Maestría total de Strout
La escritora canadiense recuerda en su nueva novela que nunca es tarde para ser acariciados por el destello de la felicidad
J. ERNESTO AYALA-DIP
Lunes, 15 de marzo 2021, 21:03
Nueva novela de la escritora norteamericana Elizabeth Strout. 'Luz de febrero' nos devuelve el placer de la buena literatura. Leerla es volver a 'Me llamo ... Lucy Barton'. También a la que le siguió, 'Todo es posible'. Si en la primera demostraba su valía para el desnudamiento de la psique de sus personajes y, sobre todo, del alma de esos seres entregados a lo más penumbroso y a la vez a lo más luminoso de sí mismos, en la segunda volvía sobre sus mismos pasos estéticos e introspectivos pero ahora con un mayor radio de representación humana. Y sobre todo, más atomizadas y entrecruzadas las vivencias de todos los personajes que desfilaban. Lo que en 'Todo es posible' podía parecer dispersión y algo desenfocada a la hora de la plasmación individual, no era más que una sensación instantánea, porque al final se imponía la graduación psicológica, el modo en que un personaje era protagonista en un capítulo y en otro pasajero o secundario pero nunca sin perder su categoría, pieza imprescindible en el mosaico humano que Strout nos dibujaba.
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En la narrativa de Elizabeth Strout las cosas de la vida inmediata ocurren con pasmosa naturalidad. Lo malo y lo bueno. De pronto, también sucede algo inesperado, una especie de epifanía, un destello angelical en medio de cierta sordidez o decadencia física y mental. Así funciona 'Luz de febrero', más a la manera de 'Todo es posible' que de 'Me llamo Lucy Barton'. Lo único unitario, referencial, es el paisaje de una ciudad pequeña del estado de Maine, donde todos un día han encontrado cobijo, vinieran de donde vinieran, para quedarse para siempre. En un capítulo, por ejemplo, aparece un hombre viudo que encuentra en otra viuda su alma gemela, se necesitan como si hubieran vivido juntos toda la vida. No hay arrepentimiento de sus vidas anteriores, pero la nueva que urden juntos es un milagro. Esos seres luego reverdecen en otros contextos sociales, familiares, vecinales. Ya no son el centro pero sus vidas, ahora periféricas, siguen gravitando en la novela con sutil influjo.
En las novelas de Strout suceden cosas que seguramente a ninguno de nosotros nos ocurrieron. Sean buenas o malas. Pero son de tal dimensión moral y psicológica que bien desearíamos que nos sucedieran, incluso siendo algunas de ellas no demasiado gratificantes para el espíritu. Acabo de leer esta radiante novela rabiosamente contemporánea y no puedo dejar de pensar en Jack Kennison y Olive Kitteridge (por cierto, la protagonista de su novela 'Olive Kitteridge', publicada en 2009 y premio Pulitzer) esos viudos empecinados en currarse una nueva felicidad. Un placer, un inmenso placer leer a esta mujer.
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