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La casualidad ha querido que Javier Parra García asuma su último mandato al frente de la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) coincidiendo con la entrada en vigor de la ley más esperada, que abrirá la puerta de la Administración a los tribunales de instancia. «Un reto muy gordo», reconoce este lorquino de 62 años, que nunca se ha amilanado ante los cambios y que tiene en sus manos un ambicioso calendario que, es consciente, requerirá de inversión. Impulsor de la Oficina Judicial en 2010 – «ahí me salieron las canas», bromea–, este letrado de la Administración de Justicia, curtido en los ámbitos internacionales, trabaja también en el impulso de la robotización y de la aplicación de la inteligencia artificial para impulsar la Justicia murciana. Una labor que combina, asimismo, con su puesto como secretario de la Sala de Gobierno del TSJ, con sus retiros de silencio –lleva 30 años practicando meditación con una maestra espiritual– y su apasionada implicación en la delegación murciana de la asociación Viktor Frankl, para la ayuda en el sufrimiento, la enfermedad y ante la muerte.
Nacido en Lorca y criado junto a otros ocho hermanos, a los 15 años despuntó en él una vocación por el Derecho que no le venía de familia. Su padre –un médico que llegó a ser condenado a muerte y encarcelado en un campo de concentración durante la dictadura– y su madre, ama de casa, tenían por costumbre abrir las puertas de su hogar a personas llegadas de todo el mundo. Ese improvisado Babel caló en él y despertó un gusto por los idiomas y por el ámbito internacional que nunca le ha abandonado.
Cursó en Madrid el bachillerato y la carrera de Derecho en la Complutense aprovechando un piso que la familia tenía en la capital. Centrado desde los comienzos en el Derecho procesal, recuerda con desagrado los casi cuatro años que tuvo que enclaustrarse para sacar adelante la oposición, de la mano del conocido José María Luzón. Ya en su primer destino en Canarias, Parra se dio cuenta de que no terminaba de encajar en la horma de los entonces conocidos como secretarios judiciales –una denominación cuyo cambio llegó a impulsar– y decidió probar suerte para un selecto máster de la Unión Europea en materia de Derecho Comunitario. Esa formación le llevó en los años siguientes a Amsterdam y a un enorme despacho de abogados de la City londinense donde aprendió mucho pero no llegó a encontrar su puesto. Durante un congreso en Granada su vida su cruzó con la de Gea, una traductora de Vélez Rubio, que se convertiría en su compañera de viaje y madre de sus dos hijas. Fue precisamente su familia, explica, la que le hizo tomar la decisión de dejar atrás esa ambición internacional y regresar a Murcia. «Nunca he sentido que renunciase. Fue una opción», remarca.
Parra pasó entonces unos años trabajando mano a mano con José Moreno en el Juzgado de Instrucción número 4 de Murcia. Un 'impasse' de ocho años en el que, asegura, enfrentó de cara la criminalidad y la violencia «soterrada» que vivían por aquel entonces muchas mujeres. Recuerda con dolor un levantamiento de cadáver al que llegó en Alcantarilla y pudo reconocer a la víctima como una mujer que había acudido varias veces al juzgado a denunciar malos tratos. «No llegamos».
En esas lides andaba cuando Parra decidió volver a soñar más alto y optó al servicio de relaciones internacionales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), un ámbito que no parecía diseñado para un secretario judicial 'de provincias' pero del que acabaría siendo director. De la mano de su mentor, José de la Mata, estuvo volcado en la búsqueda de proyectos en materia de cooperación al desarrollo y en cooperación jurídica internacional. En 2004 Parra decidió cumplir el compromiso que había fijado con su familia de regresar a Murcia y lo hizo coincidiendo con la creación en la Región del puesto de secretario de gobierno del TSJ. «Yo era un desconocido que venía del mundo internacional». Parra permaneció hasta 2015 en ese puesto, un periodo en el que afrontó el reto de convertir a Murcia en pionera en la implantación de la Oficina Judicial.
Tras un polémico relevo en el cargo, este profesional decidió aceptar un puesto como consejero residente de la UE en Ankara, donde se trasladó a vivir unos años. Cuatro años después, la secretaría de gobierno del TSJ volvió a llamar a su puerta y, pese a sus reticencias iniciales, decidió regresar a un puesto para el que acaba de renovar el que será su último mandato. Está convencido de que aún puede ofrecer un impulso a la Justicia que, considera, merece el ciudadano. «Me siento muy liberado de señuelos que me puedan confundir», remarca. «No he cruzado ríos de mierda para llegar donde estoy». No es poco.
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María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
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