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Aitana Esperanza nació a las 5 de la mañana del 29 de octubre en el Hospital General de Elche, tras apenas 28 semanas de gestación. Fue un parto muy complicado. La bebé venía de nalgas. «Cuando vieron que tenía un pie fuera, me hicieron una cesárea de emergencia», recuerda su madre, Elizabeth Ricaldi. Aparentemente, la intervención salió bien. Aitana pesaba poco más de un kilo, y quedó en la UCI neonatal bajo seguimiento mientras su madre se recuperaba. A esas horas, unos kilómetros más al norte, en la provincia de Valencia, las tormentas empezaban a descargar con furia. A lo largo del día la dana fue ganando en virulencia, y por la tarde un auténtico tsunami barrió localidades enteras.
El miércoles, día 30, amaneció con los primeros equipos de rescate tratando de hallar supervivientes en Valencia, mientras en el Hospital General de Elche los médicos luchaban por otra vida, la de Aitana. La bebé había empeorado súbitamente y los neonatólogos descubrieron que sufría una hemorragia interna. Se pensó que la causa podía estar en una perforación de la vena umbilical, por lo que se requeriría cirugía cardíaca. Pero a esas horas el traslado a La Fe de Valencia era imposible, con las carreteras cortadas y los medios aéreos centrados en la búsqueda de desaparecidos. Así que desde Elche se pidió ayuda La Arrixaca. Una ambulancia medicalizada trasladó a la recién nacida a Murcia. Ingresó en la UCI neonatal, donde quedo bajo el cuidado de los sanitarios del servicio, a la espera de que pudiese ser intervenida.
«No se la operó de entrada porque es muy difícil una cirugía así en un bebé tan pequeño. Primero había que tratar de estabilizarla. Durante las primeras 12 horas en la UCI necesitó transfusiones constantemente. Perdía sangre y no sabíamos exactamente la causa», relata José Luis Alcaraz, neonatólogo de La Arrixaca.
El papel de Radiología pediátrica fue clave. La radióloga Regina Sánchez le realizó una ecografía que permitió adivinar dónde podía estar el problema: en el bazo. Gracias a esta prueba, los cirujanos Óscar Girón y María José Aranda ya tenían una pista cuando en la mañana del jueves 31 operaron a Aitana. La bebé tenía poco más de 48 horas de vida.
«Cabía en la palma de la mano, pero nosotros estamos acostumbrados a operar a grandes prematuros. Le hicimos una laparotomía, una incisión en la barriga, y vimos que efectivamente había una gran cantidad de sangre. Comprobamos que el bazo estaba roto y era la fuente del sangrado», relata Óscar Girón. Todo indica que durante el parto, en el que se concatenaron varias complicaciones, se produjo un traumatismo obstétrico, de forma que el bazo terminó rompiéndose. Es algo muy infrecuente. «Hemos visto algún caso en hígado, pero no en bazo», explica Girón. «No recuerdo un sangrado tan grave en un bebé tan prematuro», confiesa María José Aranda, jefa de sección de Cirugía pediátrica del Aparato Digestivo.
Los cirujanos decidieron tratar de preservar la parte que se mantenía sana del bazo, en lugar de una extirpación completa. No fue fácil, teniendo en cuenta que el órgano tenía el tamaño «de una almendra», pero era una decisión obligada. «Si un adulto sufre un traumatismo en el bazo en un accidente, se le extirpa y no pasa nada. Pero en un niño, tiene un papel inmunológico muy importante. Es básico preservar todo lo que se pueda, porque es un órgano que fabrica muchas defensas frente a determinados gérmenes», detalla Aranda. Sin bazo, hay un mayor riesgo de sepsis por infección, por ejemplo. En la intervención participó la anestesista Dori Fernández. El papel de estos especialistas es esencial en la monitorización de prematuros de tan poco peso.
A Aitana le quedó finalmente un tercio del bazo, y los cirujanos confían en que esto será suficiente. La recuperación tras la operación, de nuevo en la UCI neonatal, fue buena. «Todo cambió tras salir del quirófano. De tener que hacerle una transfusión cada seis o siete horas pasamos a extubarla, e incluso dejó de necesitar la ventilación no invasiva», recuerda el neonatólogo. A los 15 días, Aitana volvió al Hospital General de Elche, y ahí sigue evolucionando favorablemente. «Fue muy duro pensar que podíamos perderla. Verla con tantos cables, con vías por la cabeza, con el respirador, fue muy doloroso», confiesa Elizabeth, su madre. «Pero en Murcia la salvaron. Fue un milagro de Dios. Todos los profesionales fueron muy humanos. Estuvieron muy pendientes de ella y de mí». A Aitana Esperanza ya la esperan en casa sus tres hermanos. La vida que desafió a la dana se abre paso.
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