FICC53

Lost in Mallorca

Domingo, 1 de diciembre 2024, 10:32

Lo más atractivo del magnífico libro 'Martinete del Rey Sombra', reciente Premio Nacional de Narrativa, es que su estilo es hijo de mil leches, pues ... mezcla géneros sin empacho, algo que visualmente imita en su primer largometraje la realizadora española María Trénor, que se atreve a hacer un casi experimental film de animación.

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Como todos los días se aprende algo nuevo, salvo que sufras el efecto de señorito satisfecho (Ortega y Gasset 'dixit'), en el viernes del FICC descubrí la existencia de un músico llamado Robert Wyatt, uno de los componentes en los setenta del grupo Soft Machine, seguidores del sonido Canterbury (no pongáis cara de entendidos que a vosotros también os suena a chino, a no ser que seáis el compañero Frutos). Resulta que este sujeto publicó un álbum titulado 'Rock Bottom', y ese proceso de creación es lo que cuenta la película de idéntico nombre.

El pieza de Wyatt lo concibe mientras mantiene una relación más problemática que la de Rusia con Ucrania con una chica, y viviendo cual hippy cuando aún eran melenudos y antes de ser perroflautas, en Baleares, antes de ser Illes Balears. Si Oxford era una ciudad de aquatinta ('Retorno a Brideshead' 'dixit'), Mallorca sale aquí igualmente retratada como una Atlántida ideal, el lugar donde Ulises atracaría su barco y olvidaría a Penélope (y con lo que se mete en el metraje también perdería la memoria de todo lo demás).

Alejado de disneylianos diseños, con un estilo plástico más parecido a 'Dispararon al pianista' (2023), trata de que el caos visual y el sindiós narrativo quede reflejado en la animación. Como los estados de ánimo que son acompañados de la banda sonora de esos músicos. Pero no es la lisérgica 'Yellow Submarine' (1968), no se trata de promocionar un LP ni de resucitar a grupos enterrados.

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Lo malo es que la apuesta es demasiado alta, y si no entras en ese mundo, esas actitudes autoindulgentes a través de un hipertrofiado compromiso con la libertad sin responsabilidad, nos puede parecer a los habitantes del siglo XXI más antediluviano que una película de romanos.

Otro personaje que no consigue ser achuchable por el público sale en 'A missing part'. Un taxista francés que trabaja en Tokio, interpretado por Romain Duris, que a veces parece el excéntrico conductor que hacía Mel Gibson en 'Conspiración' (1997). Podría ser que la causa resida en que es un hombre que no está en estado de crisis, sino que la crisis es su estado permanente, y que vive en una sociedad cerrada que lo considera un antígeno.

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Ese expatriado galo en el país del Sol Naciente lleva casi dos lustros sin ver a su hija, porque Japón nos ha dado en los últimos cincuenta años el tren bala, el inodoro con chorrito, el sushi, el porno con monstruos, los hikikomori, las colegialas con minifalda, el manga, y una ley casi medieval que priva al padre que no tiene la custodia de ver a sus hijos. Para hacer eso mejor nos quedamos con Suiza que en quinientos años inventaron algo tan poco dañino como el reloj de cuco ('El tercer hombre' 'dixit').

Guillaume Senez, su director y escritor, hace que aletee una mariposa y una serie de acontecimientos se desencadenen para que el protagonista encuentre fortuitamente a la niña, ya adolescente, y sueñe con recobrar esa parte de él amputada. Como amputada tiene la película el sentido trascendente, incapaz de dar un paso más allá del compromiso social, que es su salvoconducto para gustar a la 'intelligentsia' y parecer rompedora sin serlo (y de paso desfilar por los festivales).

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No haré el fácil juego de palabras afirmando que Senez ha perdido la custodia de su talento, pero que se había ido a visitar el Fujiyama cuando hizo la película, sí.

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