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José Luis Bleda cargando lotes de comida en San Manuel (Honduras).

Donde asusta más el hambre que el virus

Apoyo murciano en el mundo. El misionero José Luis Bleda, el cooperante Cristóbal Gil y el economista Santiago Sánchez ayudan a poblaciones de África y Suramérica a afrontar la Covid -19

Jueves, 7 de mayo 2020, 02:41

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«Aquí, por diversas circunstancias, es imposible vivir un confinamiento como en España. El 70% de la población vive más o menos al día. Si no ganan nada hoy con su trabajo, no tienen ni para comer. Hay una colonia, La Metálica, que carece de luz eléctrica y en otras hay restricciones de agua. La mayoría de la gente no tiene medios para almacenar alimentos durante 15 días, ni ahorros para acceder a todo lo necesario por largo tiempo. Y los primeros días, con el toque de queda, había más miedo a morir de hambre que del coronavirus. Además, todos los días matan a varios a tiros y es habitual morir por dengue. El coronavirus va por 700 contagiados y 60 fallecidos... muchos menos que la violencia y el dengue», cuenta el sacerdote José Luis Bleda desde La Lima y San Manuel, al norte de Honduras. Hasta allí viajó como misionero este murciano de 52 años el 19 de diciembre y allí le ha pillado la Covid -19.

Como en Centroamérica, en Suramérica la situación por la pandemia llega a ser angustiosa para decenas de millones de pobres. El testimonio de Cristóbal Gil Talavera desde Bolivia refleja el drama en la ya de por sí marginada población de El Alto. En este municipio, situado a escasos kilómetros de la capital del país, La Paz, este antropólogo natural de Mula, de 45 años, trabaja como cooperante en el proyecto socioeducativo de la Fundación Palliri desde hace dos décadas. Pero lo de ahora es especialmente duro.

Cristóbal Gil, con una familia en uno de los centros socioeducativos de la Fundación Palliri en El Alto (Bolivia).

«El 80% de la economía es informal. Las familias viven al día de lo que venden o trabajan. Si no trabajan un día, pues no comen. Y en su mayoría son migrantes. Las redes sociales están fracturadas», relata a LA VERDAD aludiendo no a internet sino al vecindario.

«En San Manuel se vive al día. Si no trabajan, no comen. Y muchos mueren a tiros y por dengue», dice el cura desde Honduras

Como José y Cristóbal, otras personas nacidas en la Región de Murcia siguen trabajando en países donde, para amplias capas de la población, el teletrabajo es ciencia ficción. Un ejemplo: Ghana, al oeste de África. «Hay unos 2.000 casos confirmados, pero todo el mundo sabe que hay muchos más. El Gobierno impuso un confinamiento de dos semanas, que tuvo que levantar porque la gente no lo podía respetar. Muchos ni tienen algo a lo que se pueda llamar casa. Si la crisis sanitaria se ceba con Ghana y el resto del continente, va a ser salvaje. El movimiento de personas es incontrolable», advierte Santiago Sánchez Guiu.

Encuestas para los gobiernos

Este murciano de 36 años, economista y licenciado en Derecho, trabaja en la organización internacional IPA (Innovations for Poverty Action), dedicada a evaluar proyectos sociales de instituciones y empresas. Una de sus fundadoras fue Esther Duflo, premio Nobel de Economía por su enfoque de la lucha contra la pobreza a través de estudios aleatorios controlados en poblaciones locales. Uno de los mayores riesgos es que la Covid -19 suspenda los programas de vacunación de millones de niños africanos de enfermedades como la polio, el sarampión, la difteria y la hepatitis.

Santiago Sánchez, economista, trabaja para la organización IPA en Ghana. El cierre de fronteras le ha dejado trabajando desde Barcelona.

Desde hace un lustro, Sánchez es subdirector de la oficina que su entidad tiene en la capital ghanesa, Acra. Allí ha residido este tiempo, pero el inesperado «cierre de fronteras» de marzo le pilló en Barcelona, ciudad de su pareja. Él se dice «un privilegiado», porque usa internet para mantener el contacto y coordinar a 65 trabajadores fijos y 400 temporales. La suya es una tarea «profesional, distinta a la solidaria del misionero, el voluntario y el cooperante clásico, y diferente a la humanitaria de Acnur o de la ONG Médicos Sin Fronteras, pero incluida en el sector del desarrollo porque está orientada a mejorar la vida de las personas a largo plazo en agricultura, emprendimiento, medio ambiente o «inclusión financiera».

En El Alto, Bolivia, están «a años luz del sistema sanitario de España y mucho grupos recelan de la medicina formal»

Optimista, afirma que la globalización ha favorecido la expansión del virus, pero que, junto con la tecnología, ayudará a derrotarlo. Él sirve de ejemplo par la esperanza. Supervisa desde otro continente a encuestadores que, por teléfono, rellenan un cuestionario común en 25 países. Se trata de «conocer desde la sintomatología de la gente a sus percepciones sobre las medidas necesarias y si están influidos por bulos como que hay remedios caseros», explica. Esa información «veraz» llega a las autoridades, que pueden luchar así mejor contra el virus.

En El Alto, Cristóbal Gil –padre de cuatro hijos y cuya esposa es la directora de la Fundación Palliri– también destaca la lucha por «promover el desarrollo sostenible de las comunidades y que alcancen estructuras sociales justas». La emergencia azota fuerte y la fundación, que crearon misioneros murcianos y pertenece a la Diócesis de El Alto, dispone de 60.000 euros al año para 400 personas. Tienen dos escuelas infantiles y afrontan un dato inquietante: el 70% de las familias «son monoparentales, porque el padre abandonó el hogar y es la madre la única que hace frente al mantenimiento» de los hijos y de sí misma.

«Para nuestras comunidades, esta crisis es un desastre. Los servicios de salud no tienen capacidad ninguna para la detección ni el tratamiento. Estamos a años luz del sistema sanitario de España y, culturalmente, en muchos grupos hay recelos para acudir a la medicina formal», comenta Gil, quien hizo un curso sanitario en un hospital de La Paz. Agradecido, afirma que su trabajo sería «imposible» sin la ayuda de la Comunidad Autónoma (vía Consejería de Transparencia), el Ayuntamiento de Murcia y la Fundación FADE.

En Bolivia, al sacerdote Bleda le acompaña Pablo Jareño, cura de 34 años originario de Yecla y quien llegó en octubre. De vuelta en esa parte del Departamento de Cortés, «la más afectada por la pandemia», debería estar el párroco José Gómez García, que a sus 81 años (empezó de misionero en 1979) se fue de vacaciones a Molina de Segura el 20 de febrero. El bloqueo internacional le impidió regresar.

Bleda asegura estar donde quiere: la Diócesis de San Pedro Sula. «Doy gracias a Dios de vivir esta situación aquí. En España estaría subiéndome por las paredes o grabando las misas por Facebook. Aquí hago lo que puedo. Coordino la ayuda en la parroquia, visito a las religiosas, celebro en el hogar de ancianos... pero no soy un héroe, no más que un celador de urgencias de cualquier hospital español», comenta. Y, entre recuerdos para sus padres, de Jumilla pero que viven en Torrevieja (habla con ellos por videoconferencias de WhatsApp), prepara «lotes de comida». Y los reparte con una camioneta.

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