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Sentados en la playa artificial. José Miguel Ros y Pedro Alberto Cruz, ayer en el Museo de la Sangre, en la instalación. Andrés Molina

14.000 kilos de arena en la playa de El Carmen

El artista mangueño José Miguel Ros abre hoy en la sala del barrio murciano una instalación sobre la identidad con decenas de botellas esparcidas que contienen historias de su propia familia

Jueves, 30 de enero 2025, 00:54

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José Miguel Ros (La Manga del Mar Menor, Cartagena, 39 años) ha conseguido meter en el Museo de la Sangre de Murcia «más de 14.000 kilos de arena» para emular una playa, muy similar a la que se crió, en la instalación que se inaugura hoy (19.30 horas) en este espacio artístico junto a la iglesia de El Carmen en Murcia. Según el comisario de la propuesta y profesor de la Universidad de Murcia Pedro Alberto Cruz, es «lo más arriesgado que se ha llevado a cabo» en la sala. 'Chemi', como llaman al artista, recuerda que a raíz de la muerte de su madre hace dos años consiguió el archivo fotográfico familiar y parte de esas imágenes se encuentran ahora encapsuladas en botellas de cristal esparcidas por la arena. La propuesta, que permanecerá abierta hasta el 21 de febrero, exige de la participación del público, que puede pasear descalzo por esta 'playa', sentarse, acostarse, tomar las botellas para curiosear los objetos y detenerse a pensar, algo muy saludable.

Ros fue alumno de Pedro Alberto Cruz, «y nos convertimos en muy mejores amigos», anota el exconsejero de Cultura del PP. La idea de meter en este espacio catorce toneladas de arena ha sido muy meditada. «Le hemos dado vuelta durante varios meses», asegura el creador, que hizo el cálculo del material que necesitaba «a ojo más o menos, porque yo quería que se quedara a entre 5 y 10 centímetros de altura. Y calculé bien, porque el aspecto es totalmente de playa, y la experiencia de andar sobre la arena es muy parecida a la verdadera». «No se te hunden los pies», confirma Cruz.

La instalación lleva por título 'Bajo los adoquines, La Manga', que toma uno de los lemas del Mayo del 68, 'Bajo los adoquines, la playa'. «Para los situacionistas eso era una decepción, un símbolo de la urbanización», anota Pedro Alberto Cruz. Pero para Ros es, en realidad, «un símbolo de identidad». De hecho, el artista ha dedicado los últimos 15 años a trabajar sobre la identidad de otras personas a través del retrato. «Pero llegó un momento en que pensé que tenía que trabajar sobre mi propia identidad, y esta es la respuesta», señala 'Chemi'. «Aquí hay mucho de mi familia y mucho de mí mismo».

Instalación en el Museo de la Sangre Andrés Molina

Encontrarán los visitantes tres tipos de botellas: las de la familia, su gente, sus amigos, las que tienen más fotografías; otras con metáforas visuales (unas 15 botellas), con parte de su historia, pero a través del uso de este recurso, «para que se vea mi formación en Bellas Artes»; y una tercera parte más subjetiva, a través de cartas solicitadas a cinco exparejas del artista. «Algunas de esas botellas tienen esas cartas, que yo he preferido no leerlas, pero el espectador sí puede hacerlo. De esas cinco personas a las que les pedí cartas, unas me han escrito y otras no. Hay una carta en blanco, algo que dice mucho más de mí que lo que yo pueda decir de mí mismo. Otra me dijo que sí, pero luego no la escribió, pero me respondió con un whatsapp, que también incluyo».

Un momento de reflexión

No hace falta abrir las botellas, porque todas son transparentes, y todas tienen sus pequeñas historias. La idea original era esparcir 40 historias, como los años que está a punto de cumplir el creador, pero hay algunas menos. ¿Son los 40 una buena edad para hacer balance vital? «Yo no diría que es un momento de crisis de identidad, sino más bien un momento para reflexionar dónde estoy, adónde quiero ir... Ahora no tengo pareja, y pienso en lo que se ha quedado por el camino». A Pedro Alberto no se le va la sonrisa mientras escucha a 'Chemi' hablar de su vida. «Pienso –insiste el también columnista dominical de LA VERDAD– que es una instalación honesta».

«Al final el pensamiento es pensamiento, y no hay que dejarlo sentado en una sola silla, hay que moverse», afirma 'Chemi'

Siempre se pueden decir más cosas, y estas botellas han sido pensadas con bastante detenimiento: «He pasado más tiempo pensando este proyecto que haciéndolo». Es una playa sin mar donde el mar se ha sustituido por las botellas, que es lo que viene expulsado por la corriente. «Las botellas son contenedores de memoria, y ahora está muy de moda que todo lo que tenga que ver con la memoria sea un relato orgánico, muy de causa-efecto. Las botellas esparcidas como consecuencia del arrastre del mar implican una memoria a la deriva», entiende Cruz.

No es una exposición al uso, porque no hay nada que guíe al espectador. Cada uno elige su camino.

Instalación en el Museo de la Sangre. Andrés Molina
Imagen principal - Instalación en el Museo de la Sangre.
Imagen secundaria 1 - Instalación en el Museo de la Sangre.
Imagen secundaria 2 - Instalación en el Museo de la Sangre.

La arena emula a la de las playas de La Manga, «pero como está prohibido extraer la arena natural, aquí hemos optado por comprar arena de sílice, que es la más parecida a la de La Manga, y, más concretamente, a la del kilómetro 1.5, la de Las Sirenas, en la zona del hotel Entremares», especifica José Miguel, que ahora vive en Avileses (Campo de Murcia), y ha tenido mil trabajos y ocupaciones. Sus padres fueron carniceros, y él durante muchos años fue vegano. Es el menor de cinco hermanos, y tiene una colección de 7.000 tebeos. Además, está especializado en el retrato con cinta aislante. «La historia de cada uno es una maraña de historias, una heterocronía, no hay una única línea que sigas». Fue camarero del bar La Chica de Ayer, un proyecto que le unió a Pedro Alberto Cruz, para el que también trabajó como asesor en la Consejería de Cultura. «Luego cuando salía se iba a los mítines de Pablo Iglesias», se ríe Cruz. «Al final el pensamiento es pensamiento, y no hay que dejarlo sentado en una sola silla, hay que moverse, hay que ver diferentes puntos de vista, y esto es eso, cada botella es un punto de vista», afirma el artista, que ya no ve el mar a diario. «Ya no lo oigo, lo más importante es oír el mar, esa música la llevo dentro, es algo que ha estado ahí desde pequeño. Quien ha vivido en La Manga lo conoce, y ya es imposible olvidarlo. Ese continuo oleaje se lleva muy adentro», insiste.

Huérfano de padre a los 11 años

Una de las botellas tiene 11 velas porque cuando José Miguel tenía 11 años murió su padre, de un infarto fulminante, mientras trabajaba en la carnicería. «Yo soy de una familia humilde, teníamos una tienda en La Manga, y tuve que trabajar mucho y ayudar mucho en casa. Mi vida consistía en trabajar en verano y estudiar en invierno». Como la de tanta gente, supone.

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14.000 kilos de arena en la playa de El Carmen