Dickens, el reverso de la era victoriana
Se cumplen 150 años de la muerte del escritor que dio protagonismo en sus novelas a los perdedores de la industrialización
IÑAKI ESTEBAN
Lunes, 8 de junio 2020, 21:57
Charles Dickens tenía 25 años cuando en 1837 subió al trono la reina Victoria y cumplió 36 en 1848, el año en el que se publicó el 'Manifiesto Comunista' y en el que la reina de Inglaterra acogió al último rey francés, Luis Felipe, depuesto por la Revolución que tuvo lugar en su país aquel mismo año. El ambiente de agitación política llegó en aquellos días a la vida británica hasta el extremo de que la reina dejó Londres para refugiarse en la isla de Wight. Un año después, en 1849, Karl Marx fijaría en Londres su residencia definitiva. Tales referencias históricas y cronológicas resultan más que útiles para delimitar el marco político y social en el que Dickens desarrolló su actividad literaria, que finalizó hace ahora siglo y medio, el 9 de junio de 1870. El joven escritor se encontró con una Inglaterra anclada por un lado en la estricta y engolada moral victoriana así como sacudida, por otro lado, por las grandes convulsiones sociales a las que dieron lugar el proceso industrial, las grandes diferencias de clases y el surgimiento del movimiento obrero. Consciente del mundo en que vivía, no se dejó seducir ni por el socialismo utópico ni por el científico, pero es, sin duda, el gran escritor inglés de la conciencia social. Y lo es a la manera inglesa, o sea con una buenas dosis de ironía satírica y de un humor que con los años se fue haciendo cada vez más templado y contenido.
Lo que quizá no resulta tan británico en Dickens es su dramatismo, su sentimentalismo, su deseo y su capacidad de conmover, que le convirtió en diana de las burlas de Oscar Wilde, pero que a la vez encajaba perfectamente en una sociedad como la inglesa, inmersa en la epopeya industrial, endurecida por una trágica realidad diaria y necesitada de quien la sensibilizara socialmente a través de unas historias desgarradoras, como las suyas, que se leían por entregas. Una gran parte de la obra de Dickens recorrió ese camino de los capítulos sueltos para el consumo del gran público al formato editorial del libro.
Pobres niños huérfanos
Dickens es el escritor de los niños pobres, desasistidos y explotados por adultos sin escrúpulos. En 'Oliver Twist', novela publicada por entregas entre 1837 y 1839, el protagonista pasa del hambre y la incomprensión que sufre en el orfanato a un trabajo precario de ayudante de un enterrador y de ahí a las calles de Londres donde da con una banda de chavales carteristas que a su vez son dirigidos, protegidos y exprimidos por el miserable Fagin. En 'Nicholas Nickleby', publicada entre 1838 y 1839, otro joven, huérfano de padre, se ve obligado a mantener a su madre y a su hermana para lo cual acepta de su perverso tío Ralph un trabajo de profesor en una escuela de Yorkshire en la que su director, el execrable Squeers Wackford, somete a los alumnos al mayor maltrato.
En 'David Copperfield', publicada en 1849 por entregas y en 1850 íntegramente como libro, el protagonista, que cuenta su vida en primera persona, tiene una infancia igualmente desdichada. El tópico de la orfandad vuelve a repetirse. Su padre muere antes de que él viniera al mundo, circunstancia que da lugar a que su madre vuelva a casarse, esta vez con un tipo siniestro, el señor Murdstone, que conseguirá hacerla profundamente infeliz e introducir en la casa un régimen de una severidad sombría que se hace aún más insoportable cuando la hermana de este se traslada a vivir con el matrimonio. Las cosas se complican más para el niño cuando muere la propia madre y es enviado a trabajar en un negocio en el que Murdstone participa como socio. Es entonces cuando su suerte se une durante un tiempo a la de la familia Micawber, que le da alojamiento y que atraviesa serias penalidades económicas.
'David Coperfield' es la novela más celebrada de Dickens, de la que él se sentía más orgulloso y en la que más aspectos vertió de su propia biografía. Wilkins Micawber es un personaje inspirado en su propio padre, que pasó una larga temporada en la prisión de Marshalsea, acompañado de la mayor parte de su familia, por el impago de las deudas que había contraído. Como John Dickens, Micawber no comparece retratado como un mal sujeto sino como un ser desastroso en la administración de sus finanzas. Y tras la fijación del escritor con la explotación infantil, late el recuerdo de su propia experiencia.
Los acreedores
El episodio carcelario que vivió su progenitor marcó, sin duda, la infancia del escritor, que reservó ese mismo o parecido destino a varios de sus personajes novelescos. Así, en 'La pequeña Dorrit', obra publicada por entregas entre 1855 y 1857, la heroína crece entre los barrotes de la prisión de Marshalsea, donde su padre cumple una condena por sus deudas, y se acabará enamorando del hijastro de la señora para la que empieza a trabajar, un tal Arthur Clennam, que acabará también pasando por la misma cárcel de deudores. La novela añade en sus páginas otros dos grandes tópicos genuinamente dickensianos: las vueltas de la fortuna en forma de herencias que tan fácilmente como llegan pueden desvanecerse y el desenlace feliz para los enamorados. La pequeña Dorrit y Arthur acaban casándose como finalmente también lo había hecho David Copperfield con Agnes, la mujer de la que estaba realmente prendado aunque tardará tiempo en descubrirlo.
En 'Grandes esperanzas', publicada entre 1860 y 1861, Philip Pirrip, el héroe, vuelve a encarnar el tópico del huérfano de clase humilde. Como vuelve al argumento y el tópico de la providencial herencia, que en este caso el joven recibe de un viejo convicto y que le termina haciendo ganar puntos ante Estella, la muchacha de una clase más alta que de niño le parecía inalcanzable. Aquí ya no estamos ante un final feliz sino más bien agridulce.
El autor de 'Oliver Twist' y 'David Copperfield' es el gran escritor inglés de la conciencia social
Por otra parte y volviendo al dickensiano tema recurrente de la persecución de los acreedores, no puede obviarse 'La tienda de antigüedades', novela especialmente patética publicada por entregas entre 1840 y 1841, en la que los protagonistas son una hermosa e inocente huérfana que aún no ha cumplido los catorce años, Nell Trent, y su anciano abuelo, que teme por el porvenir incierto de la joven dados los escasos ingresos de su negocio de antiguallas. Es esa preocupación la que le lleva a perder dinero en el juego y a entramparse con un prestamista sin escrúpulos y finalmente perderlo todo. Tras la escena del desahucio, el abuelo y la nieta acaban viviendo de la mendicidad y enfrentándose a una muerte trágica que es el contrapunto de los finales felices. El tema de la herencia aparece en esta obra como una infundada y fantasmal superstición que solo sirve para despertar los más bajos instintos de otros personajes que merodean al viejo y la niña.
'La tienda de antigüedades' es una novela que pecó de un fatalismo melodramático. Pero Dickens nunca llegó a deslizarse hacia el naturalismo del realismo francés ni hacia el nihilismo del pesimismo ruso. Incluso en ese sórdido infierno de seres malvados e interesados dispuestos a ensañarse con los débiles que pueblan muchas de sus páginas, termina aflorando por algún lado la bondad como una flor en medio del barro.
Relato gótico, género policiaco, cuento navideño...
Además del gran antecedente de la novela social, hay otros Dickens que rompen ese simplificador estereotipo y que dan fe de un espíritu innovador, experimentador y polifacético que ciertamente poseía el escritor inglés y que sería injusto pasar por alto. Aunque magistral e inolvidable, su primera novela, 'Los papeles póstumos del Club Pickwick', que le consagraría como narrador entre 1836 y 1837, sería una excepción en el conjunto de su obra. Lo sería por la clase ociosa a la que pertenecen sus personajes, los miembros de una extravagante y pintoresca sociedad; por su talante lúdico y por el carácter desternillante de lo que narra a través del quijotesco y entrañable señor Pickwick y de su fiel criado Weller y del grupo que capitanean. Y, en contraposición con ese Dickens humorístico, estaría, en el otro extremo, el que se adentró en la seriedad de la novela histórica con 'Tiempos difíciles' (1854) o 'Historia de dos ciudades' (1859); el Dickens que incursiona en el género policíaco con 'El misterio de Edwin Drood', que quedó inconclusa por su muerte en 1870; el que se adentra en el relato gótico con el 'El guardavías', publicado en 1866 e inspirado en un famoso accidente ferroviario que él mismo padeció (el de la colisión de trenes de Staplehurst) o el célebre 'Cuento de Navidad', publicado en 1843 y donde narra la historia de Ebenezer Scrooge, un anciano avaro que desprecia por la Navidad, pero que sufre una metamorfosis cuando unos cuantos fantasmas le visitan durante una Nochebuena.
Los personajes de Dickens no son atormentados como los de Dostoyevski. No sufren crisis religiosas ni ideológicas. No padecen males místicos ni metafísicos aunque muchas veces resulten hiperbólicos y hasta folletinescos. Su maldad no suele llegar al retorcimiento del satanismo o la psicopatía sino más bien responde a las debilidades más comunes de la naturaleza humana. En el fondo son gente poco complicada de espíritu que se mueve entre el mal y el bien, pero cuyo comportamiento con respecto a esas dos categorías se dibuja siempre en relación con el dinero que tienen o del que carecen y con la clase social de la que reniegan o a la que aspiran. Son seres que dentro de su sordidez y de su miseria morales pueden llegar a inspirar en el lector una cierta compasión porque muestran siempre el camino que los arrastró a la vileza. Y muchas veces, como el viejo personaje del 'Cuento de Navidad', son susceptibles de redención.
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