Cuando la Región miró a Chernóbil
El accidente de la central nuclear ucraniana en 1986 elevó los casos de cáncer en Bielorrusia y llevó a los murcianos a acoger a niños de ese país
Solo 16 kilómetros separan la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, de la frontera con Bielorrusia. La fuga radiactiva en la planta en 1986 y ... sus catastróficas consecuencias han vuelto a la actualidad 36 años después por la guerra y la amenaza nuclear rusa. Aquel accidente despertó, como el conflicto bélico ahora, la solidaridad de los murcianos, que desde entonces han acogido en sus casas en estancias temporales a 2.000 menores bielorrusos afectados por la radioactividad que les llegó de Ucrania.
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La Asociación Familias Solidarias con el Pueblo Bielorruso se fundó en Lorca en 1998, después de la llamada desesperada del alcalde de Moguilev, que recorrió media España pidiendo ayuda ante la alta incidencia de cáncer de tiroides en niños por el efecto del desastre nuclear que se había producido 12 años antes. Comenzó entonces la cruzada de la asociación, que ha procurado durante estos años familias de acogida a los menores para reducir los niveles de radiación en sus cuerpos con largas estancias fuera de su país, primero durante julio y agosto y después también un mes en invierno, aprovechando las vacaciones de Navidad.
«Vimos que la mejor forma de evitar el cáncer era que estuvieran un tiempo en un entorno no contaminado y comiendo productos sanos», explica a LA VERDAD el presidente de la asociación, Pedro Javier Guevara. Se mide la radiactividad de sus cuerpos antes de abandonar Bielorrusia y a la vuelta se ha reducido entre un 35% y un 45% y son menos propensos a padecer cáncer. Durante su permanencia en la Región, los menores, que tienen edades comprendidas entre los 7 y los 17 años, se incorporan a la cartilla médica de las familias de acogida como uno más, porque suelen tener problemas de visión, audición y dentales que hay que tratar, y la mayoría acusan la falta de vitaminas.
La mayor parte de ellos viven en Moguilev y en Gómel, una población de 500.000 habitantes situada a cinco kilómetros de la frontera con Ucrania. Algunos residen a 15 kilómetros de la central nuclear, «son zonas altamente contaminadas», explica Guevara. Durante estos años, los miembros de la asociación han viajado en numerosas ocasiones a Bielorrusia, han visitado hospitales infantiles, han conocido a las familias, saben cómo viven y se ha estrechado el vínculo con este país golpeado por la tragedia.
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Vecinos de la guerra
La mayoría de las familias reciben a los mismos niños de acogida durante varios años hasta que cumplen la edad máxima permitida para participar en esta iniciativa solidaria y, en algunos casos, financian sus estudios universitarios en su país o en España. Durante la pandemia se han interrumpido las visitas, pero se mantiene el contacto y los miembros de la asociación hacen habitualmente la compra por internet en supermercados de Bielorrusia a los que tienen menos recursos económicos.
Darya Zirkova pasó la vacaciones en casa de Guevara durante nueve veranos. Ahora tiene 23 años y estudia en la Universidad pero «hablamos con ella a menudo y vamos a visitarla a Gómel», la última vez en 2019, año en el que acogió durante la Navidad a otra niña, Daniela Michkova. El lorquino lamenta que durante la pandemia los niños bielorrusos hayan dejado de recibir esas atenciones médicas en España y para este verano planea retomar la acogida de 60 menores, pero, aunque el Gobierno bielorruso ya la ha autorizado, todo dependerá del curso de la guerra en el país vecino. «Sabemos que las familias están muy preocupadas» por el conflicto bélico, con la línea de frente a muy pocos kilómetros y, «aunque no les afecta directamente, ven los aviones militares pasar muy cerca sus casas. No hablamos de la guerra, los bielorrusos son reacios a contar exactamente lo que están viviendo», reconoce.
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