La Zaranda consigue que se pare el tiempo en San Javier

No es 'Manual para armar un sueño', por su texto no demasiado enjundioso, la mejor propuesta de La Zaranda, a la que caracterizan sus montajes casi siempre tan perfectos y sencillos en su forma, y tan impactantes en la desoladora belleza que encierran, en su desbordante y desgarradora poesía, y en la contundencia con la que suelen mostrar la miseria aterradora en la que viven sin esperanza millones de seres míseros y sin futuro. Por fin, este domingo se subieron por vez primera, al igual que días atrás lo hizo Carlos Hipólito, al escenario del Auditorio Parque Almansa de San Javier, epicentro una edición más, la 53, del Festival Internacional de Teatro, Música y Danza de San Javier, que dirige David Martínez.

Qué bendición la fuerza con la que espectáculo tras espectáculo golpean el corazón encogido del espectador, qué bendición el modo en que sobrevuelan sobre su espíritu, su estado de ánimo, su conciencia, su capacidad de sorpresa, su humanidad, dejando caer sobre lo más profundo de su ser una lluvia fina de puñales y rosas que tiene el poder de no apagar el fuego, sino que lo aviva sin alimentarlo de odio: el fuego de la indignación, la rebeldía, el amor propio, la dignidad, la memoria. Qué bendición de textos, casi siempre, salidos de la escritura de Eusebio Colange, y qué sabiamente manejadas esas escenografías artesanales, fantasmales, como altares laicos.

Y qué geniales Paco de la Zaranda, director y creador de los espacios escénicos, y sus tres intérpretes majestuosos: casi siempre tres pobres hombres, como tres tristes tigres, como tres vagabundos andaluces de Beckett, como tres antiguos reyes de la pista de un circo soñado por Fellini. Son Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez (que no es otro que Paco de la Zaranda, ¡también!) y Enrique Bustos.

Tres artistas que a menudo nada son, no existen para nadie, no importa que mueran, se arrastran con sus harapos por tierra, mar y aire hacia ninguna parte, desolados, inocentes, agotados, confundidos soñadores...

Qué bendición de viajes que nos han conducido hacia la muerte, las guerras, los temores... Qué gozada de oración teatral efímera y rotunda que nos han regalado tantas veces. Qué inconfundible esa manera tan particular de ir atravesando décadas, con esos seres encarnados que suben a la escena y con los que no nos gustaría tener que cruzarnos ni de frente ni de lado en nuestro camino, porque son un espejo demasiado aterrador para mirarnos en él.

En este nuevo montaje, vuelve el equipo eterno de siempre dejándose el alma en escena. 'Manual para armar un sueño' es una obra, como todas las de La Zaranda, sobre la mala suerte que acompaña empecinada a los desposeídos, y sobre el privilegio de poder tener sueños, y sobre el mundo que se empeña en desmoronarse bajo tus pies, y sobre el pasado que tendemos a olvidar sin dejarle que nos legue sus enseñanzas, su experiencia.

Pero, ahora, como variación no obstante escasamente novedosa, nos ofrecen un deambular por las grandezas y miserias del teatro, y por la frivolidad y el mercadeo que lo atenaza y la fragilidad en la que nadan los ecos impagables de Segismundo, Max Estrella, Bernarda Alba...

Personajes olvidados, espejos que se convierten en ventanas a una nueva posibilidad se sentirte vivo, un actor derrotado por el olvido y otro que lo busca, en el fondo de la nada, para que le ayude a tomar el camino correcto. Ambos zarandean los entresijos del teatro, tan humano como sobrado de tropelías. Con sus burócratas pelmazos, sus vanidosas y solicitadas alfombras rojas, sus caídas en la vulgaridad rampante, su látigo capaz de desnudar mentiras y convertirse en luz de los perdidos. Y consiguen parar el tiempo una vez más.

'Manual para armar un sueño' es una oda al teatro que siempre avanzará, pese a cualquier derrumbe, hacia el fin de una noche que nos traiga la paz, y no la guerra; la verdad y la belleza, y no la tempestad de los cretinos.

El abundante público del festival, que volvió en esta ocasión a seguir la representación en mitad de un silencio sepulcral, aplaudió al final de la representación deseoso de brindarle su gratitud a los intérpretes, que, como es su costumbre, jamás salen a saludar a los espectadores tras sus siempre logrados y emotivos finales. Ellos sabrán lo que hacen, que ya son mayorcitos.

Temas

• Región de Murcia
• San Javier