Claudio Magris y Pedro Luis Ladrón de Guevara, retratados para este número especial de Ababol. María Luisa Martínez León

Claudio Magris: «La primera cosa que yo haría es crear una Constitución europea»

El escritor, traductor y profesor italiano evoca para Ababol momentos y personajes inolvidables de su carrera: «Me viene a la mente una comida y la sobremesa con Borges, le conté una historia y le dije que se la regalaba, él podría escribir una obra maestra. Me tendió su mano y me dijo que no: 'Es su historia, escríbala usted'»

Pedro Luis Ladrón de Guevara

Catedrático de Filología Italiana de la Universidad de Murcia

Sábado, 29 de junio 2024, 00:31

Estamos sentados en el sofá del salón de su casa, donde he trabajado mucho en los últimos tiempos y que conozco de memoria. Al fondo, ... la litografía del pintor croata Iban Rabuzin, que tanto le gustaba a su esposa, Marisa Madieri, hasta el punto que la puso en la portada de su libro 'El claro del bosque'. En la pared de la derecha, el cartel de la jornada dedicada a ella, en Madrid. Fuerte la presencia de la escultura de madera, como un Cristo sin la cruz, de Mauro Corona. Al centro, la mesa blanca donde he fotografiado documentos y he visto el diálogo entre Claudio Magris y Paolo di Paolo. A la derecha, un óleo de Livio Rosignano representa a Claudio sentado en la mesa de un café con un libro entre las manos.

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Claudio Magris difundió, hace ya más de sesenta años, la idea del Mito Habsburgo en la literatura moderna, la imagen de la Mitteleuropa en sentido amplio, la Europa central que contiene Polonia, Lituania, Letonia y Estonia. A su carrera de germanista, añadió la de autor de teatro, relatos, ensayos... Entre sus obras: 'Danubio', 'Microcosmos', 'A ciegas', 'Así que Usted comprenderá', 'No ha lugar a proceder'…

Nos conocimos en Murcia, en 1993, y pienso en sus lectores de esta ciudad, Francisco Jarauta, Jorge Novella, Antonio Galiano…

-Cuando le he hablado de la diferencia entre investigar y narrar, siempre ha sostenido que no hace distinción entre el estudioso y el novelista. Para usted, escribir es algo único. Sabemos que la investigación universitaria se basa en datos mientras la ficción es libre. Los primeros lectores de su tesis, 'El mito habsbúrgico en la literatura moderna', decían que «se lee como una novela», mientras sus novelas están llenas de datos, como si fuesen libros de historia. ¿Parece como si le gustase recuperar detalles desconocidos de la Historia, pequeños personajes que tiene la capacidad de sacar a la luz?

-La respuesta a esta pregunta tan rica, sería muy larga. Yo he ido a la búsqueda de historias reales, pero no pensando en realizar un trabajo histórico o filológico sino en hacerlo con figuras realmente existidas, porque estoy convencido de que las personas que han vivido, sufrido, que han tenido grandes gestos de amor o de maldad, odio o vileza, son increíblemente más interesantes y misteriosas que los personajes que se nos presentan fijados por la historiografía. Los grandes personajes históricos nos llegan ya confeccionados, de ellos solo podemos corregir detalles, episodios que han sido descuidados. Por ello, la idea del personaje del primer relato que escribí, 'Conjeturas sobre un sable', parte de un personaje mítico, Krasnov, un famoso general cosaco que durante la Segunda Guerra Mundial se alió con los alemanes que le prometieron una patria cosaca en caso de victoria del Tercer Reich. Durante mucho tiempo se creyó que este general, que dirigía un ejército con familias, niños, mujeres y viejos, asentados cerca de Udine, había muerto en un último combate. La verdad era otra, Krasnov se rindió a los ingleses, los cuales les prometieron no entregarlos a los rusos y tratarlos como prisioneros de guerra. Muchos buscaron un suicidio colectivo, arrojándose al río Drava; otros, como Krasnov, fueron ahorcados en Moscú meses después.

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Yo escribí un artículo en el 'Corriere della Sera' sobre estos hechos históricos, no sobre cuestiones literarias. Releyendo el artículo, antes de publicarlo, noté que estaba lleno de condicionales, concesivas… cada afirmación principal era inmediatamente mitigada, corregida, casi parcialmente cambiada, como si quisiese decirle a mi lector: «Yo quiero decir esto, pero no me hagas mucho caso, quizá Krasnov es ese muerto identificado». Sobre esto, qué se puede hacer, ciertamente no una investigación histórica, porque no hay nada sustancial que buscar, solo lo que Alessandro Manzoni decía que pueden hacer los escritores: no contar los hechos sino hablar de los sentimientos con los cuales los hombres han vivido esos hechos. Me viene a la mente una comida y la sobremesa con Borges, le conté esta historia y le dije que se la regalaba, él podría escribir una obra maestra. Me tendió su mano y me dijo que no: 'Es su historia, escríbala usted'. De ese modo me liberé de mi timidez y escribí mi primer texto literario publicado, 'Conjeturas sobre un sable'. Dónde y cómo acabó el sable cosaco, del cual se inventa, se dice la verdad, se cuentan falsedades.

Magris, retratado por María Luisa Martínez León. La pintora de Alcantarilla, que ya ilustró portadas de Ababol en números dedicados a Javier Marías y María Zambrano, retrata al escritor italiano. María Luisa Martínez León

-Por tanto, ¿es una voluntaria renuncia a personajes totalmente conocidos de la Historia?

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-Esto lo he hecho en otros libros, por ejemplo, en 'No ha lugar a proceder'. El personaje es, también aquí, histórico, en cuanto sabemos que existió, Luisa de Navarrete, una mujer que fue llevada a España como esclava negra de América del Sur, luego liberada y posteriormente regresó a ultramar. Tuvo una historia increíblemente aventurera, pero no es un gran personaje histórico. Nadie sabe quién es, excepto que haya leído mi libro.

-En 'Tiempo curvo en Krems' su escritura no necesita la Historia, son sencillas historias, pero con una densidad compleja. ¿Protagonistas que deben rendir, de algún modo, cuentas con el pasado?

-Seguramente yo diría que, más que rendir cuentas con el pasado, se trata de hacerlo con el tiempo, tiempo que estamos habituados a identificar con el pasado, con un periodo que ya no existe, que fue, tiempo que nos devora. Pero no es justo, no es exacto, porque el tiempo es también el ahora, y el tiempo futuro que nos espera o que esperará a quienes vengan después de nosotros. Por lo que a mí se refiere, aunque no me toca a mí juzgarlo, es el último libro, entiendo el último libro en el que yo he puesto pasión, interés, que es importante para mi vida.

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-Ese tiempo del que tan magistralmente nos habló Italo Svevo, cuyo profesor de inglés en Trieste fue su amigo James Joyce.

-Quizá nadie ha indagado el misterio del tiempo como Italo Svevo, aunque se habla de Joyce, pero hay una par de relatos de Svevo en los que el tiempo es algo fundamental. Recuerdo uno de los últimos relatos, cuando el viejo, que es siempre el viejo que escribió 'La conciencia de Zeno', y, por tanto, ya no es el hombre que vivió, sino el hombre que escribió, porque es el autor de un gran libro conocido, mientras se desnuda para ir a la cama, se pregunta: si tuviese que morir, qué le pediría a Mefistófeles, el demonio. No la juventud porque es dolorosa y melancólica, pero no por ello la vejez es menos dura, y la inmortalidad, por favor, el judío errante fue condenado a no poder morir. Se da cuenta de que no tendría nada que pedirle al diablo, y se lo imagina como una especie de viajante comercial de una empresa cuyos productos ya no son demandados, y frente a esta imagen perpleja del diablo, él ríe fuerte, es la risa más nietzscheana de toda la literatura italiana.

Las obras originales que presenta Ababol en este número especial dedicado a Claudio Magris, acrílicos en dos colores, llevan el trazo amaestrado de la pintora y escultora María Luisa Martínez León, doctora en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia y escultora y profesora de dibujo técnico y volumen en la Escuela de Arte de Murcia. Es hija de Anastasio Martínez Valcárcel, nieta de Nicolás Martínez Ramón y bisnieta de Anastasio Martínez Hernández, escultores legendarios. Martínez León ilustró otros números de Ababol dedicados a Javier Marías y María Zambrano. En este momento trabaja en el monumento en la Base Aérea de Alcantarilla dedicado a los paracaidistas caídos de todos los ejércitos.

-En su último libro, 'Cruz del Sur', dedicado a mi persona, aunque el Covid se empeñó en que la dedicatoria desapareciese de la primera edición, muestra su amor por un mundo hispano que va más allá de España. Ha conocido a J. L. Borges, Vargas Llosa, Ernesto Sábato, Fernando del Paso y su magnífico 'Noticias del Imperio'.

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-Sí, naturalmente, en este caso se trata de mundo hispano-indio, porque también el elemento indio tiene una gran importancia. Pienso en los personajes de los tres relatos que constituyen una especie de conjunto unitario. Cada relato tiene una finalidad en sí mismo, pero se relaciona con el anterior y posterior. Quizá el personaje más interesante es el de la monja que, cuando se presenta vestida con hábitos, blanco y negro, a la población india, aquella que será destruida por el hambre, por las enfermedades, y que vive en el extremo sur de América, le preguntan si es un pingüino. Hay también un barón loco que se proclamó emperador de los indios, indios a los que Darwin presentaba y exhibía en los grandes congresos interculturales como si fuesen animales.

-De joven, y no tan joven, leyó mucha poesía. Incluso las escribía como broma a los amigos. ¿Piensa que la poesía le ha ayudado a ver las cosas y su propia escritura de un modo especial?

-Espero que sí. No he escrito nunca poesías realmente válidas, he escrito típicas poesías de adolescente, con algo de la gran poesía francesa, sobre todo poesía del atardecer, donde se presentaba con un rojo de sangre, el rojo que muere, con un fuerte componente amoroso. Sobre esto, un auténtico poeta, como mi gran amigo y maestro Biagio Marin, escribió auténticas poesía sobre el rojo del atardecer. Ciertamente, creo que me ha dejado huella. Con frecuencia, muchas de mis lecturas han sido de poesía.

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-Lo digo porque noto mucha sensibilidad, presente, por ejemplo, en el padre que enseña un cuadro de Velázquez a su hijo discapacitado o en la figura inspirada en aquella mujer de Santander, la Gibosa.

-Son personajes muy melancólicos, empezando por el protagonista del Conde que arruina y destruye su propia vida y se revela solo para defender, no a una mujer que ha abandonado vilmente a su destino por una broma trágica y vil, sino a un mascarón de proa que un barquero quiere destruir. Mascarón que no es solo, y casi siempre, figura femenina, mujeres del mar que se colocaban en la proa, casi como si fuesen el alma de la nave; sobre este tema he escrito un libro que se llama 'Mascarón de proa', dedicado a estas figuras y a sus historias y leyendas.

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-'Así que Usted comprenderá', lo hemos hablado otras veces, es formalmente un monólogo, estamos ante el mito de Eurídice y Orfeo que baja a los infiernos, pero que se vuelve diálogo en el momento en que la mujer conoce las respuestas del marido, lo que, a mí me recuerda a 'Cinco horas con Mario', de Miguel Delibes. Aquí el infierno es una residencia de ancianos. Mientras escribía, ¿había una única voz o eran dos?

-Había más, aunque la voz fundamental es la de Eurídice, naturalmente. Es una Eurídice que rechaza seguir a Orfeo, con una variedad inventada por mí. Eurídice llama a Orfeo e intencionalmente viola el pacto. Ella sigue a Orfeo, que había bajado a los profundo del Hades, en el inframundo del mundo antiguo, pagano, y cuando, después de haber atravesado los diferentes estratos, habitados todos por figuras de muerte, figuras semiadormentadas, más inquietantes que la muerte porque son mortales, Eurídice comprende que no debe, que no puede, salir, que la verdad de su vida, y de la vida vivida junto a Orfeo, está precisamente en llamarlo y romper el pacto y, por tanto, ser devuelta por un viento que la empuje al más allá subterráneo para no volver a la tierra. Porque se da cuenta de que retomar una vida ya vivida, ya abandonada, sería todavía más terrible.

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-Ha querido introducir la voluntad de la mujer y aceptar un pasado que fue y que no puede recomenzar. Orfeo debe comprender que aquellos tiempos acabaron y a cada cual le toca vivir de otro modo.

-Así habría debido hablar yo [nos reímos, admito que yo me he limitado a resumir sus palabras].

Arriba: Magris y Ladrón de Guevara 2024. Abajo, Magris en el mirador del sendero en Duino y dando un paseo por Trieste.

-Para acabar, en alguna ocasión ha sostenido que la solución a Europa es más Europa. ¿Piensa hoy lo mismo?

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-Yo he sido siempre un fuerte partidario de la Unión Europea, en el sentido que he considerado la nacionalidad como una matrioska, la muñeca rusa. Yo me considero triestino, a su vez con orígenes diversos, hay una rama de la familia paterna que proviene de Friuli y la familia materna viene, por un parte de Venecia y por otra de Dalmacia, este es el origen. Y yo me he sentido como una de estas muñecas: un triestino que vive en una especie de muñeca más grande, Italia, luego otra, Europa, etc. Desgraciadamente creo que Europa como tal existe si tiene una constitución común y también una unidad mayor. Yo, la primera cosa que haría sería crear una Constitución, porque es de locos que un delito pueda ser castigado de diferente modo según el país. Europa total, pero debe ser orgánica.

***

La conversación ha acabado. Claudio Magris tiene ochenta y cinco años. A veces hablamos de cuándo se jubila un escritor. A esa edad faltan las fuerzas, lógicamente, pero él continúa publicando, de vez en cuando, en el 'Corriere della Sera', donde escribe desde 1967. Me pregunto y pienso, como el protagonista de 'Haber sido', publicado por Diego Marín, si también él tiene derecho a haber sido. Miro su despacho, con ediciones en árabe, japonés, chino, turco… que yo también conservo, y miro la fotografía de su conejillo de indias, que, no obstante, las décadas pasadas, continúa a estar presente en esta habitación.

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