Tinto, y de Galicia

Reconozco mi obsesión en los últimos años por los vinos gallegos. Y más concretamente por los tintos gallegos. Y diréis: este tipo nos recomienda en pleno verano un vino de Galicia y no es blanco. Pues efectivamente. 'Galicia rules', como dicen los modernos.

Hoy recomiendo un vino de la Ribeira Sacra, la Borgoña gallega (así la nombran algunos entendidos desde hace más de una década). Aquí, además de blancos muy ricos, se elaboran tintos de clase mundial, extraordinarios, con una delicadeza majestuosa y de viñedos asentados sobre una tierra tan inclinada que a todos nos costaría no caernos o, cuanto menos, no sufrir algo de vértigo.

Penapedre, el vino que hoy traigo a estas páginas, nace gracias a Eulogio Pomares, uno de los grandes nombres de la viticultura en España. El viñedo, ubicado en la Ribera del Miño, cuenta con una pendiente del 63%, por lo que vendimiar ahí se convierte en toda una odisea. Se trata de una parcela de menos de una hectárea, orientada al sur y con un suelo granítico, con viñas de 150 años de las variedades mencía, garnacha y jerez, aunque también se encuentran algunas más jóvenes plantadas años después. Antiguamente, el coupage se solía hacer en el propio campo, de ahí que convivan en la misma parcela diferentes variedades, aunque la predominante es la mencía.

Esta producción limitadísima de 1.200 botellas se elabora (fermenta) en fudre abierto de castaño. Tras esto y después de realizar una maceración con los hollejos durante dos semanas, el vino realiza una crianza en barricas usadas de roble francés durante 12 meses para posteriormente embotellarlo sin filtrar. Penapedre 2017 (esta es la última añada que he probado) forma parte de la colección de vinos parcelarios de Eulogio Pomares. Vinos elaborados con variedades autóctonas, recuperando métodos tradicionales y con el máximo respeto a la uva. Trabaja aquí con viñedos propiedad de Rebeca, su mujer, y es donde Eulogio muestra su lado más idealista.

Sin duda, vinos singulares procedentes de viñedos excepcionales de la Ribeira Sacra, donde se trabaja una viticultura heroica debido a esas fuertes pendientes en terrazas sobre las que se asientan los viñedos. Aquí, moverse entre las cepas se convierte en todo un ejercicio de acrobacia y valentía, circunstancia que incrementa aún más el valor de un vino, Penapedre, que ya de por sí es una auténtica joya enológica.

En mi caso, pude disfrutarlo hace unos pocos meses acompañado de una buena selección de quesos -donde no faltó un Idiazábal-, un poco de cecina y un buen entrecot de ternera. Compartir este maridaje con alguien especial ya supone ganarse el cielo.

La cuarta generación de la familiar Gilar se puso al mando hace unos pocos años de la bodega que heredaron de su abuelo Fermín, del que aprendieron todo sobre el mundo del vino. Una bodega casi centenaria en la que hoy gente joven con aire fresco, con ganas, trabaja respetando las tradiciones pero dando pasos de gigante hacia el futuro.

Este Cuarta Generación Monastrell Selección es un monovarietal procedente de viñedos de unos 50 años. Un Monastrell con notas a fruta madura, toques especiados y balsámicos, muy equilibrado y con mucho recorrido, que expresa a la perfección el buen trabajo que lleva realizando la bodega en los últimos años.

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