Carmen Inglés, la voz de miles de trabajadoras
La agricultora celebró ayer el Día de la Mujer Rural al frente de la delegación murciana de la asociación que fundó hace más de tres décadas
PILAR MARTÍNEZ MAÑOGIL
Lunes, 17 de octubre 2022, 00:26
Cuando los pies de Carmen Inglés (Pozo Estrecho, 1964) pisaron por primera vez el Campo de Cartagena, distaba mucho del actual. Entre los pliegues de la tierra abundaban los melones, los pimientos de bola y el algodón. Frutos que empezó a recoger de pequeña junto a su familia, formada por su padre –quien también trabajaba en una fábrica–, su madre, su hermana mayor y su hermano pequeño. Nació y creció en el caserío de La Loma de Pozo Estrecho, en el que convivía con 30 vecinos. El mismo pueblo que toda una vida después reconoció su papel en el campo haciéndole entrega, en mayo, del premio Arado de Oro convirtiéndose así en la segunda mujer en recibirlo. Un premio que ayer adquirió mayor peso con motivo del Día de la Mujer Rural.
Carmen, al igual que otras muchas niñas, ayudó en la economía familiar trabajando en el campo y cuidando de los cerdos que criaban. Un tiempo que recuerda con felicidad e, incluso, diversión, porque sus hermanos y ella se lo tomaban como un juego. Fue a la escuela y a los 14 pasó a trabajar activamente en los negocios familiares. Desde los 16 hasta los 18 regentó una pequeña tienda de comestibles, que abrieron sus padres cuando cerró la única que había en la zona.
Pasada la veintena, a los 24 años exactamente, Carmen se casó con un agricultor que la introdujo de lleno en el negocio del campo. Él poseía tierras por herencia familiar y ella se implicó hasta la médula en la empresa, ponien do lo mejor de sí misma. Durante mucho tiempo, participó en todas las tareas desde la siembra hasta la recolección; pasando, incluso, por la comercialización aunque, al igual que las demás mujeres, no solía participar en la toma de decisiones y sus ideas tampoco eran escuchadas. En aquellas hectáreas y bodega, crió a su única hija Clara que, al igual que su madre –aunque no de la misma manera– colaboró también en la economía familiar. Fueron tiempos en los que conciliar le resultó una locura, siempre iba escasa de tiempo o llegaba tarde. A veces, hasta tenía que montar una sombrilla para dejar a su pequeña debajo mientras ella recogía tomates; porque lo de conciliar era más tarea de la mujer que del hombre.
La asociación de vecinos de Pozo Estrecho le entregó el Arado de Oro en mayo; es la segunda mujer en su historia en recibirlo
Una lucha eterna
Sin embargo, y a pesar de las múltiples vicisitudes, Carmen siempre fue una pionera; una luchadora. Se apuntó a los cursos de educación para mayores y se sacó el título de formación profesional de técnico de explotaciones agropecuarias y fundó la delegación murciana de la Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural (Afemmar) en 1991.
Críticas del entorno
A raíz de esta decisión, recibió críticas por parte de su entorno, que no entendía qué necesidad tenía una persona como ella –con su negocio ya establecido– de meterse en esos asuntos, relacionados, encima, con los derechos de las mujeres. Su deseo era luchar, junto a otras compañeras, para dar visibilidad a todas esas trabajadoras del campo que en ese momento, así como en el pasado, nunca habían gozado de reconocimiento, no habían estado dadas de alta, no habían cotizado y no aparecían en ninguna estadística, a pesar de haber contribuido a la mejora de sus familias, de las explotaciones agrícolas y del propio entorno rural.
Después de más de tres décadas vinculada con la asociación –de la que ha sido presidenta en varias épocas y que ha recibido varios premios–, se siente orgullosa, sobre todo, por haber brindado a otras mujeres rurales la posibilidad de mejorar sus vidas, a través del acceso a formación o a empleo.
Tras toda una vida juntos, su marido y ella decidieron poner fin a su matrimonio hace tres años. Además de la ruptura sentimental que conlleva este tipo de decisiones, tuvo que despedirse del campo en el sentido más laboral de la palabra. Con su divorcio dejó más cosas atrás, puesto que las tierras no fueron compradas en el proyecto al que entregó todas sus energías e ilusiones. Una situación experimentada por muchas otras mujeres.
Sin embargo, le queda una puerta abierta. Los terrenos de sus padres en los que, seguramente, un día de estos vuelva a empezar. En otra época, sí, pero con el mismo fervor por la tierra que la vio convertirse en una trabajadora nata.
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