Una bola de cristal. El célebre autor de 'Las ciudades invisibles', Italo Calvino. Gianni Giansanti

Calvino, confabulador nocturno del novecento

Este domingo se conmemora el centenario del nacimiento del ilustre italiano, cuya escritura es un género literario; en ella están la esperanza, la angustia, el amor, la muerte, la melancolía, la reflexión...

Viernes, 13 de octubre 2023, 08:46

Es de noche y hace frío. Invierno tras los cristales. El lector acaricia el libro y mira la ventana. La puerta tiembla. Ventisca. Ruido de ... pasos en la madera. Un extraño interrumpe la lectura. Un mundo posible, fantástico, poblado de sensaciones que los seres humanos hemos tenido solamente en la infancia. Un viajero que atraviesa un desierto y llega a una ciudad secreta, oculta entre las dunas, con canales por donde circulan el cristal y el oro, palacios de jaspe, serpientes que bailan al ritmo de las antorchas. Es otra puerta abierta a esta mitología de ensoñaciones. Un caballero que brilla en la oscuridad. Su piel se compone del metal de la armadura, que pisa los prados con sed de batalla. Un hombre que es dos hombres. El corazón de la bondad. La maldad de la codicia. Mundos que se acumulan en al retina, que construyen vidas, con el lenguaje de la fábula. Todo eso es Italo Calvino.

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Su escritura es un género literario, pero no a modo de compendio académico, sino como un homenaje de las raíces de la fantasía. En su figura literaria, de la que celebramos este domingo el primer centenario, cabe todo. En ella están presentes la esperanza, la angustia, el amor, la muerte, la melancolía, la reflexión... como en tantos otros escritores que en el mundo han sido. Pero lo que invita al lector a adentrarse aún más en su maravilloso universo onírico es sin duda el camino que elige. Y no es otro que el de la fábula. Calvino entiende la literatura, y esto sirve también para el mundo, como esas noches de insomnio en la que los sátrapas persas mandaban llamar a los 'confabulatores nocturni' para distraerlos. Se trataba de contadores de cuentos profesionales, que a la luz de un fuego, proyectaban un mundo real, pero cargado de magia, para espantar las sombras de los miedos.

Lo cuenta Borges en 'Siete noches', hablando de 'Las mil y una noches', y es aplicable a Calvino. Gracias a un estilo siempre impregnado de inocencia, el escritor italiano es capaz de llegar al alma humana para sustraer de ella las más bajas pasiones. Sucede con 'Nuestros antepasados', una trilogía ambientada en la Edad Media donde se mezcla el tono fantasioso con la crudeza de un mundo violento. Calvino escribe como quien cuenta una historia en voz alta. La mejor tradición oral se reúne en 'El vizconde demediado', un noble que, tras ser cortado verticalmente por la mitad en la guerra contra infieles, se convierte en dos seres, uno bondadoso y otros maligno. Sucede también en 'El barón rampante', cuando Cosimo se niega a bajar de los árboles por miedo a aceptar la decadencia de su estirpe, como Fellini textual. O en 'El caballero inexistente', un personaje formado solamente por armadura, el existencialismo más puro, narrado como una fábula, y no para un auditorio parisino de la Facultad de Filosofía.

Calvino consigue hacer del mundo una región de la fábula, un sueño humoso en el que el lector queda atrapado, con una facilidad para contar historias propia de la tradición oriental

De sorprendente actualidad

Este es el cauce para tratar el siglo XX, una centuria despiadada en guerras, que escogió Calvino. Su escritura no es frívola o ahistórica. Ni mucho menos. Consigue, en cambio, relatar la historia del ser humano a través de narraciones cotidianas, perdidas en el tiempo, con una actualidad tan sorprendente que aún hoy cuando las leemos pensamos que sus textos actúan como un espejo de nuestras miserias. Sucede con su gran obra, 'La ciudades invisibles', un catálogo de entendimiento entre los seres humanos. La novela funciona como homenaje y metaliteratura. Marco Polo conversa con Kublai Kan. Aquel le describe todas las ciudades de su reino. El emperador posee, pero no conoce. Es un extranjero el que le describe las bondades y miserias de su territorio, el que oficializa una geografía que, como el viajero veneciano, a veces se construye de mentiras y otras veces de sueños. La obra no deja de ser un esfuerzo humano encomiable de entendimiento, de confrontación dialogada y pacífica entre culturas diversas y alejadas, con una prosa tan poética que el lector anhela la existencia de todas esas ciudades para poder visitarlas.

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Calvino es discípulo de Borges, pero lo que en el escritor argentino es cerebral, en el italiano se convierte en puro lirismo. Sus cuentos, su esfuerzo por recuperar el pasado popular y traerlo al presente, como una flor recién nacida, contienen una hondura filosófica y una preocupación por las pasiones humanas que lo elevan a la categoría de clásico, en el más latinoamericano de los escritores italianos. Calvino consigue hacer del mundo una región de la fábula, un sueño humoso en el que el lector queda atrapado, con una facilidad para contar historias propia de la tradición oriental. El autor construye los caminos de la narración en la noche de los tiempos. Ilumina con las antorchas el hambre de la humanidad por escuchar y leer. Por inventarse una realidad para poder explicar sus días. Se sitúa en el centro de la noche y comienza a escribir, para espantar el insomnio de los sátrapas.

Un fragmento de 'Las ciudades invisibles'

«No es que Kublai Kan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores. En la vida de los emperadores hay un momento que sucede al orgullo por la amplitud desmesurada de los territorios que hemos conquistado, a la melancolía y al alivio de saber que pronto renunciaremos a conocerlos y a comprenderlos; una sensación como de vacío que nos acomete una noche junto con el olor de los elefantes después de la lluvia y de la ceniza de sándalo que se enfría en los braseros; un vértigo que hace temblar los ríos y las montañas historiados en la leonada grupa de los planisferios, enrolla uno sobre otro los despachos que anuncian el derrumbarse de los últimos ejércitos enemigos de derrota en derrota y resquebraja el lacre de los sellos de reyes a quienes jamás hemos oído nombrar...».

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