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'La Muela' (paisaje kárstico), 2005.Óleo sobre lienzo, 80 x 120 cm. ANIL DAS GUPTA
'In memoriam' Anil Das Gupta González

'In memoriam' Anil Das Gupta González

Arte. Fallecido hace unos días en Mula, el artista indio pintó la magia de lugares como los campos del Ardal y Cagitán, y las mejores panorámicas de ramblas, cárcavas y barrancos

JUAN GARCÍA SANDOVAL

Miércoles, 17 de marzo 2021, 01:36

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Anil, te has ido en estos tiempos en los que debemos resignarnos a mirar al cielo. Te fuiste y aún no lo podemos creer, se hace muy difícil decir adiós a quien siempre estuvo ahí. Hace unos días que te hemos despedido con mucho dolor y en la intimidad de la vigilia del hogar familiar, donde te han cuidado: Enrique, tu familia, tus amigos, que son muchos y de todas partes del mundo. Las distancias impuestas por las circunstancias, y condenados a saber de la soledad del momento, no han impedido los múltiples mensajes, llamadas y muestras de cariño y gratitud de los que te querían tal y como eras.

Siempre fuiste como un faro para tus amigos, hiciste lo que hace un amigo de verdad, escuchar, dar mil consejos, para que no siguiéramos ninguno, para aprender a equivocarnos y no juzgar, para estar seguros de nosotros mismos... En la vida nos encontramos amigos, familiares y algunos maestros, y Anil era un maestro de la vida, del corazón, esos que te enseñan y que están ahí desde la cercanía, ejemplo del trabajo y de la humildad de lo cotidiano, él no se creía mejor que nadie, solo pretendía que la gente pusiera atención y responsabilidad en los aspectos de la vida.

Cuando te encontrabas con Anil por las calles de Mula, se le reconocía enseguida, deporte, que diríamos, señorial, su propia figura y modales le hacían distinguido, y le acompañaba su nombre, lleno de sonoridad, de origen indio, lleno de sonoridad, que quiere decir aire y/o brisa, alusión al color azul, del cielo y el mar, ese añil o índigo que tomaron los árabes de la India, uno de los tintes más antiguos usados en tintura textil y en imprenta, índigo azul que cambió el mundo, como nuestro querido amigo. Anil nació en Calcuta, en los albores de la independencia de su querida India de Gran Bretaña. Fruto de una saga familiar que unía ese mestizaje del mundo, de acá y de allá, de padre indio y madre gallega, segundo hijo de siete hermanos. Como Ulises en su vuelta a Ítaca, siempre estaba en un viaje continuo, en ese retorno que le llevó a viajar, soñar, vivir en el mundo y a compartirlo de forma generosa.

Anil Das Gupta González (16-12-1954, Calcuta; 10-03-2021, El Niño de Mula), ciudadano del mundo, polifacético, pintor y humanista, se formó en Londres y se licenció en Historia del Arte en la Universidad de Mánchester, en arte medieval, especializándose en códices iluminados, una de sus pasiones. Posteriormente, estudió medicina tropical y centró sus estudios y lecturas en epidemiología. En su calidad de cooperante de ONG británicas y portuguesas estuvo, entre otros, en Belice, Perú, y Bangladés, fue especialmente significativa su contribución en sus queridas Angola y Mozambique, donde impulsó y diseñó, con equipos transdisciplinares, sistemas de gestión sanitaria y su implantación en el sistema público.

En el año 1996 se afincó en Casa Pedriñán en El Niño de Mula, después de unos años en Madrid, compaginando su labor artística con la dedicada a la cooperación internacional. Estos días recordamos su llegada a Mula, las andanzas, encuentros, y cómo empezaron la rehabilitación de la antigua casade origen barroco, sus inicios como centro de formación para las artes y la cultura, sin duda, un proyecto adelantado para la época en la Región, todo junto a Enrique León, su estrella y luz dorada.

Anil sospechaba que en el arte es más importante la necesidad que el talento, y cuánta verdad encierran esas palabras. Para él, el acto de pintar y dibujar le permitían aislarse de las injusticias y de los conflictos, sus trabajos ofrecen lugares donde refugiarse. En lo plástico, desarrolló varios géneros, como el retrato, el bodegón y el paisaje. Destacan panorámicas de ramblas, cárcavas y barrancos, de los badlands de Albudeite y de los ríos Pliego y Mula. Los campos del Ardal y de Cagitán son y eran para él extraordinarios, y su pintura recoge la magia de esos lugares, de soledades largas e impuestas, una pintura luminosa, despejada, libre y honesta, de agreste belleza, llena de espiritualidad atea. Quehaceres donde recoge y acoge lugares con amor propio, que exigen un trato de igual a igual, sus paisajes siempre me parecieron fascinantes, llenos de belleza y esencia.

«Vente para Pedriñán»

Recuerdo y recordaremos siempre sus palabras, «vente para Pedriñán», creo que todos deberíamos disfrutar del espíritu y de las germinaciones de este lugar alguna vez, «es como ver, tocar y respirar el Partenón», símbolo del alma griega, permítanme la metáfora, y que les haga partícipe de Pedriñán. De una forma u otra, es un lugar donde habita el alma y la cultura de nuestros corazones, gracias a Anil y Enrique. Concebido como residencia, ha sido y será un lugar para convivir, uno tenía la sensación de estar, en ocasiones, como en una delegación de las Naciones Unidas, era habitual encontrar amigos procedentes detodas partes del mundo, donde la creatividad y la diversidad de idiomas era lo normal. Ese encuentro de culturas se convertía en un ágora, el espíritu impregnaba el lugar, los amigos y personas que llegaban iban agregando, recogiendo y germinando las semillas de la cultura, esa cultura por el amor al prójimo, la paz, la tolerancia, la verdad y la lucha por las injusticias. Anil ha emprendido el camino de regreso a su Ítaca, él disfrutó del camino de la vida y nos hizo partícipes, nos enseñó a vivir esa amistad desde el corazón, desde la virtud, y parafraseando a Aristóteles, «nadie elegiría vivir sin amigos aunque tuviera todos los demás bienes».

Gracias Enrique, por compartirlo; gracias Anil, por sacarnos las sonrisas en los peores momentos, por hacernos sentir especiales en un mundo lleno de prisas y con falta de cobijo, gracias por hacernos disfrutar y compartir el viaje de la vida.

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