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Los investigadores José AntonioHernández (i) y Gregorio BarbaEspín (d), con el agricultor GregorioMartínez, en cuya fincarealizan sus ensayos. CEBAS
Cultivar en terrenos imposibles

Cultivar en terrenos imposibles

Un grupo de investigadores del Cebas-CSIC busca soluciones para extraer cosechas de suelos degradados por excesos de fertilizante y sal, un mal cada vez más extendido a causa de fenómenos como el cambio climático

Martes, 6 de mayo 2025, 00:53

La degradación de terrenos por el abuso de prácticas agrarias intensivas, su alteración por el cambio climático y la necesidad de atender la alimentación de la creciente población mundial lleva a los productores a buscar nuevas tierras en las que cosechar. En paralelo, los investigadores tratan de encontrar fórmulas para exprimir las capacidades de suelos que de partida no parecen aptos. «Estamos trabajando para mejorar la producción de uva de mesa en suelos salinos», revela el investigador del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (Cebas-CSIC) José Antonio Hernández Cortés, empeñado en extraer el mejor rendimiento a superficies que aparentemente ya lo han dado todo.

«En algunas épocas del año se recurre por necesidad al uso de agua de pozo con elevadas concentraciones de sales, lo que contribuye a la salinización del suelo», explica sobre la finca experimental colindante a los Saladares del Guadalentín, entre Alhama de Murcia y Totana, en la que están ensayando soluciones frente a una situación que, advierte, «se vería agravada en un futuro en el caso de no disponer de agua del trasvase Tajo-Segura, ya que se vería obligado a abandonar el cultivo».

La salinidad en el suelo y en el agua de riego constituye «un problema creciente», acrecentado con el cambio climático, advierte el investigador científico del CSIC. En la actualidad ya se calcula que hay en torno a 900 millones de hectáreas afectados por salinidad en el mundo, lo que equivale aproximadamente al 20% de las tierras cultivables. Y va a más: hay estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que indican que cada año se retiran de la producción 1.5 millones de hectáreas debido al problema de la salinidad.

El 20% de todas las tierras cultivables del planeta ya tienen problemas de salinidad

«Si hacemos cálculos supondrían 2.85 hectáreas por minuto», avisa Hernández, «lo que podría llevarnos a que, a mitad de este siglo, el 50% de las tierras cultivables se podrían perder». Y ello en un contexto donde se precisan más terrenos agrícolas para una población que previsiblemente alcanzará entonces los 9.700 millones de personas, «a las que habría que alimentar, pero con menos suelo disponible, menos recursos hídricos y posiblemente la aparición de nuevas patologías motivado por las condiciones de cambio climático». Un giro de tuerca más: «Debido al aumento del nivel del mar, motivado por el deshielo de los polos, se incrementaría la intrusión del agua de mar en la tierra, agravando la situación de salinidad».

Al ritmo actual, a mediados de siglo se podría haber perdido la mitad de todo el suelo cultivable

Para poner su grano de arena frente a estos retos, el grupo de investigadores de Hernández Cortés investiga «una estrategia de cultivo mixto, en el que de manera simultánea se cultiven las parras junto con plantas halófitas», como se denominan aquellas que viven en ambientes salinos.

El objetivo es «que los agricultores no abandonen el suelo y se ponga en marcha la agricultura salina», explica Pedro Díaz Vivancos

«Nuestra estrategia está encaminada a que los agricultores no abandonen el suelo dedicado a la producción y que se ponga en marcha lo que denominamos la agricultura salina», detalla Pedro Díaz Vivancos, científico titular del CSIC implicado en el proyecto. La idea, desgrana, es poner «a trabajar a las plantas 'saladas' (halófitas) para extraer las sales del suelo». Estas plantas acumulan iones tóxicos, como el sodio, el cloruro o los sulfatos, en la parte aérea, y metales pesados en las raíces, de modo que su presencia 'limpia' el terreno. «Al mismo tiempo, los mejoradores tendrían que trabajar para seleccionar plantas de interés agronómico más tolerantes a la sanidad, incluyendo nuevos portainjertos». El equipo de Hernández y Díaz ya obtuvo previamente, en un proyecto financiado por el programa europeo Prima (siglas en inglés de Asociación para la Investigación y la Innovación en el Área Mediterránea) plantas in vitro clonales de la halófita 'Arthrocaulon macrostachyum', una especie silvestre de la península, conocida comúnmente como alacranera o sosa jabonera, con gran interés «por su marcado potencial de extracción y acumulación de sales del suelo», apunta el también doctor en biología Gregorio Barba Espín, igualmente implicado en la iniciativa. Esta planta es la elegida para cultivarla, en terrenos mixtos, junto a la uva de mesa, con el propósito de «que las plantas halófitas mejoren las condiciones del suelo, redundando con ello positivamente en la producción de la uva».

La idea, desgrana el investigador del CSIC, es poner «a trabajar a las plantas 'saladas' (halófitas) para extraer las sales del suelo»

Díaz añade que el uso de estas plantas «se puede extender a la rotación de cultivos (cultivo de las plantas de interés en un terreno donde la temporada anterior se han plantado halófitas) y a la biorremediación de suelos que actualmente no son aptos para uso agrario».

Hasta la última variable

Barba Espín precisa que en el proyecto que ya tienen en marcha están colaborando expertos en diferentes áreas de seis países (España, Túnez, Portugal, Países Bajos, Italia y Polonia). Los trabajos incluyen el seguimiento de los efectos a lo largo del tiempo que la presencia de las plantas halófitas puede producir en el entorno. En este punto resulta de especial interés conocer su repercusión sobre la biodiversidad vegetal y de insectos de la zona, especialmente en los insectos polinizadores.

En el proyecto colaboran expertos en diferentes áreas de seis países: España, Túnez, Portugal, Países Bajos, Italia y Polonia

Los investigadores se han propuesto extraer hasta la última variable cuantificable posible del terreno que les sirva para evaluar cómo aprovecharlo mejor, midiendo «diferentes parámetros fisiológicos y bioquímicos, midiendo el estado de estrés de los árboles, el contenido de nutrientes y pigmentos en hoja, la fotosíntesis y su metabolismo en general, así como la producción de uva y su calidad». Incluso van a instalar «sensores para monitorizar a tiempo real la conductividad eléctrica y la humedad del suelo», detalla Barba Espín.

Además de la excesiva salinidad, otra dificultad para seguir extrayendo buenas cosechas es la degradación que el exceso de fertilizantes produce en el terreno. En este fenómeno se centra otra línea de investigación del mismo equipo. «Apoyándonos en resultados de proyectos previos, considerábamos que había un uso excesivo de quelatos de hierro en la fertilización de los árboles» en unas plantaciones de una compañía en Pozo Estrecho (Cartagena), relata Hernández. Así que propusieron a sus dueños lograr «bajar la fertilización por quelatos de hierro hasta en un 25% y un 50% de los niveles que normalmente usan», para obtener una mayor eficiencia en el uso de estos aportes sin afectar a la producción, en este caso de mandarinas, aunque, señala, «este tipo de investigación es aplicable a otros cítricos».

Incluso se van a instalar «sensores para monitorizar la conductividad eléctrica y la humedad del suelo», detalla el científico Barba Espín

De momento, «todos los datos nos llevan a afirmar», precisa Díaz Vivancos, un uso excesivo de hierro. Al reducirlo «se consigue una menor contaminación del suelo y de los acuíferos cercanos, sobre todo si pensamos en la influencia que podría tener en el Mar Menor». Al tiempo, añade Hernández, «no hay que olvidarse del ahorro económico que podría suponer para la empresa». En concreto, «hemos calculado que una disminución de un 25% en el aporte de hierro podría suponer unos 45.000 euros de ahorro al año para las 750 hectáreas que la empresa [objeto del proyecto] dispone de cítricos en el Campo de Cartagena».

Ensayos en Túnez y Egipto

Las soluciones que el grupo del Cebas encabezado por Hernández Cortés, Barba Espín y Díaz Vivancos proponen, en particular las referidas a los terrenos salinos, también se ensayan por equipos de investigadores en Túnez, Egipto e Italia, explica el primero.

Con una reducción del aporte de hierro al terreno del 25% se obtiene un ahorro de 45.000 euros para las 750 hectáreas de una empresa estudiada

En estos casos han estado probando los resultados de cultivos mixtos con halófitas y tomate. Los grupos de Túnez e Italia, de hecho, forman parte del mismo proyecto europeo en el que el grupo del Cebas está implicado, por lo que mantienen «una colaboración muy activa».

El cultivo de plantas halófitas, no solo mejora las condiciones de salinidad del terreno, sino que además se les puede extraer un rendimiento directo, destaca Hernández. Son plantas perfectamente utilizables en gastronomía, como sal verde, para la producción de compuestos bioactivos de uso médico o en cosmética, como ornamentales y como forraje. «Por ejemplo», añade Gregorio Barba, «su introducción en agricultura podría derivarse posteriormente a su incorporación como alimento en la ganadería», para la que su alto contenido en sal resulta beneficioso. Son aplicaciones que «pueden suponer un ingreso extra al agricultor», con el que «paliar, en cierta medida, los efectos derivados de la salinidad en sus cultivos», de modo que se cierra el círculo.

  1. Dineros para echar la vista al suelo

Los científicos Pedro Díaz Vivancos y Gregorio Barba tomando muestras de raíces y hojas. CEBAS

La investigación en la que el grupo de Biotecnología de Frutales del Cebas-CSIC está inmersa sobre plantas halófitas, resistentes a los suelos salinos, es el resultado de la sinergia de dos proyectos con objetivos complementarios financiados de manera independiente. Por un lado se encuentra el denominado proyecto Biodiversa+, sufragado por la Comisión Europea. Por el otro se sitúa una iniciativa de consolidación investigadora pagado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.

Ambos acaban de arrancar y durarán hasta tres años, explica el doctor José Antonio Hernández Cortés, colíder del grupo junto a los investigadores Pedro Díaz Vivancos y Gregorio Barba Espín. El denominado Biodiversa+, en el que están implicados ocho grupos de investigación de seis países, se centra en las implicaciones que el cultivo mixto con plantas halófitas puede tener en la biodiversidad del ecosistema agrario. De este modo es posible evaluar cómo aprovechar mejor los terrenos salinos. En total, el trabajo está financiado con 1,2 millones de euros, de los que 152.000 van destinados al grupo de investigación con sede en Murcia.

Por su parte, para el proyecto financiado por el ministerio, centrado en «aspectos fisiológicos, bioquímicos y nutricionales acaecidos en la uva y la planta halófita como resultado del cultivo mixto», se dispone de 193.271 euros.

El otro proyecto que el mismo equipo del Cebas investiga sobre el aprovechamiento de suelos difíciles centrado del «manejo agronómico del uso de quelatos de hierro» lo financia una empresa cartagenera Roymaga SL, mediante un proyecto del Centro para el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (CDTI), dependiente del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, y con la ayuda de otra compañía, la murciana Progesid, especializada en la gestión de proyectos. El contrato suscrito con la empresa para sacar adelante este trabajo asciende a 60.000 euros, y tiene una duración de dos años.

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