentos de refugiados con el respaldo del Frente Polisario. Una iniciativa que tiene como objetivo preservar la cultura e identidad del pueblo saharaui, y que ha permitido, incluso, la puesta en marcha de una escuela de formación audiovisual donde se capacita a jóvenes en la producción de cine para que puedan retratar sus vidas y abordar sus problemas. Los estudiantes que se gradúan en esta escuela se han convertido en la primera generación de cineastas refugiados del mundo.

Por la noche, en compañía de algunos vecinos de la wilaya, los miembros de Cirugía Solidaria contemplan la película en el interior de una jaima. Ver el documental en este contexto, junto a ellos, hace que todo lo que en esta película muestra tenga aún más sentido y valor.

Junto a Paco y Silverio, en el convoy que recorre cada día una de las cinco wilayas viaja también Miguel Alcaraz, miembro de Pediatría Solidaria, una ONG que colabora y apoya a Cirugía Solidaria permitiendo sumar esta especialidad al abanico creciente de los servicios de atención que presta en sus viajes a terreno. Miguel me cuenta que hay niños a los que está viendo, de cinco y seis años, que nunca habían visitado un médico. En los campos de refugiados solo hay un pediatra para una población de cerca de 200.000 saharauis en la que, un porcentaje muy elevado, son niños.

El joven pediatra pasa consulta y realiza mediciones con el llamado 'brazalete salvavidas', una cinta métrica que se coloca en el brazo de niños con edades de entre seis meses y cinco años y que permite medir, de manera fácil y rápida, el estado de salud nutricional de los pequeños. La cinta, fabricada en plástico, se coloca en el antebrazo y dispone de varios colores relacionados con el perímetro: el color verde (12,5 centímetros) considera que el niño está bien alimentado. El color amarillo (entre 11,5 y 12,5 centímetros) indica desnutrición moderada y requiere suplementos alimentarios. El color rojo (por debajo de 11 centímetros) significa desnutrición severa y requiere el ingreso urgente. Este sistema permite no solo capacitar al personal médico local para su uso, sino a las propias madres, para que puedan diagnosticar los casos de desnutrición e intervenir antes de que sea demasiado tarde.

Miguel y la enfermera Ana Marín -una veterana de Cirugía Solidaria que no se pierde una misión y que ejerce siempre un compromiso inquebrantable con los más desfavorecidos, especialmente con los niños-, realizan también un importante trabajo de formación con enfermeras y matronas en las wilayas. Les enseñan técnicas de parto y, sobre todo, maneras de evitar complicaciones que suponen la causa de más de la mitad de la mortalidad infantil en los campos de refugiados saharauis.

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En el Hospital Nacional no hay UCI neonatal ni nada que se le parezca. Ni siquiera existe un área de hospitalización infantil. Los bebés nacen en casa, y cuando hay complicaciones, las enfermeras deben visitar a los pacientes sin apenas medios. Por eso resulta tan importante esta labor de formación, que empodera a las enfermeras pero sobre todo ayuda a prevenir muchas muertes y enfermedades derivadas de los partos, como la encefalopatía hipósico-isquémica, que puede desembocar en parálisis cerebral y en graves trastornos. Mas del 90% de estas asfixias neonatales ocurren en países en vías de desarrollo, donde el 8% de todos los partos necesitan de algún tipo de reanimación.

Le explico a Miguel que me resulta muy interesante esta colaboración entre Cirugía Solidaria y Pediatría Solidaria. Creo firmemente en el poder de las alianzas y en el valor que supone la suma de esfuerzos para lograr más y mejores resultados. En esta línea, PupaClown, asociación de payasos de hospital que trabaja en el Hospital Virgen de la Arrixaca desde 1998 y una de las entidades sociales más queridas de los murcianos, se unirá a la próxima misión de la ONG quirúrgica en Kenia, prevista para el mes de junio. Pepa Astillero viajará con los médicos, enfermeras y cirujanos para prestar apoyo psicológico, terapéutico y de integración a niños y jóvenes hospitalizados a través del teatro 'clown' y del enorme poder sanador de la risa.

Por la tarde regreso a Rabuni y observo de cerca el trabajo en el quirófano. Están haciendo el preoperatorio de un paciente que, al quitarse la camiseta, descubre un cuerpo repleto de cicatrices. Se llama Nafei Mohammed, tiene 35 años, y es soldado del ejército del Frente Polisario. Mientras combatía en Maheires (una zona del Sáhara occidental, en la frontera con Mauritania, liberada por los saharauis), un dron marroquí lanzó un cohete que mató a tres soldados e inundó su cuerpo de metralla.

La radiografía muestra los fragmentos, de diferentes tamaños, incrustados en su espalda y omoplatos. José Manuel Rodríguez y Víctor Soria proceden a extirparlos. Yo observo el proceso junto a ellos, absorto, preguntándome cómo es posible ese nivel de resiliencia al dolor. Los cirujanos van sacando los trozos de metralla. Fragmentos metálicos retorcidos en los que el gris oscuro se mezcla con el rojo de la sangre.

Como en el resto de misiones, el trabajo de formación y capacitación del personal local por parte de Cirugía Solidaria es una prioridad. La inmensa mayoría del personal médico que trabaja en los campamentos saharauis o es cubano o se ha formado en Cuba como parte de los acuerdos que el país caribeño mantiene con países de todo el mundo, y que permite no solo la formación de miles de sanitarios, sino también de docentes e ingenieros.

Por la noche el grupo viaja a casa de Jatra, en Auserd, donde cenarán y dormirán todos juntos en su Jaima, en lo que ya se ha convertido en una tradición de las misiones a Tinduf. La experiencia es parte de la convivencia y de una relación humana donde no hay privilegios ni estatus. Como diría Chitina, «somos 24, pero somos uno».

El último día decido acompañar a Paco Toledo a ver a un paciente al que trató al comienzo de la misión. Se trata de un chico de 21 años aquejado de esquizofrenia. Paco lo encontró atado, agazapado en una esquina y escuchando voces en su cabeza. Con la ayuda de varios, logró inmovilizarlo y medicarlo. Al llegar a la jaima, el chico sale a nuestro encuentro y abraza al psiquiatra durante varios segundos. Ya en el interior, nos prepara un té mientras conversamos con su padre bajo su atenta e inteligente mirada. Paco está muy sorprendido con la mejoría del chico, y transmite a la familia que, si son capaces de lograr que se tome el tratamiento de manera regular, su hijo podrá volver a ser una persona normal. «Insha´Allah», responde el padre mirando al chico con ternura.

Ya en Rabuni, decido hablar con alguno de los nuevos cooperantes. El futuro de Cirugía Solidaria pasa, sobre todo, por asegurar el relevo generacional y lograr despertar en los sanitarios más jóvenes el espíritu solidario y la pasión por ayudar que contagian los más veteranos. Pedro Sánchez es un anestesista de 30 años que está terminando su primer año de adjunto. Las bromas con su nombre y apellidos son constantes, pero este es otro Pedro Sánchez, que lejos de abandonar al pueblo saharaui ha decidido viajar aquí, dedicando parte de sus escasas vacaciones, dejando sola a su mujer, y pagando de su bolsillo los costes que supone este viaje.

Pedro me cuenta que siempre le llamó la atención la cooperación y que tenía muchas ganas de aprovechar esta oportunidad. Le pregunto cómo ha vivido esta experiencia y me responde, con un nudo en la garganta y los ojos llorosos, que no somos conscientes de la suerte que tenemos en España, que no entiende cómo podemos quejarnos tanto, o que haya gente, incluso, que agrede e insulta a los facultativos. El joven anestesista está muy agradecido por cómo le han aceptado en el grupo desde el primer momento. Me habla de camaradería, de familia, de humanidad. Y se vuelve a emocionar.

El día de regreso a España es siempre duro. La intensidad y la vorágine de la campaña, dan paso a una cierta melancolía. José Manuel aprovecha para pedir informes y datos sobre los siete días de campaña: 189 intervenciones quirúrgicas, más de 700 consultas, 95 ecografías, 6 cursos de formación. Imposible hacer más en menos tiempo.

En la cola del embarque, una chica argelina me pregunta quiénes somos. Le explico, y me pregunta, entusiasmada, si puede hacerse una foto con todos. Tiene sentido, me digo, que alguien quiera fotografiarse con un grupo de personas que son el reflejo de lo mejor del ser humano, en un mundo que necesita, más que nunca, del compromiso con los demás.

En el avión, sentado en mi asiento, observo por la ventanilla a una bandada de golondrinas que sobrevuela el aeropuerto. En esta época del año empiezan a regresar de su éxodo invernal. Lo hacen a sus nidos de siempre, con los suyos.

Ojalá, algún día, saharauis, palestinos, rohinyas, sirios, afganos, ucranianos, sudaneses, somalíes… puedan regresar a sus nidos como las golondrinas. Ojalá el mundo no se olvide de ellos.

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