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Laura Monedero recoge chapapote con sus manos en una de las zonas de costa de Muxía. L.M.

Murcianos contra el chapapote

Cuatro voluntarios, que lucharon hace dos décadas contra el vertido del petrolero, recuerdan la «impotencia» que sintieron ante la magnitud de la catástrofe

Daniel Vidal

Murcia

Domingo, 13 de noviembre 2022, 07:43

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El chapapote no huele a lo que se supone que debe de oler el chapapote. «No es gasolina. Es mucho más fuerte. Es un olor asqueroso, como a azufre. Un olor pegajoso, que se te impregna por todo el cuerpo y tarda en salir mucho tiempo». Tanto tiempo como veinte años, que son los mismos en los que la memoria de la periodista Laura Monedero no ha podido desprenderse aún de todas las sensaciones que se clavaron para siempre cuando bajó a los acantilados de Muxía, en Galicia, para luchar con sus propias manos y una pequeña espátula contra una marea negra de más de 70.000 toneladas de petróleo.

Este mes se cumplen dos décadas del desastre del 'Prestige', una de las mayores catástrofes ecológicas de la historia. El 13 de noviembre de 2002, el petrolero sufrió una vía de agua cuando navegaba a 28 millas de la costa y las autoridades españolas comenzaron un rocambolesco periplo remolcando el barco mar adentro hasta que, el día 19 de noviembre, se partió en dos. Y toda la costa de Galicia se tiñó de negro.

¿Toda? No. Aquella descomunal marea negra fue contestada en los primeros momentos por una marea blanca de voluntarios que llegó desde todos los rincones del país. También de la Región de Murcia. Laura Monedero, que entonces trabajaba en LA VERDAD, fue solo una de las muchas jóvenes que se sumó a la ola de solidaridad en uno de los viajes organizados por el Servicio de Voluntariado de la Universidad de Murcia. En un principio, la única institución que se movilizó en la Región con ayuda de algunas empresas que aportaron mascarillas, guantes, monos de trabajo y hasta los autobuses en los que se desplazaron cientos de murcianos a tierras gallegas. Entre ellos -además de Laura Monedero-, la bióloga Sara Montoya, el psicólogo Javier Morales y el catedrático de Medicina Legal y, por aquel entonces, coordinador del Servicio de Voluntariado, Eduardo Osuna.

Laura Monedero, Eduardo Osuna, Sara Montoya y Javier Morales, reunidos esta semana en un jardín de Murcia. Martínez Bueso

«Al bajarnos del autobús, la primera vez, fue como si nos hubieran teletransportado a otro planeta», describe Monedero. «Te impacta muchísimo, porque ves la destrucción total en estado puro, y sobre todo la incertidumbre de no saber cuánto va a durar, ni lo que va a pasar», resume quien, después de pasar jornadas de sol a sol retirando ingentes cantidades de fuel de las rocas, se quedaba unas horas más en 'El Correo Gallego' «inundando la Redacción de olor a chapapote» para enviar las crónicas a este periódico. «Más que escribir, vomitaba», ilustra.

Protagonistas

  • Eduardo Osuna (Catedrático de Medicina Legal): «El tesón y el empeño de la gente, la implicación y el compromiso ante la catástrofe, quizá fue lo más emocionante»

  • Javier Morales (Psicólogo): «La sensación era de irrealidad; aquel primer viaje a Galicia fue desolador, horrible. Todos acabamos llorando»

  • Laura Monedero (Periodista): «Bajamos del autobús y fue como si nos hubieran teletransportado a otro planeta; ves la destrucción total en estado puro»

  • Sara Montoya (Bióloga): «No sabía qué íbamos a hacer allí ni lo que nos íbamos a encontrar, pero sí sabía que iba para darlo todo»

Un trabajo ¿inútil?

Monedero coincide con el resto de sus compañeros de expedición reunidos por LA VERDAD -con los que se ha reencontrado después de veinte años- en la «impotencia» que sentían los voluntarios al volver al día siguiente a la misma playa y comprobar que el trabajo realizado en la jornada anterior no había servido «para nada». Que su esfuerzo había sido inútil porque el mar había vuelto a cubrir las mismas rocas de la misma sustancia tóxica que se habían hinchado a retirar. «El primer día solo nos fuimos a casa cuando ya no quedaban más contenedores». La sensación más generalizada era de «irrealidad».

Trabajo en cadena para agilizar las labores de limpieza entre las rocas de la costa gallega. Laura Monedero

«Aquel primer viaje fue desolador, horrible», define Javier Morales. Si el olor del chapapote es propio de «algo muerto, descompuesto», el sabor corresponde al salado de las «lágrimas» de los voluntarios ante la «rabia» y la «tristeza» que llegaban con las interminables oleadas de «peces negros muertos». Lágrimas también de Eduardo Osuna, a quien Morales recuerda «sentado en una roca, llorando, manchado de chapapote hasta la cabeza. Un señor hecho y derecho, llorando como un niño. Como todos».

El propio Osuna echa la vista atrás y trata de relatar el torrente de «sensaciones contrapuestas» a pie de crudo que desembocaron en aquellas lágrimas. Desde la «impotencia» ante la magnitud de la catástrofe, al «tesón y el empeño de la gente», que era quizá «lo más emocionante». Osuna subraya la «implicación» y el «compromiso», la «necesidad de hacer algo» en un momento que supuso «un antes y un después en la imagen que muchas veces se tenía de la respuesta de la Universidad de Murcia antes los problemas sociales», apunta el catedrático.

«Recuerdo a Eduardo Osuna sentado en una roca, llorando, manchado de chapapote hasta la cabeza», relata Morales

La denodada labor de los voluntarios, a juicio de Laura Monedero, no era del todo inútil. «Sirvió, sobre todo, para que el Gobierno se pusiera las pilas». Recuerda la periodista que, «mientras los informativos hablaban de unos 'hilillos de plastilina' que no habían llegado a la costa» -expresión utilizada por el entonces portavoz del Ejecutivo, Mariano Rajoy-, esa misma costa estaba llena de voluntarios sacando mierda», define elocuente. Pequeños ejemplos de David vestidos de blanco que, a la vez que luchaban contra el Goliat del 'Prestige', «destapaban una realidad que estaba siendo negada».

Uno de los grupos de voluntarios que se desplazaron en el primer viaje organizado por la Universidad de Murcia, en diciembre de 2002. Laura Monedero

Una crudísima realidad que para la bióloga Sara Montoya también se «marcó a fuego» desde aquel 13 de noviembre. Ligada al mar desde niña, aquel día se encontraba trabajando en el Departamento de Ecología Marina de la Facultad de Biología de la Universidad de Murcia. «Recuerdo la desesperación que me generó la noticia. Ni me lo pensé cuando supe que estaban organizando viajes para ir a echar una mano. No sabía ni lo que iba a hacer allí ni lo que nos íbamos a encontrar, pero sí sabía que iba a darlo todo». Montoya conoció en ese autobús a quienes después han sido algunos de sus mejores amigos. Y sus hijos son amigos de los hijos de sus amigos. Quién le iba a decir entonces que el desastre del 'Prestige' pudiera tener una cara tan amable dos décadas después. En aquellos días no había futuro en el que pensar. Solo había «un silencio demoledor al bajar a las calas negras» de Muxía y la misma sensación de «impotencia» que sus compañeros ante la «imposibilidad» de afrontar semejante «barbaridad».

Y todo ello mezclado con el «agradecimiento» de los vecinos de la zona. Con la emoción de sentirse útil ante unos pescadores que lo habían perdido todo y que acudían a los acantilados con todo lo que tenían para ayudar a quienes les ayudaban. «Teníamos bocadillos, pero venían con ollas repletas de guisos de casa para darnos de comer caliente», se emociona Laura Monedero.

Un miembro de la marea blanca recoge con sus propias manos el chapapote depositado sobre una de las zonas de costa de Muxía. Laura Monedero

Todos ellos volvieron después de aquel primer viaje para seguir colaborando en las tareas de limpieza. Aunque el Ejército -que por aquel entonces no contaba todavía con la Unidad Militar de Emergencias (UME)- ya había tomado posiciones y los voluntarios tenían los movimientos mucho más limitados. «Nos ponían a recoger 'lentejas' en las playas», relata Monedero. 'Lentejas' por el tamaño del chapapote. «Cada ola, otras 200.000 'lentejas'», calcula la periodista. «Era desesperante».

Volver a la mañana siguiente suponía comprobar que el ingente esfuerzo del día anterior había sido en balde

«No hemos aprendido nada»

Veinte años después, lo que más escuece a quienes se pringaron de chapapote hasta las orejas es que, como canta Viva Suecia, «no hemos aprendido nada». Javier Morales se pregunta «cómo es posible» que, dos décadas después de aquello, «sigamos moviendo y quemando millones de toneladas del mismo veneno por todo el mundo».

Los voluntarios llegaban a las playas a primera hora de la mañana y se marchaban cuando se ponía el sol o cuando llenaban todos los contenedores disponibles. Laura Monedero

Sara Montoya cree que «el problema es que los que gestionan, los que tienen el poder, no son capaces de hacer autocrítica ni de responsabilizarse de sus actos». Para esta bióloga es inevitable poner sobre la mesa la situación medioambiental del Mar Menor para poner el ejemplo de la enésima piedra en la que seguimos tropezando, también en la Región. Por mucho que se grite 'Nunca Mais'.

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