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'Don Miguel de Cervantes en alpargatas'. Retrato realizado por el pintor e ilustrador murciano Arturo Pérez para LA VERDAD. Aparece en plena siega en Albacete, en uno de sus viajes por La Mancha. ARTURO PÉREZ MARTÍNEZ [ARTUROARTISTA.ES]

Viaje entre la cordura y la locura de Cervantes

Lejos de ser un ensayo monográfico o un estudio serio y sesudo sobre el Quijote, 'El verano de Cervantes', del ubetense Antonio Muñoz Molina, es un ejemplo clarividente de cómo un escritor es ante todo un lector

Viernes, 8 de agosto 2025

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No recuerdo si fue Vladimir Nabokov o Gustave Flaubert quien afirmó que, en la literatura, en particular, y en el arte, en general, el detalle lo es todo porque Dios se esconde en los detalles. Algo así debió de pensar el que fuera Premio Cervantes de 2015, el mexicano Fernando del Paso cuando, en una de sus pesquisas quijotescas, se para en seco y se pregunta: «Después de todo, nada sabemos del color de los ojos de Don Quijote... ¿Serían, quizás, verdes? Verde era, al parecer, el color favorito de Cervantes». Algo así tuvo que pensar también Antonio Muñoz Molina cuando, al empezar a leer esa obra inmortal del Manco de Lepanto con diez años, se percata de que «el verano es la estación de 'Don Quijote de la Mancha'», la misma época del año en la que volverá a leer este libro inagotable que lo acompañará inevitablemente el resto de su vida.

'El verano de Cervantes' (Seix Barral, 2025), lejos de ser un ensayo monográfico o un estudio serio y sesudo sobre el 'Quijote', es un ejemplo clarividente de cómo un escritor es ante todo un lector y de cómo se puede profundizar en los nudos y en los ejes centrales de un texto literario a partir del enamoramiento y de la obsesión que el mismo lector puede llegar a sufrir en el momento en el que se sumerge en otro mundo. En este caso, el que crea un escritor como Miguel de Cervantes Saavedra, un autor que, reescribiendo toda la literatura del pasado (no solo las novelas caballerescas blanco de su parodia, sino también la que nos legan los clásicos griegos y romanos y los humanistas italianos), sabe recrear un mundo nuevo. En el que nada es lo que parece y en el que el lector mismo es capaz de ahondar en su propia identidad, en las zonas de sombra de su conciencia, además de en aquellos valores que deberían forjar su ética y su conducta moral.

¿Por qué leer un clásico hoy?

Muñoz Molina, autor de novelas que mucho le deben a Cervantes ('Beltenebros' se llama el protagonista de la homónima novela de 1989 inspirándose en el Caballero de la Triste Figura), vuelve con la memoria a esas lecturas reiteradas de la obra cervantina para darse de cuenta de que nunca leemos el mismo libro de la misma manera y de que la lectura de un clásico nos permite entender mejor la realidad a la que pertenecemos, precisamente por ofrecernos una realidad ficticia llena de detalles que cobran vida y significado si uno es capaz de mirar con atención, de leer con lupa, de contemplar sin tapujos lo que Cervantes nos va contando en esta obra infinita (porque nunca se acaba y nadie podrá pretender encorsetarla en teoría interpretativa unívoca alguna).

Si Fernando del Paso se pregunta de qué color tiene los ojos Don Quijote, Muñoz Molina se da cuenta de que toda la novela en sus dos partes se desarrolla en verano (en uno de los últimos capítulos de la Segunda Parte se alude al 24 de junio, el día de las hogueras por la noche de San Juan).

Cervantes ofrece a Muñoz Molina una gran lección: la necesidad de prestar «atención a lo inconstante, lo ambiguo, lo contradictorio de las personas, las trastornadas y las en apariencia cuerdas, las mezquinas y las generosas»

No recuerdo ya si es Fernando del Paso o el mismo Muñoz Molina quien nota que, de ser esto así, los dos personajes se pondrían morenos, bajo el sol de justicia de Castilla-La Mancha (sobre todo el bueno de Alonso Quijano, al ser un lector tan empedernido que transcurre las noches en blanco y el día medio durmiendo). El historiador arábigo Cide Hamete Benengeli se pasa la novela entera contándonos este tipo de detalles aparentemente nimios: si es cierto que «cada percepción es singular» y, por ende, que cada personaje describe la realidad que le rodea desde su peculiar e intransferible punto de vista, también es cierto que Cervantes, a través de la máscara de su narrador puntual se divierte a diseminar en el texto detalles que parecen no tener sentido y que, en cambio, cobran uno cuando el lector vuelve sobre ellos. Un ejemplo entre muchos: en el cap. 4 de la Primera Parte, «habiendo andado dos millas, descubrió Don Quijote un grande tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia» (las cursivas son mías). Muñoz Molina se pregunta, justamente: «¿Cómo después se supo? ¿Quién lo supo? ¿Por qué motivo hizo alguien esa averiguación, que no tiene importancia alguna en la trama?».

El lector niño, adolescente, joven y luego adulto que fue Muñoz Molina no deja de sorprenderse al descubrir estos detalles aparentemente inútiles o prescindibles. Sabemos que nada lo es en el mundo de la ficción, y muchos menos en el de la ficción cervantina. El lector de Úbeda que sueña con viajar a otras realidades precisamente gracias a la lectura de cómics, al cine y a la literatura de quiosco que consigue leer alquilándola, descubre también otro paralelismo absurdo y algo cómico: la realidad campesina que Cervantes detalla a partir de la aparición de Sancho Panza es idéntica o muy parecida a la que rodea al lector en ciernes de los grandes clásicos de la literatura española. Su pueblo está lleno de hombres gordos montados en mulas delgadas; su abuelo también utilizaba el burro como medio de transporte para las faenas del campo. La España del siglo XVII se proyecta en la del XXI permitiendo al lector joven asombrarse frente a lo que no cambia o solo cambia de forma aparente (los nombres de las herramientas del campo que hoy necesitan una nota al pie Muñoz Molina se los sabe de memoria y por eso no le hace falta el diccionario).

Cervantes es inagotable, igual que su creación literaria, y le ofrece al autor de este libro lleno de hallazgos y de ideas iluminadoras una de las grandes lecciones de todos los grandes escritores de siempre, esto es: la necesidad de prestar «atención a lo inconstante, lo ambiguo, lo contradictorio de las personas, las trastornadas y las en apariencia cuerdas, las mezquinas y las generosas». De ahí la importancia que cobra el diálogo como forma privilegiada de conocimiento del otro: Cervantes es un autor inalcanzable cuando se trata de plasmar en la página la conversación entre dos o más hablantes. Y de ahí también lo fundamental que es para el alcalaíno el «otro», el marginado, el delincuente, el forajido o el exiliado.

Arturo Muñoz Molina (Úbeda, 1956), escritor y académico. Esther Vázquez

Juega con la topografía

Pensemos en la pastora Marcela, protofeminista que no quiere casarse porque no concibe la felicidad dentro del matrimonio tradicional; o en el morisco Ricote, que vuelve a España a escondidas y vestido de peregrino para volver a contemplar la que considera su patria tras la expulsión de los árabes de Felipe III; o en el bandido catalán Roque Guinart, cuya vida peligrosa y llena de altibajos sorprende y casi asusta al bueno de Don Quijote al acercarse a Barcelona. Cervantes juega con los nombres, con la topografía, con la cronología interna del relato, con las múltiples voces de los múltiples narradores (incluyéndose a sí mismo y también al traductor morisco que vierte al castellano el manuscrito en árabe de Cide Hamete Benengeli) para permitirnos ver lo que no se ve a primera vista, y, tal y como lo aprenderá Muñoz Molina a lo largo de sus relecturas, para permitirnos entender que, realmente, «nadie sabe cómo es el alma de nadie», aunque merece el esfuerzo intentar asomarse al «otro».

Ese «otro» es Don Quijote, un loco que se cree caballero andante y que, solo tras ser derrotado, volverá a su casa para morir cristianamente y volver a cobrar su verdadera identidad. Ese «otro» es Sancho Panza, un hombre del campo que utiliza las mismas herramientas que le eran fundamentales al trabajo diario del abuelo de Muñoz Molina. Esos «otros» somos los lectores que, igual que el autor de 'Sefarad', al releer 'Don Quijote de la Mancha', nos damos cuenta de cuántos detalles aparentemente nimios nos van acompañando en ese viaje incierto entre la cordura y la locura que es la vida.

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