Los niños de Santa Cruz se hacen mayores: la nueva vida de Alou Malle
Entró en el centro de menores que la Comunidad va a cerrar tras el pacto con Vox: llegó solo desde Mali, hoy tiene 20 años, es independiente, trabaja como albañil y paga un alquiler en Murcia: «Soy feliz»
Alou Malle tenía solo 15 años cuando la guerra en Mali le empujó a salir de su pueblo, Namadiola, en dirección al norte. Dos golpes de estado en 2020 y 2021 y el recrudecimiento del conflicto armado que su país sufre desde 2012 lo lanzaron al mar. Aunque antes tuvo que pasar por Argelia y Libia, los dos primeros destinos de un largo trayecto como migrante que terminó en 2021 en el centro de menores Rosa Peñas, en la pedanía murciana de Santa Cruz, unas instalaciones hoy en el ojo del huracán y al borde del cierre, después de que el PP se comprometiera a cerrarlo en su acuerdo con Vox para aprobar los Presupuestos.
Allí, Alou se hizo mayor, aprendió a buscarse la vida y logró, apoyado por los profesionales de la ONG Accem y de un programa de orientación laboral y acompañamiento de la Consejería de Política Social, acceder a un empleo digno y contar con una vida normalizada. «Soy superfeliz», asegura, ya muy lejos de todo lo sufrido, y también del ruido político.
En Argelia pasó los tres primeros meses, un tiempo que recuerda como «malísimo», lejos de sus padres y escondido de la Policía para que no lo encerraran en la cárcel por no tener papeles. Compartía piso con muchos otros que escapaban de horrores parecidos a los que él había visto. «Había mucha gente de Mali, de Guinea, de Camerún, todos allí juntos», afirma. Sin embargo, el miedo que sintió en Argelia no fue nada comparado con el que le recorrió el cuerpo cuando un conductor de las mafias del tráfico de personas lo abandonó en la frontera con Libia para que cruzara a pie en mitad de la noche. La cárcel era, para entonces, el menor de sus problemas. «Toda la gente me decía que la Policía de Libia, cuando te encontraba, te disparaba y te mataba».
Durante cuatro meses trabajó como albañil para reunir el dinero que le exigían por subirse a la patera en la que se lanzaría al Mediterráneo y que terminaría, tras dos días de viaje, en un rescate en altar mar por parte del buque 'Open Arms'. Aún recuerda el número exacto de personas a bordo: «107».
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Los últimos del Mediterráneo
El preludio de la mortífera ruta atlántica a Canarias
La ruta que Alou siguió es cada vez menos habitual para los que escapan de países del África occidental y central. Solo el pasado año, el denominado trayecto del Mediterráneo central registró una caída de migrantes procedentes de esta zona del 83%, según un informe de la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU, debido fundamentalmente al endurecimiento de las políticas migratorias de Italia y el mayor control en la frontera de Libia. Eso ha llevado a los que escapan de países como Mali a decantarse por una opción mucho más peligrosa: la ruta Canaria que ha colapsado los centros de acogida del archipiélago.
Tras el rescate, a Alou lo llevaron a un campamento de emergencia en Italia con 400 personas, pero su sueño era ir a otra parte. «De pequeño me gustaba mucho el fútbol del Barcelona. Siempre le decía a mi padre que vendría a España», dice sonriendo. Luego, un amigo le aseguró «que Murcia era un lugar muy bonito, que la gente te trataba bien y que era más fácil encontrar trabajo». Así que, con el dinero justo para comer, Alou emprendió un nuevo viaje, esta vez en tren y como polizón. «Venía el revisor y me preguntaba: '¿Dónde está tu billete?' Y yo le decía: 'No tengo billete y no tengo dinero'. Cuando llegaba a la siguiente parada, me dejaban allí. Luego esperaba otro tren».
Cuando finalmente llegó a Murcia, no encontró el recibimiento esperado. «Llamé a mi amigo y le dije que yo no tenía familia aquí, pero me acompañó a la comisaría de Policía», recuerda. Así tramitaron su ingreso en Santa Cruz. Nada sabía ni supo Alou mientras estuvo dentro de la existencia de un partido político que desde 2019 venía reclamando insistentemente el cierre de las instalaciones por asociarlas a un aumento de la criminalidad. Tampoco de las concentraciones en la puerta con pancartas que rezaban 'No al centro de menas'.
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Una estancia ajena a la polémica
«El Rosa Peñas era como estar con mi familia»
Dentro del centro, nada de eso existía. «Era como mi familia –rememora Alou–. Estaba durmiendo en estaciones y me encontré en casa. Podía comer, ducharme, ir a clase... Los educadores fueron muy buenos. Eran mis amigos. Me enseñaron a hablar español y tuve formación como cocinero y albañil».
Pronto, los trabajadores le explicaron que solo podría estar allí hasta que cumpliera los 18. Un momento crítico en el que la ley dicta que deben abandonar el sistema. «Muchos quedan en situación de calle y llegan a nuestras puertas el mismo día de su cumpleaños, porque ya no tienen dónde ir», explica Lucía Ato, coordinadora, en la ONG Accem, del Servicio de Preparación para la Vida Independiente a Personas Jóvenes Tuteladas y Extuteladas en Riesgo de Exclusión Social que financia el Gobierno regional.
Esta herramienta, que en 2024 acompañó a más de 300 de estos jóvenes, busca prepararlos para labrarse un futuro por sí mismos cuando los apoyos cesen. Para ello cuenta con un equipo multidisciplinar que incluye psicólogos, trabajadores sociales, educadores y orientadores laborales. El programa tiene dos modalidades: una con acogimiento residencial y apoyo, para la que Accem cuenta con 31 plazas, y otra donde se prestan las mismas ayudas pero sin alojamiento.
Lo que los profesionales encuentran en esos jóvenes abocados a hacerse mayores de golpe es sobre todo ansia por salir adelante. «A veces tengo que insistirles en que estudien, porque quieren ponerse a trabajar inmediatamente», explica Irene Martínez, orientadora laboral en Accem. Muchos lo consiguen: «Más del 70% de los jóvenes con los que trabajamos logran la inserción laboral, y más del 90% realizan alguna formación», cuenta Lucía Ato. «Se incorporan de una manera natural a nuestra sociedad porque su único objetivo es tener una vida digna».
Con esa ayuda, Alou no tuvo que volver a la calle. Primero encontró trabajo como cocinero, una labor que desempeñó durante un año y nueve meses, alquiló un piso y recientemente comenzó a trabajar como albañil.
Esta semana, Vox pidió el cierre de todos los centros de menores que acojan extranjeros como él por considerarlos un peligro. Él no lo sabía. Como tampoco dice saber nada sobre discriminación o racismo. No es lo que él ha encontrado. «En Murcia no lo he sufrido. Tuve mucha suerte. La gente ha sido muy buena conmigo».
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