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Con una pala. Julio Calderón, miembro de Anse, trabaja en el mantenimiento de las salinas de Marchamalo.

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Con una pala. Julio Calderón, miembro de Anse, trabaja en el mantenimiento de las salinas de Marchamalo. Antonio Gil / AGM

Marchamalo se cubre otra vez de blanco

La Asociación de Naturalistas del Sureste logra la primera producción de las salinas de Cabo de Palos, abandonadas hace 30 años

Viernes, 27 de septiembre 2024, 01:28

«Las cosas siempre están a punto de no suceder», escribió Antonio Muñoz Molina. A la primera pega, que hubo muchas, quien se empeñó en recuperar las salinas de Marchamalo, abandonadas hace tres décadas, pudo haberse retirado en derrota. La Fundación Anse, creada por la Asociación de Naturalistas del Sureste, pudo no perseverar en la concesión de 8 hectáreas de la parte oriental de las salinas, más los 7.500 metros cuadrados que adquirió con 2.000 metros de naves en ruinas. Hubiera sido posible que se rindieran ante las fatigosas dilaciones de las administraciones públicas para obtener las concesiones.

No claudicaron y, desde este verano, se puede ver la montaña de mil toneladas de sal de la primera cosecha de las salinas cartageneras, declaradas bien de interés cultural. Es solo el principio de la segunda vida de estos humedales, que se secaron bajo el tórrido sol porque nadie bombeaba caudal del Mar Menor. El verano pasado, lograron una simbólica cosecha de flor de sal.

La vida vuelve a los campos de sal de Marchamalo (March-Amal o marjal, prado inundado). Las aves limícolas, que borraron este paraje de su 'tour' alimenticio, lo frecuentan de nuevo, y ya han anidado las cigüeñuelas. El fartet, especie endémica del Sureste español en peligro de extinción, nada de nuevo en sus charcas. «Se nota la afluencia de aves, pero vendrán más cuando cesen los trabajos con maquinaria pesada que extraen los lodos», explica la bióloga Mar Celdrán, del proyecto Resalar para regenerar espacios del litoral del Mar Menor y su biodiversidad.

Junto a las naves restauradas, brillan las primeras mil toneladas de sal, que no se pueden usar aún en alimentación

Coordinado por la Fundación Anse, en el proyecto participan WWF-España, el Instituto Español de Oceanografía, Salinera Española y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Cuentan con apoyo de la Fundación Estrella de Levante, pero el 95% de la financiación lo aporta la Fundación Biodiversidad, del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) con fondos europeos 'Next Generation'. Con 1,8 millones de euros, prevé restaurar 16 hectáreas de litoral, dunas y salinas del Mar Menor. Marchamalo es prioridad en el proyecto estatal, aunque Anse tuvo que suscribir un préstamo por 900.000 euros para comprar parte de los terrenos y restaurar las naves abandonadas. Su director, Pedro García, sabe que «aún hay mucho por hacer, pero hemos demostrado que es posible restaurar el espacio salinero, que tenga un futuro con un potencial de biodiversidad incalculable».

Su objetivo es doblar la producción, pero se han encontrado con el abundante fango en las charcas, que mancha la sal y, de momento, la descarta para alimentación, aunque servirá para usos industriales. Anse quiere recuperar la máxima extensión posible y, «si nos dejan, restaurar el último molino de sal que queda en la Región», señala García.

Canales. Conducciones por las que circula el agua para alimentar el sistema. Antonio Gil / AGM

En las naves restauradas, el carpintero Julio Calderón, nacido en Marchamalo, repara las antiguas vagonetas con las que trasladaban la sal marina hasta Cabo de Palos para embarcarla en los grandes cargueros. Hubo tiempos con 120 operarios en las balsas. «El oficio sigue siendo muy duro», cuenta Calderón, que cada mañana recoge las flores de sal de la superficie, como hacían aquellos salineros anteriores a la explotación romana.

Del garum al abandono

La producción de sal y pescado propició un emporio de salinas y salazones en el Mar Menor, donde se fabricaba el apreciado 'garum sociorum', esa salsa espesa a base de vísceras fermentadas de pescado que, según Plinio, era «la sustancia más cara después de los perfumes». Hay que imaginar el trasiego de Marchamalo, en una estratégica situación junto al antiguo vivero de peces del Mar Menor. «Allí desovaban mújoles y doradas, pero lo colmataron para construir viviendas y recalificaron algunos terrenos, de hecho parte de las charcas originales están urbanizadas», explica Pedro García. ¿Por qué en Marchamalo declinó la actividad salinera? Según Anse, «la sal dejó de ser rentable frente al desarrollo urbanístico».

El cambio generacional en Salinera Catalana, donde Francisco Celdrán Conesa, médico y empresario minero, era principal accionista, disgregó la actividad. «Los diferentes puntos de vista del negocio y las últimas cosechas de sal, fallidas por el fango de las escorrentías, hicieron que mi familia vendiera una parte a la empresa Salinas de La Manga», explica Mar Celdrán. Con la última cosecha, en 1991, quedaba atrás una época de intensa extracción, que tuvo hasta 79 balsas y producciones de 25 millones de kilos en los setenta.

Según confirman desde Anse y otras fuentes, los empresarios Alfonso García y Mariano Roca, propietarios de Portman Golf, crearon junto a Ángel Conesa la sociedad Salinas de La Manga para gestionar la propiedad. Alegaron contra la concesión a Anse, que insistió hasta poder actuar en el 40% de las salinas. «Queda el 60%, pero nos atrevemos a gestionarlo», asegura García.

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