La leyenda se fusiona con la historia
Los principios del festejo de los Caballos del Vino se pierden en la historia de la ciudad de la Cruz, pero están unidos a la costumbre de bendecir el fruto de la vid con la Sagrada Reliquia
La aprobación por la Unesco de inscribir los Caballos del Vino en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad obliga a hacer un recorrido histórico por este singular festejo y por algunas de sus características diferenciales que lo han convertido en una manifestación antropológica única en el mundo.
Las investigaciones realizadas por distintos autores coinciden en que sobre los orígenes hay dos versiones: la literaria y la histórica. La primera se le debe al que fuera cronista oficial de Caravaca, Manuel Guerrero Torres (1891-1981); en su relato sitúa el origen de los caballos del vino en el siglo XIII, época en que Caravaca pertenecía a la Orden del Temple (aunque en el texto se refiere a 1118, un siglo antes de la llegada de los templarios). La ciudad está ubicada en ese momento en la frontera y es frecuentada por los vecinos del reino nazarí de Granada. Cuenta la leyenda que las tropas musulmanas atacan la ciudad, matan a muchos cristianos y cercan el castillo, donde se había refugiado parte de la población. Las aguas de los aljibes se corrompieron, produciéndose una epidemia entre los sitiados. Un grupo de caballeros templarios ideó una estratagema y decidió salir a buscar agua aprovechando la oscuridad de la noche, burlando el cerco enemigo; pero las principales fuentes estaban fuertemente custodiadas y el resto de las aguas habían sido envenenadas. Los caballeros siguieron buscando algo con lo que saciar la sed de los sitiados en el castillo y solo encontraron vino. Llenaron los pellejos, que cargaron sobre los caballos, y regresaron a la fortaleza, corriendo velozmente cogidos dos en la parte delantera del caballo y dos en las partes traseras; con una mano asían las riendas y con la otra la espada para proteger la preciada carga. Así consiguieron romper el cerco enemigo por segunda vez. Una vez en el interior, el vino fue bendecido con la Cruz y se repartió entre los enfermos y sedientos que había en la fortaleza, que sanaron inmediatamente.
El origen histórico se fundamenta en varios documentos existentes en el Archivo Histórico Nacional, que se remontan hasta mediados del siglo XVIII, aunque en alguno de ellos incluye la frase «según costumbre», dando a entender que los caballos del vino y las celebraciones en torno a la bendición del vino ya existían con anterioridad.
El festejo experimentó una notable novedad a mediados del siglo XIX, cuando los caballos dejan de transportar el vino
Estos documentos son una serie de recibos fechados en los años 1765, 1766 y 1767, y corresponden a la administración de la encomienda santiaguista de Caravaca; en ellos se recoge el gasto de las cintas encarnadas con que se adornaba el caballo y la gratificación que se daba a los mozos por subir las cargas de vino, cuyo número era de cinco los dos primeros años y de cuatro en el último. Dos son los caballos que aparecen citados, uno vinculado a la encomienda santiaguista y otro a la mayordomía de la Cruz. Algunos investigadores de la historia local hablan de un tercer caballo, el del Concejo, que también participaba en las celebraciones.
Existe otro documento se detallan dos de las piezas del enjaezamiento del caballo de la encomienda santiaguista: «Un repostero de paño azul con su fleco y armas reales que se pone sobre la carga de vino, que sube al castillo para el baño de la Santa Cruz. Una bandera de raso liso encarnado con tres orlas y galón de oro al canto, en que está figurada de raso liso blanco por los dos lados la Santísima Cruz para adorno del caballo quando sube dicha carga de vino según costumbre». Esta referencia se incluye en el inventario de bienes muebles de la Encomienda de Caravaca correspondiente al año 1765; en un documento posterior datado en 1804 se menciona que todavía se utilizaba la misma bandera o una similar, ya que la descripción que se hace de ella es idéntica. En ese mismo año, en un recibo inserto en un libro de actas del concejo de Caravaca, se encuentra por primera vez la expresión «caballo del vino».
«Durante la segunda mitad del siglo XIX el festejo experimentó una notable novedad &ndashapuntaba el archivero municipal Francisco Fernández en uno de sus artículos&ndash, ya que los caballos dejan de ser el medio por el que se transporta el vino al santuario, pero al contrario de lo que cabría suponer, los Caballos del Vino no desaparecen, sino que continúan saliendo aunque llevando solamente los adornos a modo de representación de lo que antes hacían. Caballos y caballistas se convierten así en los auténticos protagonistas y probablemente fue también en esta época cuando se institucionalizaron las carreras, elemento importantísimo gracias al cual el festejo se mantuvo vivo entre la población».
Torrecilla de Robles, en su libro 'El aparecimiento de la Cruz de Caravaca', de 1888, indica que los caballos hacían el recorrido cargados con el vino y adornados con un manto y una bandera; mientras que Sala Nogarou, en su manuscrito 'Apuntes para formar el reglamento de la Comisión de Festejos de la Santísima Cruz de Caravaca', redactado diez años después, en 1898, explica que los caballos ya no transportan el vino, solamente representan el hacerlo.
A fines de diciembre de 1894 llega a Caravaca la temida filoxera, plaga que provocará la extinción del cultivo de la vid en su huerta y campo. Esta circunstancia debió influir en el festejo, descendiendo el número de participantes de manera tan considerable que la Comisión de Festejos determinó suministrar los caballos para asegurar su presencia, hecho que queda reflejado por el Padre Sala en su manuscrito.
Los Caballos del Vino han logrado perpetuarse en el tiempo superando muchas adversidades y contratiempos, adaptándose a las circunstancias y superando todo tipo de dificultades. El festejo ha evolucionado introduciendo algunas novedades pero manteniendo siempre su pureza e integridad, no perdiendo sus señas de identidad como una fiesta popular, barroca y multicolor; un «festejo insólito y pasional», como lo calificó el que fuera capellán del Santuario, Pedro Ballester, que se ha conservado y transmitido de generación en generación por un pueblo amante de sus tradiciones.