Épica y dolor en un K2 inmisericorde
El cartagenero Carlos Garranzo relata su experiencia en una aventura en la que han muerto cinco compañeros y donde toda la gloria ha sido para los nepalíes
En el K2 escasean las buenas noticias. De la montaña más peligrosa del planeta, la segunda más alta con sus 8.611 metros y su interminable lista de alpinistas fallecidos, a menudo llegan trágicas informaciones. Este invierno no ha sido una excepción. Cinco constrastados himalayistas (Sergi Mingote, Atanas Skatov, Juan Pablo Mohr, John Snorri y Ali Sadpara) se se han dejado la vida allí en la expedición más ambiciosa y polémica de las que se recuerdan en la cordillera del Karakórum. Porque se ha logrado hacer cumbre en invierno por vez primera en la historia, rompiendo el último techo que tenía pendiente este deporte. Pero los diez alpinistas nepalíes que hollaron la cumbre del K2 el pasado 16 de enero lo hicieron con la ayuda de oxígeno embotellado y de una manera que no convence a los puristas de la montaña.
«No se puede ni se debe llamar alpinista, porque no lo es, a quien, acompañado de una cohorte ingente de anónimos alpinistas, de contrastada valía, de calidad excepcional, le colocan cuerdas fijas hasta la cima para su mayor gloria mediática y publicitaria. Es gente que paga un dinero para que le ayuden a subir. Todo no vale. No hay ética ni honradez. La estupidez, la zafiedad y la mentira se han instalado en la montaña», resume un indignado Ángel Landa, pionero de la escalada en España en los años setenta.
Carlos Garranzo, afincado en Cartagena desde hace 35 años, ha participado en esta controvertida expedición invernal al K2 y no entra en polémicas. «Todo el mundo es libre de opinar y yo ya he dicho en varias ocasiones que no voy a entrar en estas historias. La montaña es tan grande que vale todo y solo digo que todas las opciones deberían ser respetadas. En esta ocasión, hay que felicitar a los diez nepalíes que han hecho cumbre. Y además yo me alegro especialmente de que lo hayan conseguido los sherpas, que siempre se han visto relegados al papel de porteadores y de facilitadores de los éxitos de los alpinistas occidentales», señala.
«Sufrí una parasitosis y vomitaba todo lo que comía o bebía. Tuve que ser evacuado del Campo Base», cuenta Garranzo
La gloria ha sido para Nirmal Purja, Mingma David Sherpa, Mingma Tenzing Sherpa, Geljen Sherpa, Pem Chiri Sherpa, Dawa Tempba Sherpa, Mingma G, Dawa Tenjin Sherpa, Kili Pemba Sherpa y Sona Sherpa, recibidos como héroes nacionales a su llegada a Nepal. «Han trabajado como un equipo y se han aparcado las rivalidades y los celos. Yo he estado allí y desde el primer día se ha respirado solidaridad y compañerismo. En la cuerda, todos se han apoyado. Lo que se dice por ahí es falso», afirma Garranzo, quien hizo cumbre en el Lhotse con oxígeno en mayo de 2019 junto a su amigo Sergi Mingote.
La alegría de entonces se ha convertido en drama ahora. Garranzo, que tuvo que retirarse de la expedición a las primeras de cambio, trajo a casa el cadáver de su amigo. «Tengo que dar las gracias a la Federación de Montañismo de la Región de Murcia, por facilitar mi rápida evacuación del Campo Base cuando caí enfermo. Y a la Embajada de España en Pakistán, que se volcó en las labores de repatriación de Sergi Mingote. Han sido momentos muy malos. Yo estaba en Skardu [la ciudad que sirve de puerta de entrada al K2] cuando casi al mismo tiempo me enteré del accidente de Sergi y de la cumbre conquistada por el equipo de Dawa Sherpa», cuenta.
Cincuenta bajo cero
«No sabemos qué le pasó [a Sergi Mingote]. Cayó casi 700 metros por un tobogán de hielo cuando descendía del campo de altura. En esa zona caen piedras habitualmente. No es una zona de gran complicación técnica, pero allí arriba el más mínimo detalle cuenta», recuerda Garranzo. Su otro compañero de expedición, el chileno Juan Pablo Mohr, se quedó en la montaña esperando una ventana de buen tiempo. «Me llamó [Mohr] desde el Campo Base tras la muerte de Sergi y me dijo que no sabía qué hacer. Si volver a casa o quedarse. Yo le dije que a Sergi le habría gustado que se quedara allí e intentara hacer cumbre», dice Garranzo. Mohr lo intentó el pasado 5 de febrero y algo pasó en la ascensión, a 8.200 metros. Lleva diez días desaparecido, junto a John Snorri y Ali Sadpara (héroe nacional en Pakistán), y no hay ninguna esperanza de encontrarlos con vida. «O se despeñaron o se les hizo de noche y buscaron refugio en una grieta, esperando las primeras luces del día. Y allí murieron congelados», se resigna Garranzo,
Sin opciones
Además, a nivel personal, la expedición no pudo ir peor. «Sufrí una parasitosis digestiva en el Campo Base, posiblemente por ingerir leche o carne no suficientemente cocinada durante los días previos. El caso es que estuve una semana vomitando todo lo que comía o bebía», señala Garranzo. Así, la dificultad para hidratarse se unía a la cefalea que provoca el mal de altura. Y lo peor eran los fuertes dolores que tenía que soportar en la zona renal.
«La noche anterior a salir hacia el C1 para hacer la aclimatación fue horrorosa. No se iba el dolor y no tenía ninguna opción de ir para arriba», reconoce Garranzo, quien tuvo que tirar la toalla casi antes de comenzar.
«Esta primavera sabremos si murieron congelados»
El chileno Juan Pablo Mohr, el pakistaní Ali Sadpara y el islandés John Snorri, los tres últimos alpinistas de la expedición comercial de Seven Summit Treks que intentaron hacer cumbre invernal en el K2, llevan diez días desaparecidos. La última vez que se les vio estaban en el cuello de botella de la segunda montaña más alta del planeta, a 8.200 metros de altura y 50 grados bajo cero de temperatura. Se les da por muertos y en el Campo Base ya no queda nadie. La expedición de Seven Summit Treks se ha dado por finalizada. «Los helicópteros de rescate no pueden volar por encima de 7.000 metros y no han visto nada. No sabemos qué ha pasado. Si se despeñaron, posiblemente nunca aparezcan sus cuerpos. Si murieron congelados lo sabremos esta primavera, cuando suba alguien hasta esa altura y encuentre los tres cadáveres», explica Garranzo.
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