Alfonso Riera: «Las cuatro mujeres artistas de mi vida han sido Concha Velasco, Nuria Espert, 'la Caballé' y Rocío Jurado»
«Soy tímido y retraído; la verdad es que me han recibido siempre en los sitios con recelo y antipatía, pero también es verdad que cuando me he ido han llorado mi marcha [sonríe]», confiesa el empresario cultural
Tras recorrer medio mundo asistiendo a los mejores espectáculos y conociendo a los grandes intérpretes del siglo XX, a punto estuvo Alfonso Riera, nacido en 1956, de «ver morir a 'la Caballé' en Murcia, donde se puso malísima tras un recital que habíamos organizado con mucho cariño». Se salvó de milagro, menos mal. Metido en política muy joven -fue teniente de alcalde, en la primera corporación democrática del Ayuntamiento de Murcia, por Unión de Centro Democrático (UCD)-, por suerte su vida giró 180 grados tras convertirse en gestor cultural y, posteriormente, en empresario de la misma rama. En 1993, tras vivir el sueño de ser director de la División de Actividades Culturales de la Expo 92 de Sevilla, abrió en Murcia la oficina de su empresa, Actividades Culturales Riga, encadenando retos y éxitos como, entre otros muchos, la creación y dirección anual de la Semana Grande de Cajamurcia, el Festival Murcia Tres Culturas y la organización de grandes eventos artísticos como, por ejemplo, la inolvidable exposición 'Huellas' en la catedral de Murcia. Al cumplir 40 años en la gestión cultural, la coproducción de espectáculos y su apuesta final por los grandes musicales, se jubiló. Ahora disfruta de la vida entre Campoamor y Madrid, con alguna que otra escapada a Murcia. Casado con Joaquina Mora y padre de Alejandra y de Alfonso -«tengo una familia maravillosa de la que me siento muy orgulloso y satisfecho»-, sigue siendo el mismo 'joven' de siempre.
-¿Cómo es su carácter?
-Tímido y retraído; la verdad es que me han recibido siempre en los sitios con recelo y antipatía, pero también es verdad que cuando me he ido han llorado mi marcha [sonríe].
-¿Tantas ganas tenía usted de jubilarse?
-Muchas, sobre todo a raíz de la pandemia [de coronavirus]. La situación en mi sector estaba muy complicada y yo me había convertido ya en un puro empresario. Mi vocación no era la de ser empresario, yo como he disfrutado de verdad es como gestor cultural. Ser empresario es duro, y en mi caso se terminó haciendo desagradable. Así es que dije: 'Mis hijos ya se han abierto su propio camino en la vida, y a mí lo que me apetece ahora es cambiar mi día a día y hacer otras muchísimas cosas. Y me jubilé justo cuando me tocaba, en mi caso con 66 años y un poquito más.
En tragos cortos
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Un viaje pendiente Canadá
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Un lugar al que volver A los fiordos noruegos
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Un libro de cabecera Biografías de artistas
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Un pintor Ángel Haro y Van Gogh
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Un músico María Callas
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Un personaje histórico John F. Kennedy
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Un postre Tarta de merengue
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Una manía Perseverancia
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Una prenda de vestir Pantalón vaquero
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Un sueño cumplido Mis hijos
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Un consejo Sé feliz
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¿Qué último regalo ha recibido? Mi caricatura
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Un político Adolfo Suárez
-¿Se sentía usted cansado?
-El mundo ha cambiado mucho y hay gente joven que está muchísimo más preparada y sabe mucho más que uno mismo, aunque les falte algo tan importante como la experiencia; pero para que la adquieran hay que dejarles el camino libre. A mí nunca me ha gustado quedarme fuera de juego, y no quería quedarme para vestir abuelas hasta que desaparecieran todas [ríe]. Pero física y mentalmente me encontraba y me encuentro muy bien; bueno, ahora mucho mejor porque no tengo estrés. Llegué a pasarlo tan mal que terminé por no ir a los espectáculos que programaba. Siempre quería que todo saliera perfecto, sin el menor fallo, y me pasaba las horas con los dedos cruzados.
-¿Y ahora?
-Ahora estoy, por ejemplo, disfrutando del teatro y de la música como espectador, ya sin ninguna responsabilidad. Hace muy poco estuve una semana en Madrid, vi un espectáculo cada día y me lo pasé bomba.
-¿Ha tenido la sensación de que el tiempo ha pasado volando?
-No. Cuando de vez en cuando reviso alguna etapa de mi vida profesional, de la que he ido guardando fotografías y documentación, me echo las manos a la cabeza y digo: '¡Madre mía!, la de cosas importantes que me ha dado tiempo a hacer y la cantidad de aventuras y de líos en los que me he metido y de los que he salido airoso.' [Ríe].
-¿Ni excepcionalmente volverá usted a hacer algo relacionado con la gestión cultural?
-No, no, no. Yo he decidido pasar a ser un hombre invisible en mi profesión, totalmente invisible. De hecho, no sé por qué me he dejado convencer para esta entrevista [sonríe]. Se acabó, en serio, quiero ser invisible.
-¿Satisfecho?
-Bueno, para mí mismo yo he salido por la puerta grande, pero lo he hecho cuando no había nadie en la calle porque ni quiero, ni necesito, que nadie me reconozca nada; yo sé que he hecho grandes cosas y yo mismo me coloco las medallas que sé que me merezco. Y estoy orgullosísimo de ellas.
Agradecimientos
-¿De qué no se olvida?
-Siempre hay alguien que te da la primera oportunidad, y en mi caso fue José Manuel Garrido [expolítico socialista murciano clave en el desarrollo de las artes escénicas en España, y empresario cultural]. Me llevó con él a Madrid [en 1983, al Ministerio de Cultura] y ahí empezó todo. Después [el socialista] Pepe Méndez, el mejor alcalde que ha tenido Murcia, me dio otra gran oportunidad [en 1989], organizar la reapertura del Teatro Romea y hacerme cargo de su dirección, que fue una experiencia que me hizo muy feliz; de hecho, me hubiese gustado acabar mi vida profesional, de nuevo, como director del Romea...; también tuvo una gran importancia en mi última etapa profesional, tras la etapa de Sevilla y mi regreso a Murcia, Carlos Egea [hoy presidente de la Fundación Cajamurcia], que confió en mí y pudimos hacer grandes cosas para la Región. Por ejemplo [sonríe], la idea de llevar el Belén de Salzillo al Vaticano, a la mismísima Plaza de San Pedro, fue un reto apasionante, y ese proyecto lo pensé y desarrollé yo.
-¿Echa algo de menos?
-Eso lo tengo claro, y es algo que sólo he comentado con mi mujer y con nadie más. Yo echo en falta no haber sido de pueblo, porque yo no soy de ningún lado; es decir, mi padre era militar y cambiábamos de domicilio constantemente. Me hubiese gustado ser de un pequeño pueblo, en el que mis abuelos tuviesen una casa a la que haber podido volver los veranos, y encontrarme allí con los amigos de la infancia, y disfrutar de las fiestas patronales y todo eso. Yo no tengo un lugar como referente y lo echo de menos tanto que, ahora mismo, estoy pensando en irme a vivir a un pueblo.
-¿Tiene ya candidatos?
-A un pueblo del norte, porque el calor nos está haciendo mirar hacia arriba. A un pueblo pequeñito donde pueda establecer relaciones, incluidos el cura y el guardia civil, como en las películas de Berlanga [sonríe]. Quiero sentirme de pueblo, sí.
-Ha vivido momentos que parecen de película.
-Momentos realmente apasionantes, sí... He estado con Maya Plisétskaya [una de las grandes bailarinas de la Historia], en la mesa camilla de su casa de Moscú, tomando un té preparado por ella; y comí varias veces huevos fritos con [el poeta] Rafael Alberti, que era lo que más le gustaba del mundo comer [años 90] porque el médico se los tenía totalmente prohibidos; y creyó en mí y me regaló su amistad un grande del teatro y de la zarzuela como José Tamayo, y he tratado muy de cerca con gigantes de la música como Plácido Domingo...
-...a quien trajo a San Javier cuando usted dirigió durante dos años, con enorme éxito, su Festival de Teatro. ¿Qué piensa de las denuncias de las que fue objeto?
-Lo traté muy íntimamente, sí, incluso en su casa de Viena. Artísticamente, es evidente que es un número uno a nivel mundial, y, en lo personal, el Plácido que yo conocí era una persona encantadora y, también, una persona mujeriega, como muchos de nosotros. ¿Es algo negativo que te gusten mucho las mujeres?, ¿lo es tener un carácter seductor? Ahora bien, desconozco si en algún momento aprovechó ese halo que tenía para atraer a ciertas chicas jóvenes...
-¿Usted ha intentado sobrepasarse alguna vez?
-La respuesta es clara cien por cien: jamás. Para empezar, porque he tenido siempre una vida personal muy completa en todos los sentidos gracias, en primer lugar, a mi mujer, y también a mi familia y a mis amigos.
-¿Cómo recuerda su paso por Sevilla, donde fue uno de los grandes artífices de la Expo 92?
-Fue una experiencia profesional única, de una dimensión que muy pocas personas pueden abordar en su vida. Estamos hablando de una programación cultural que causó asombro en todo el mundo. Cuando llegué a Sevilla, me senté en una mesa, sin nada más alrededor y con todo por hacer, y me dijeron que tenía 28.000 millones de pesetas para gestionar teatros -algunos de nueva construcción-, una programación durante seis meses con los mejores artistas y espectáculos del mundo, y que también tenía que ofrecer a millones de visitantes un espectáculo diario de calle que no deberían ya olvidar que habían visto. Y pensé, '¿pero dónde me he metido yo?'. La experiencia fue tan espectacular que me resulta difícil explicarla bien.
-¿De qué momentos de su vida personal no se olvida?
-Yo vi nacer a mi segundo hijo; estaba allí cuando vi que tiraban algo al cubo de basura y me asusté porque, como estaba tan nervioso y tan alucinado, pensé que era mi hijo y empecé a gritar '¡mi hijo, mi hijo!' [ríe]. Era la placenta, claro. Ver nacer a mi hijo supuso para mí una felicidad absoluta; pero hay también otro episodio en mi vida que jamás podré olvidar: tuve la suerte de que mi madre pudo morirse, en paz, rodeada de sus cuatro hijos, escuchando la música que le gustaba y sintiendo todo ese inmenso amor que la acompañaba. Mi padre se murió de repente, pero mi madre nos hizo ese último regalo de una despedida así.
-¿Le da miedo morir?
-No, yo hace años que estoy preparado para morir cuando llegue el momento. Además, prefiero morirme a ver morir a la gente que quiero.
-¿Le hubiese gustado seguir en política?
-Mi vocación frustrada es la de político [ríe]. Pero, afortunadamente, se truncó mi carrera bien pronto porque mi partido desapareció, la UCD de Adolfo Suárez. Y, cuando desapareció, fui rechazado de manera contundente por la derecha y digamos que con la izquierda no estaba yo en muy buenas relaciones. Pero menos mal que no me dediqué a la política, hubiera sido un desgraciado, ¡con lo bien que me ha ido después en la vida!
No tener prisa
-¿El cáncer qué le enseñó?
-El cáncer me hizo parar y reflexionar sobre lo que de verdad merece la pena. Pero, fíjese, cuando lo superé recuerdo que quería hacer muchas cosas, y hacerlas cuanto antes por si acaso se me acababa el tiempo. Y, sin embargo, ahora no tengo prisa, es como si tuviera toda la vida por delante [sonríe].
-¿Qué artistas le han dejado los mejores recuerdos?
-Las cuatro mujeres artistas de mi vida, que se han ganado mi corazón y con las siempre he trabajado muy a gusto, son Concha [Velasco], Nuria [Espert], Montserrat [Caballé] y Rocío [Jurado].
-¿Por qué decidió regresar a Murcia tras la Expo 92?
-Mi mujer y yo queríamos que nuestros hijos crecieran en una ciudad pequeña, y también aquí estaban nuestras familias. Y no fue fácil el regreso: no me libré de humillaciones, de muchas envidias, de algunas puertas cerradas, o de ver cómo quitaban del Romea la placa que daba cuenta de su reapertura, a la que asistió la Reina Sofía y cuya programación yo hice como director; en fin, fue un poco como empezar de cero, pero aprendí para siempre que en la vida hay que saber subir y bajar escalones.
-¿Qué vio y no dijo nada?
-A [Luciano] Pavarotti comiéndose toda la fruta que estaba, claramente, de adorno en la mesa. Es lo máximo que puedo contar sobre todo lo que he visto durante tantos años relacionado con la cara B de algunos personajes que tenemos idealizados, y que por supuesto no voy a hacer público [risas].
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