El Giotto de Ruskin vuelve a la vida
En los frescos de la capilla Scrovegni de Padua está tal vez la mayor cota artística del pintor, muralista, escultor y arquitecto florentino, donde pone toda su técnica al servicio del mensaje
Tal vez ningún pintor ha estado tan cerca de Dios como Giotto. El espectador que ha visto sus frescos en la Capilla Scrovegni de Padua o en la Basílica de San Francesco en Asís sabe que no exagero. A Giotto siempre se vuelve porque reconforta la mirada contemplar sus figuras dramáticas, tocadas por una luz especial que no puede ser humana. Sin embargo, ese acercamiento a Dios lo consigue el pintor florentino a través de la imitación a la naturaleza. La revolución pictórica que se produce consiste en acerca el arte a la realidad, en imitar lo que sucede alrededor del ojo artístico. Antes de Giotto, se pintaba un concepto. Después de Giotto, se pinta la vida.
Son muchos los estudios críticos de la obra del pintor del trecento y todos acuerdan que con su obra se construyen las bases del Renacimiento italiano. La línea que recorre Giotto hasta Botticelli es trazable de una forma clara. No alberga una distancia de siglos, sino un acercamiento del color y la forma. Conversan en susurros estos dos maestros. Este le debe buena parte de su obra a la contemplación de aquel. Giotto es en el arte fundación y revolución. Probablemente no exista un artista tan trascendental en Italia durante toda la Edad Media.
Serenidad
Por eso es tan importante la edición que ha publicado la editorial sevillana Athenaica del estudio de John Ruskin sobre el pintor italiano. Giotto y su obra de Padua es un breve ensayo escrito con erudición pero sin olvidar que va dirigido al gran público. Narrado en un lenguaje preciso, sin dejar atrás la exactitud y la divulgación, el escritor inglés nos sitúa en la Italia de Giotto, partiendo de un ambiente pictórico y biográfico que ayuda al lector a situarse con serenidad frente a la obra. Es un doble viaje el que propone Ruskin: por un lado, el del arte a través de su conquista de lo natural, siguiendo los parámetros aristotélicos de que el arte imita la naturaleza; por otro lado, un viaje a través de la figura de la Virgen y Cristo en los frescos de la capilla Scrovegni de Padua.
Es tal vez la mayor cota artística de Giotto, las imágenes en las que el pintor pone toda su técnica al servicio del mensaje. El espectador que contempla los frescos descubre una Virgen atemorizada por el destino señalado, su nacimiento, también inmaculado, su infancia, su casamiento con un desconocido, la concepción milagrosa y los miedos al rechazo de su marido. Es una mujer de carne y hueso que tras pasar por el pincel del artista se transforma en una divinidad, sin olvidar su parte humana. Sucede lo mismo con los frescos que cuentan la vida de Jesús, desde la Natividad hasta su Resurrección, un catálogo magistral de la Pasión bajo un fondo azul que se puede denominar, sin miedo a la inexactitud, como el azul Giotto.
Porque Ruskin no solamente plantea un catálogo de arte, sino una conversación con el lector como si caminásemos por la capilla Scrovegni. Es sin duda la Capilla Sixtina de la Edad Media, y el autor dedica fresco a fresco a contar la técnica, la historia, las bases documentales donde el artista se ha apoyado para bajar el cielo a la tierra y convertir la historia de Dios en un hombre que sufre, llora y se mezcla con los colores del arte.
Elogioso empeño el de Athenaica por rescatar obras que fueron clásicos del siglo XIX. Una ventana abierta a la erudición que nunca debería caer en el olvido. Para ello, la editorial ha preparado una edición plagada de ilustraciones a color, porque a Giotto no se le puede observar en blanco y negro. El resultado es un libro preciosista, un culto a la belleza que nos reconcilia con el arte medieval, alejado de los cánones actuales, pero que después de Giotto resulta de una familiaridad apabullante.
La voz del milagro
Define Ruskin el arte del pintor italiano en tres conceptos: darle protagonismo al color con mayor claridad, el protagonismo de las masas, creando cuerpos más humanos y menos estereotipados y la imitación más cercana de la naturaleza. Necesitaba Giotto, sin embargo, la voz que contará el milagro producido en la capilla Scrovegni. En Ruskin lo encontró, a siglos de distancia. Hoy los tenemos al alcance en las librerías. Es como viajar a Verona. Como ver a Giotto pintar por primera vez el milagro de la vida.
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