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Historia. Detalle de un mapa histórico de Italia, siglo XVII.

Italia, la gran pasión de los españoles en el Grand Tour

Tras la pista de los escritos de Bernardo José Olives de Nadal, José de Viera y Clavijo, el Padre Juan Andrés y Leandro Fernández de Moratín en el siglo XVIII

Sábado, 28 de diciembre 2024, 08:40

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Con el término Grand Tour, acuñado por primera vez en Francia por Lord Granborne en 1636, y recogido después por Richard Lassels en su 'Voyage d'Italie', de 1670, nos referimos a los viajes que emprendían los jóvenes aristócratas y de la alta burguesía a finales del siglo XVII y todo el XVIII, hasta que las guerras napoleónicas dificultaron viajar.

Sin embargo, el concepto se ha ido ampliando tras la enorme influencia ejercida por la 'Historia del Arte de la Antigüedad' (1764) de Johann Joaquim Winckelmann, considerado el padre de la arqueología moderna. Además, Goethe hace su viaje a Italia en 1786-1788, si bien no publica su famoso libro hasta 1816. El otro gran viajero sobre Italia, Henri Beyle, Stendhal, publica también en el siglo XIX 'Roma, Nápoles y Florencia' (1817), 'Paseos por Roma' (1829)...

Los viajeros de la segunda mitad del siglo decimonónico están condicionados por las luchas y revoluciones que convertirán a Italia en un estado unitario en 1861, aunque Roma no sería la capital real hasta diez años más tarde.

De la Vega, Pedro Antonio de Alarcón, Castelar, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán... escribieron en el siglo XIX también de Italia

Durante siglos, Italia fue recorrida para embarcar hacia Tierra Santa en los puertos de Bríndisi, Trani y Venecia. Un ejemplo, Pero Tafur viaja entre 1436 y 1439, en 'Andanzas e viajes de un hidalgo español' escribe sobre la tumba del santo de Asís: «Dicen que el cuerpo de Sant Francisco está allí enterrado en un lugar que ellos muestran, pero la verdad es que ninguno lo sabe [...] salvo el Papa y un cardenal y un fraile del mismo monasterio», secretismo que evita saqueen las reliquias.

Con Elisabet I de Inglaterra comienzan los viajes financiados por la corona, la aristocracia y la burguesía. En 1558 William Cecil, su consejero, crea becas para la clase dirigente. Italia destino ineludible. Elocuente el breve ensayo de Francis Bacon, de 1625, 'De los viajes': «Los viajes, en la época de juventud, son parte de la educación; en la vejez, parte de la experiencia». Aconseja observar la corte, los tribunales de justicia, los sínodos eclesiásticos, monasterios, fortificaciones... Les pide conocer un poco el idioma, alejarse de los compatriotas, llevar un diario.

Cuatro son, fundamentalmente, los españoles que escriben sobre Italia en el siglo XVIII: Bernardo José Olives de Nadal (1678-1715), José de Viera y Clavijo (1731-1813), el Padre Juan Andrés (1740-1817) y Leandro Fernández de Moratín (1760-1828).

Olives de Nadal es el prototipo de joven viajero del Grand Tour: su padre había sido consejero del rey Carlos II, pasó sus primeros 14 años en Madrid donde recibió una esmerada educación. Su viaje lo realiza motivado por el jubileo de 1700. Empieza en noviembre de 1699 y acaba a mediados de 1701. Destino Roma, aunque también Francia, Viena, cuenca del Rin y Países Bajos.

Hace una minuciosa descripción topográfica, ríos, llanuras, montañas..., y de las ciudades, con sus murallas, plazas, edificios, especialmente los religiosos. Joven ilustrado, le atrae el barroco y se interesa por lo didáctico: jardines botánicos, ciencias naturales, universidades, bibliotecas... Ansía llegar a Roma para Pascua, ya que no pudo presenciar la apertura del Jubileo.

El segundo es Viera y Clavijo, viaja durante 1780-1781, historiador, biólogo y escritor canario, sacerdote erudito. Acompaña al Marqués de Santa Cruz, Grande de España, por lo que, a veces, se alojan en embajadas. Lector de Voltaire, Montesquieu y Rousseau. Autor del clásico 'Noticias de la historia general de las Islas de Canaria' (1772), amigo de Campomanes y Melchor Gaspar de Jovellanos, fue preceptor en Madrid del joven Marqués de Viso. Su diario es preciso cronológica y tipográficamente.

Entra en Italia por los Alpes: «en este lugar se halla situado el Mont-Cenis, que se nos presentaba a la vista excelso, nevado y majestuoso. Aquí se desarmó nuestro coche, cuyas piezas con toda la demás carga se transportó sobre bestias mulares y, para cada uno de nosotros, se trajeron unas sillas portantinas, o más bien, especie de parihuelas con brazos y respaldo». Mientras dormían, les montaban el carruaje.

Hay un tono pedagógico, científico, que le lleva a detenerse en la sulfatara, ese cráter volcánico de importancia científica y literaria. Se halla en los Campos Flégreos, donde los clásicos colocaron el Averno que posteriormente Dante situaría en Jerusalén con la inscripción: «Olvidad toda esperanza vosotros que entráis». Escribe Viera: «Por donde creían los antiguos que se bajaba al infierno y por donde Virgilio hizo bajar a Enea. Asimismo decían que ningún pájaro podía pasar volando sobre sus aguas sin caer muerto, pero yo vi volar algunos sin la menor lesión». En realidad, el cráter Averno es hoy un lago lleno de vida, mientras que la sulfatara echa humo y azufre amarillento.

El tercer viajero es el Padre Andrés, jesuita expulsado de España, autor de la primera historia de literatura universal 'Origen, progresos y estado actual de toda la literatura' (1782-1799) y de 'Cartas familiares (Viaje de Italia)' (1786-1800). Su tono es, en algunos casos, excesivamente erudito. Muestra admiración por la Tribuna de los Uffizi: «Pero todo cede a la tribuna o gabinete de Venus Medicea, que se puede llamar el sagrario de las Nobles artes y el extremo del buen gusto. Aquí no se puede entrar sin sentirse penetrado de un profundo respeto a tantas obras insignes de Escultura y Pintura, superiores esfuerzos del ingenio humano». También habla del teatro romano de Herculano, junto a Portici, bajo tierra: «Al llegar al teatro hay otras escaleras antiguas, una de trece y otra de veinte escalones. Un semicírculo, donde se cuenta veintiún bancos o asientos de piedra era el lugar para los oyentes».

Por último, Moratín y su 'Viage a Italia'. Dramaturgo y poeta, es el más relevante autor de teatro español del siglo XVIII, becado por Godoy y Carlos IV. Libro preciso en horarios, pueblos recorridos, hospedajes. También se detiene en el Palacio de Portici. De Florencia resalta el cuadro del rey Felipe II: «joven, pintado por Tiziano, y a pesar de la diferencia de la edad y del traje, se reconoce en él aquel malvado viejo que asusta en la Librería del Escorial».

En el siglo XIX muchos otros escribieron sobre Italia: José Gutiérrez de la Vega, Joaquín Francisco Pacheco, Pedro Antonio de Alarcón, Emilio Castelar, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán...

Recordemos estos días las palabras de Castelar: mientras se censuraban textos en los Estados Pontificios «un libro de cábalas y astrologías para adivinar los caprichos del bombo lotérico ha sido impreso y publicado con el plácet pontificio por no contener nada contrario a la religión ni a la moral». Añadiendo, «al cañonazo sigue en la multitud otro alarido increíble. El cardenal coge el manubrio y da vueltas al globo cristalino. El monago mete la mano y saca un número. Era la lotería oficial, la lotería pontificia. Huyamos. Tenía razón el garibaldino. ¿Ésta es la ciudad del espíritu?». A lo que nosotros podríamos responder que la lotería, hoy, es parte de nuestro espíritu navideño.

Italia, la gran pasión, y como si nos lo hubiese pedido Volante, dediquémosle un soneto: «Con ojos del pasado y del presente / sigo la voz del viejo aedo ciego / hasta el volcán que mira envuelto en fuego / la acuea virginal sirena ardiente. // Imperio de acueductos y de puentes, / con ese Mare Nostrum sin sosiego, / de ti, pese a la espada, no reniego / pues diste ley, derecho al Continente...».

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