El corazón de Portugal

Corría el año 2015 y me embarcaba en uno de mis viajes invernales después de la Navidad. Si no recuerdo mal, aquella era mi segunda incursión al país vecino, Portugal, en busca de experiencias, parajes, gastronomía y, por supuesto, vinos, a bordo de mi BMW 1200 GS. En la primera incursión crucé Portugale entero mucho más rápido, sin detenerme en ningura zona concreta. Y este segundo viaje se presentaba como el momento de profundizar. Mi amigo Blas me había hablado de un pequeño productor que empezaba en este mundo y que ya apuntaba maneras, llamado Antonio Madeira, en la región del Dão. Una región que casi había caído en el olvido, pero con un pasado brillante a nivel mundial y considerada la Borgoña portuguesa.

Conseguí el teléfono de Antonio Madeira (un número francés) y logré contactar con él. Afortunadamente, su castellano era mejor que mi portugués y me contó que residía en París, donde trabajaba de forma habitual como ingeniero. El vino lo hacía en sus ratos libres en el pueblo de sus abuelos, Seia, el corazón de la región del Dão, donde ha pasado los veranos desde la infancia. Recuerdo que, cuando quedamos, lo primero que me impresionó fue ver el garaje de sus padres lleno hasta los topes de barricas de vino. Y nosotros sentados por el medio catando los primeros vinos que elaboraba, que ya impactaban por aquel entonces.

Una gran mezcla de variedades da como resultado un vino eterno, delicado, sutil, floral, potente, intenso, complejo y lleno de matices. Con un toque ahumado y una energía que no deja indiferente a nadie. Antonio trabaja la viña bajo las pautas de la biodinámica, sin tratanmientos agresivos y manteniendo la vida que hay en este ecosistema. El vino fermenta y madura en barricas usadas durante dos inviernos, se estabiliza por gravedad y se embotella sin filtrar para intentar transmitir lo más fielmente posible este terruño único. En boca es ligero, profundo, fluído, con trago largo y tanino sedoso. Perfecto para acompañar un guiso de parpatana de atún, un risotto de seras o un pichón a la brasa. Aunque lo mejor es beberlo en buena compañía, sin compasión y disfrutando de cada sorbo.

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