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Purificación Cuadrupani a bordo del 'Sirene' en Cala Son Saura, Menorca. A la derecha, el bombero y fotógrafo Manuel Zamora. M. Z. / P. C. / Martínez Bueso

El viaje de novios en el 'Sirene' del bombero y fotógrafo Manuel Zamora

Crónica náutica de dos meses de navegación por las islas Baleares, unas 800 millas en las que la pareja constata la magia de Mallorca, el hedonismo de Ibiza, lo ancestral en Menorca y lo inesperado en Formentera

Manuel Zamora y Purificación Cuadrupani

Sábado, 13 de septiembre 2025, 08:26

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Somos Puri y Manuel (PyM) y esta crónica náutica comienza con una boda. Después de muchos años de navegación y tras una operación que hizo estar a M al otro lado del espejo decidimos celebrar la vida, el amor y nuestra pasión por el mar con una buena fiesta y una travesía por el Mediterráneo.

Nuestra intención era llegar hasta Atenas, pero motivos laborales nos hacen acortar el tiempo y replantear la derrota prevista solamente al archipiélago de las Baleares. Por delante dos meses para descubrir la esencia de unas islas cercanas, aunque muy desconocidas, llenas de tópicos pero que todavía atesoran secretos que miles de navegantes antes de nosotros han disfrutado.

En junio empezamos a preparar nuestro barco. El 'Sirene' es un velero Beneteau Oceanis 361, muy confortable, seguro e ideal para largas temporadas a bordo. Revisamos todo el motor, jarcia o elementos de seguridad y habilitamos uno de los camarotes para estibar todos los víveres y agua necesarios para dos meses.

Bahía de Pollença, en Mallorca. Manuel Zamora

Al atardecer del 12 de junio, con una ligera brisa de SE, zarpamos desde el Club Náutico Villa de San Pedro rumbo a Ibiza. Por delante, 115 millas náuticas (NM), que nos llevarían unas 22 horas. En una travesía nocturna vamos haciendo guardias en cubierta estando atentos al mar y a los numerosos cargueros y cruceros que iluminan el horizonte.

Al amanecer descubrimos numerosos peces voladores que se han subido a bordo del Sirene por la noche. En el horizonte, la inconfundible silueta de Es Vedrá.

La cuna de Tanit

Este islote de casi 400 metros de altura que recuerda al sombreo de un druida está envuelto en un aura de magia y misticismo. Los hippies que desembarcaron en la isla en los 60 ya afirmaban que es uno de los centros magnéticos de la tierra junto al Polo Norte y el Triángulo de las Bermudas. También que es uno de lo vértices de la ciudad perdida de la Atlántida o que fue el hogar de las ninfas y sirenas que intentaron seducir a Ulises en la Odisea de Homero. Es la cuna de Tanit, diosa de la Luna, representante de la danza, la fertilidad, la sexualidad, el amor y la creatividad, venerada por los fenicios y omnipresente en todos los mercadillos de artesanía de la isla en forma de busto de terracota. Muchos pescadores ven extrañas sombras de animales bajo sus aguas y no pocas parejas viajan para tocar la roca porque la leyenda le atribuye una gran cantidad de energía sexual.

Es Vedrá desde el mirador de Cala d'Hort, en Ibiza. Manuel Zamora

Seguimos por la costa este de Ibiza. Hace buen tiempo y los atardeceres «fenicios» de tonos púrpura nos acompañan todos los días despidiendo al sol con aplausos y besos a bordo. A pesar del hedonismo, el conformismo, la frivolidad y el consumismo que hoy reina en Ibiza, la influencia de ese espíritu hippie de libertad se puede aún sentir en sus pueblos blancos del interior, en mercadillos como Las Dalias, bares como Casa Anita en San Carlos, atardeceres como el de Benirrás al son de tambores, o playas nudistas como Punta Galera.

Antes de cruzar a Mallorca fondeamos un par de días en Punta Grossa, al norte de la isla y bajo su faro abandonado. Rodeados de acantilados, sin cobertura móvil e inaccesible por tierra. Todo un oasis para navegantes.

Desde este punto para nosotros ya es mar desconocido. Aprovechando una previsión de viento de SE cruzamos el canal de Mallorca. 48 millas con viento al través de 12 nudos sostenidos que nos lleva volando a Andratx. Tenemos la suerte de llegar en fiestas y disfrutamos de una preciosa exhibición de folclore mallorquín en la possessió de Son Mas.

Fondos de impactante transparencia en Cap de Ses Salines, Mallorca. Manuel Zamora

Reencuentro con amigos

El plan de navegación es rodear la isla por levante y volver por la Tramuntana. Vamos dejando atrás la Bahía de Palma y comenzamos a descubrir las numerosas calas en forma de lenguas marinas que se adentran en la costa este y que siempre han sido un refugio seguro para navegantes. Mallorca nos brinda momentos de reencuentro con amigos. En Cala Santany compartimos día de navegación con Jorge, Laura y sus niños. En Porto Cristo disfrutamos de las cuevas del Drach junto a Manolo y Mª José estando fondeados en la entrada del puerto bajo un acantilado donde Rafa Nadal tiene su mansión. Desde el puerto de Cala Ratjada exploramos junto a Lola y Pepe los pueblos medievales de Artá, Petra y Felanitx, con un turismo mucho más familiar y relajado que el jolgorio de Palma. En la bahía de Portocolom, protegida de todos los vientos, salimos con Silvia y Miguel a degustar la fantástica gastronomía mallorquina. Además de las omnipresentes ensaimadas y la adictiva sobrasada se pueden saborear platos como el frito mallorquín, el pa amb oli, el trampó, los caracoles mallorquines o el tumbet de raya.

Una de estas lenguas nos adentra en Cala Figuera donde descubrimos el puerto más bonito de las isla; una pequeña Venecia donde apenas caben cinco veleros en la cara sur del muelle pesquero, lleno de llaüts y racimos de casas tradicionales asomadas al mar. A una caminata está la playa de S'Amarador, repleta de turistas por su belleza y donde Xavi, el heladero, nos regala la historia de una cámara Hasselblad que va a heredar de un viejo amigo alemán.

Joan y sus pulseras en Es Pujols, Formentera. Manuel Zamora

Un velero es un mundo en sí mismo y el día a día a bordo tiene sus rutinas intentando no dejar nada al azar. P suele consultar la meteo, calcular la travesía del día siguiente y buscar el fondeadero más protegido e interesante. Yo elaboro el menú y reviso toda la parte técnica y desperfectos a bordo. Siempre hay algo que hacer y procuramos llegar a nuestra siguiente recalada antes del atardecer para poder ver bien donde echamos el ancla y celebrar un día más en este mundo disfrutando de la puesta de sol. Hemos fondeado al sur, en cala Caragol, muy cerca de Cap de Ses Salines, donde el agua nos regala un turquesa cegador y un buceo rodeados de obladas, salpas, sargos, pulpos y rayas.

Amanece sin viento y a 10 millas al sur se divisa el archipiélago de Cabrera. Hoy toca navegación a motor para arribar al Parque Nacional más grande de España (aunque la mayor parte está sumergido). Cabrera está compuesto por 19 islas e islotes y que debido a su aislamiento histórico ha llegado a nuestros días prácticamente inalterado, siendo uno de los paisajes litorales mejor conservados de todo el Mediterráneo. Se fondea en boyas en la bahía principal debajo del imponente castillo del siglo XIV construido para proteger la isla de berberiscos que la usaban como base para sus ataques a Mallorca. Además de esta fortificación se pueden encontrar restos de una antigua factoría de salazones, restos de un monasterio bizantino del siglo V o restos de los campamentos de los prisioneros napoleónicos que tras la batalla de Bailén (1808) fueron confinados en esta isla-prisión. Lo que ahora es un sitio idílico fue una especie de Guantánamo del siglo XIX. Llegaron unos 9.000 soldados desde Cádiz y al final de la guerra, cinco años después, solo unos 3,500 volvieron a Francia. Un monolito-osario recuerda este capítulo desconocido de la historia de España.

Manuel Zamora
Imagen -

Hace una de esas noches húmedas y pegajosas de verano, pero un cielo despejado nos permite ver Mercurio y Marte hacia el oeste. Brindamos por estos soldados con un vino de Jumilla que nos estibó nuestro amigo César antes de partir de Murcia.

Llevamos casi un mes de navegación y unas 350 NM. Desde el puerto de Cala Ratjada y vigilados por el faro de Capdepera ponemos proa a Menorca. Es principio de julio, y con viento de 15 nudos del NE, un rizo en la mayor y rumbo a un descuartelar cruzamos las 25 millas del canal de Menorca en una travesía bastante regatera. Menorca nos recibe por la costa sur en toda su belleza. Lejos de la urbanización descontrolada de otros territorios, la sencillez y el orden que reinan sobre el terreno, aportan una calma extra al paisaje. Reserva de la Biosfera en su integridad, los isleños luchan por preservar esta identidad que otras islas han vendido al turismo masivo.

Cala Macarella, Son Saura, Galdana, Mitjana o Cales Coves son algunas de las calas de sur que visita el 'Sirene'. Calas de aguas turquesa, fina arena y bordeadas de pinos, donde se encuentra con facilidad la protegida tortuga mediterránea. Todas engarzadas por el Camí de Cavalls, antiguo camino de vigilancia que bordea la isla y recuperado en su integridad gracias al tesón de los menorquines.

«Julio, Agosto y Mahón»

Mahón está situado en el fondo de uno de los fiordos más abrigados y espectaculares del Mediterráneo. Llegamos al atardecer a la entrada de este puerto natural del que el almirante genovés Andrea Doria decía: «Julio, Agosto y Mahón, los mejores puertos del Mediterráneo son». Por babor los restos del Castillo de San Felipe y por estribor las murallas de la Mola, la fortaleza de Isabel II. Aquí nace el sol de España y la sensación después de visitarla es que Menorca todavía sería británica de no haberse construido. Recalamos en Cala Teulera al lado de la isla del Lazareto, antiguo hospital de confinamiento y cuarentena para los navegantes del S. XVIII construido por el Conde de Floridablanca. La cola de un frente procedente de Cerdeña nos da la peor noche de todo el viaje.

Dejamos la Illa del Rei por estribor para atracar en los muelles de poniente. Mahón nos recibe con ese aroma encantador de puerto decadente, lleno de callejuelas, casas color pastel y ventanas de guillotina reflejo de la época de dominación colonial inglesa. Cambiamos velero por scooter para descubrir el interior de la isla y su ancestral relación con la piedra. La isla cuenta con cientos de yacimientos arqueológicos de la cultura Talayótica que vivió en la isla en la edad del bronce (1600-100 a.C). Encontramos poblados, espacios funerarios como las navetas, lugares de culto como las taulas y grandes construcciones como los talayots. Visitamos la Naveta des Tudons, la necrópolis de cala Morell y los poblados de Torralba d'en Salort y Talatí de Dalt. En las antiguas canteras de piedra de marés de Lithica vemos como el hombre ha vaciado la tierra piedra a piedra para construir casas, palacios y fortalezas. Por el camino cientos y cientos de kilómetros de muros en piedra seca cuadriculan el paisaje. ¡Menorca es piedra!

Manuel Zamora
Imagen principal - El viaje de novios en el 'Sirene' del bombero y fotógrafo Manuel Zamora
Imagen secundaria 1 - El viaje de novios en el 'Sirene' del bombero y fotógrafo Manuel Zamora
Imagen secundaria 2 - El viaje de novios en el 'Sirene' del bombero y fotógrafo Manuel Zamora

Largo regreso a casa

Abrigada del temido viento de Tramontana amarramos unos días en el puerto de la bahía de Fornells para degustar el plato estrella de la gastronomía menorquina: la caldereta de langosta, un antiguo plato de pescadores que se toma con babero. Tenemos la sensación de haber llegado a la cima. A partir de aquí y después de doblar el Cap de Cavallería (el punto más septentrional de Baleares) comenzamos el largo regreso a casa. Seguimos bordeando la costa norte y nos detenemos unos días en Ciutadella, la antigua capital de la isla, antes que los británicos trasladaran el gobierno a Mahón.

Con viento fresco volvemos a Mallorca buscando la bahía de Alcudia, donde esperamos una buena meteo que nos lleve con seguridad por el norte de la isla. La Sierra de la Tramuntana es muy traicionera para los navegantes... 600 millas después regresamos a Ibiza. Formentera es nuestra isla, siempre tiene algo diferente que regalarnos. Aquí nos enamoramos de la navegación a vela, y como a Joan nos sedujo el embrujo de estas aguas. Al partir, los restos de un velero varado en Ses Illetes nos recuerdan que este Mare Nostrum hay que cuidarlo y respetarlo para que los futuros navegantes sigan encontrando en sus aguas la conexión con sus antepasados.

Han sido casi dos meses de navegación y unas 800 millas. Cansados y con la piel salina volvemos a San Pedro del Pinatar. Soñaremos con el Tirreno, el Egeo o el Jónico, fondear en las islas Eolias o atravesar el canal de Corinto para arribar a Atenas. Pero eso será otra historia. ¡Buena proa 'Sirene'!

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