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Antonio Jesús Pérez Gil: «El mar los ha expulsado de sus casas»
El ganador del XIX Premio de Fotografía de la UMU expone en Espacio ES/UM su trabajo sobre un desaparecido pueblo de pescadores de Ghana
En busca de los ataúdes más singulares del planeta: con forma de pez, de zapato, de avión, de gallo peleón o de bote de Coca-Cola. Fue la primera vez que Antonio Jesús Pérez Gil (Tarifa, 1970) viajó a África para realizar un trabajo fotográfico, en aquella ocasión por encargo. Su destino: las tierras de Teshie, en Ghana, donde trabaja el carpintero/escultor que se ha hecho famoso con estas obras destinadas al descanso de los muertos. Su nombre: Eric Adjetey Anang. Y se enamoró de África, de sus gentes, «de la intensidad con la que allí se vive cada nuevo día». Pérez Gil muestra ahora, hasta el 8 de enero de 2021, en el Espacio ES/UM del Campus de La Merced, las obras con la que obtuvo el primer premio en la convocatoria del XIX Premio de Fotografía Universidad de Murcia/La Cámara Roja. Obras agrupadas bajo el título de 'El mar nos mueve'.
Un mes de trabajo, de nuevo en África, nuevamente en Ghana, dio como resultado 'El mar nos mueve', la propuesta que más convenció a un jurado profesional compuesto por Domingo Campillo, Avelino Marín, Enrique Martínez Bueso, Silvia Martínez y Mariángeles Sánchez Rigal.
Seis mil fotografías realizó Pérez Gil, la base de una selección de retratos muy cuidada. Personas de todas las edades, «afectadas directamente por el cambio climático y el consumo depredador de recursos que llevamos a cabo los humanos». En 'El mar nos mueve', los fotografiados también toman la palabra, y aparecen con sus nombres y apellidos. No son modelos posando al servicio de una idea, ellos son la idea misma, el resultado del problema, la consecuencia de un presente que no mira a los ojos del futuro. «Son víctimas de las acciones de otros, y eso nos debería hacer reflexionar sobre nuestros actos», dice el fotógrafo. Cada pieza fotográfica se presenta en forma de díptico: los retratado juntos a los restos o ecos de los que fueron sus hogares, y los paisajes que los circundan. Todos ellos miran a cámara, te miran a ti; pero no con reproche, no con desesperación, no para dar pena. Ni rastro de ira. Llama la atención su serenidad, el modo en el que afrontan resignados que la vida se les haya torcido, que el porvenir no se presuma halagüeño, y que a nadie le importe sus historias.
«Con la marea baja, algunos días vuelven a sus casas, a lo que queda de ellas: muros, ventanas, el umbral de una puerta...; a veces solo la nada»
Todas ellas transcurren en Fuvemeh, un desaparecido pueblo de pescadores situado entre el Océano Atlántico y la desembocadura del río Volta. «Ya solo existe», cuenta Pérez Gil, «en la memoria de quienes lo habitaron y en los recuerdos de sus hijos y nietos». «La erosión costera y la subida de los océanos, producidos como consecuencia directa del calentamiento global, poco a poco hacen desaparecer comunidades costeras a lo largo de los países de África Occidental», explica. Y precisa: «Un total de trece países y cerca de diez mil kilómetros de costa». Fuvemeh es un claro, y dramático, ejemplo de ello. «Años atrás, los habitantes de esta aldea, con cada subida de la marea alta, poco a poco veían como sus tierras, sus casas y sus 'vidas' desaparecerían», se lamenta. Al fotógrafo le impresionó contemplar cómo «con la marea baja, algunos días vuelven a sus casas, a lo que queda de ellas: muros, ventanas, el umbral de una puerta...; a veces solo la nada». Con eso se encuentran, «con un espacio físico vacío que llenan con la memoria». Sus imágenes están tomadas «en esos momentos en los que los antiguos moradores de Fuvemeh regresan a los restos de sus hogares y relatan los que sienten y piensan». La luz es bellísima.
«Todo es difícil»
Ángela Gbologa tiene 30 años y posa junto a su hijo a la orilla del mar. «Nuestra vida antes era normal, sencilla, pero ahora todo es difícil. Nos iremos de aquí, no hay ayuda, no hay futuro...», dice; o, mejor dicho, sueña en voz alta. Seth Zormelo tiene 51 años, y posa en la puerta de la que era su casa, y se lamenta de que, imparable, «el mar sigue subiendo». Bebli Adzotor es ocho años mayor que Zormelo y ha vivido 37 años de su vida en la vivienda en cuyo umbral posa. Habita ahora «un poco más arriba», pero le gusta, a veces, «volver»: por los recuerdos de las risas, los suspiros, de los anhelos que iba tejiendo en voz alta... Dzieedzrm Vormawor es muy joven, 16 años, y posa sobre la pared de la que fue su habitación, el lugar en el que dejó de ser un niño. Jakob Makafui, pescador de 30 años, dice en tono poético: «El mar se mueve, el mar nos mueve».
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