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Marlon Williams, durante su concierto en la inauguración de La Mar de Músicas. Pablo Sánchez / AGM

El cielo en su voz (y otras historias)

Marlon Williams trajo consigo la excelencia para estrenar la vigésimo quinta edición de La Mar de Músicas

Sábado, 20 de julio 2019, 15:47

Es tan bueno que hay que verlo para creerlo. Marlon Williams trajo consigo la excelencia para estrenar la vigésimo quinta edición de La Mar de Músicas. Las expectativas no eran menores, pero las superó todas con creces. Si en disco brilla, en vivo directamente deslumbra. Perfectamente arropado por Dave Khan (guitarras, teclados, violín, voces), Ben Wooley (bajo, voces) y Gus Agars (batería, voces), el neozelandés trajo el cielo en su voz superdotada, capaz de jugar con registros variados incluso en una misma canción, manejando giros tan inesperados como bellos, ofreciendo momentos de un romanticismo devastador que, no obstante, sabe alternar con la inteligente media sonrisa de la ironía. Cuando no con la rabia convertida en inesperados arrebatos de ruidismo de filiación indie rock.

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Jornada inaugural de la XXV edición de La Mar de Músicas

  • Conciertos Pongo / Marlon Williams / Elza Soares / Mon Laferte / Mayra Andrade.

  • Lugar Plaza del Ayuntamiento / Patio CIM / Auditorio Parque Torres / Castillo Árabe.

  • Calificaciones Bien / Excelente / Flojo / Interesante / Notable.

Williams ofreció cerca de una veintena de canciones desde un gran encanto personal y con el añadido improbable de que todas –insisto, todas– fueron muy buenas o magníficas. Ni un solo momento débil. Ni un solo tiempo muerto. Desde luego no faltaron 'Come to me', 'Beautiful dress' o 'What's chasing you?', pero no fueron necesariamente las mejores. La oscuridad de 'Dark child', el arrebato casi punk en que convirtió 'Party boy', la canción que hiciera con su amada Aldous Harding 'Nobody gets what they want anymore' y hasta la despedida versionando a Screamin' Jay Hawkins con 'Portrait of a man'. Pura lujuria sonora para un concierto de los de anotar en el lado noble de la memoria. Sé que es una faena, Marlon, pero tu novia le hizo un bien a la humanidad dejándote para que así escribieras estas auténticas joyas. Si me permites.

Previamente, la tarde había empezado feliz con la algarabía bailable de Pongo. Dos buenos percusionistas y bases electrónicas y una cantante animadora sociocultural de altos vuelos. Mejor cuando menos waka-waka, esto sí, pero bien. Cosa que me cuesta decir de Elza Soares. Ella es una auténtica diva en Brasil y Latinoamérica, con un discurso politizado de apoyo a minorías que ha calado y además sigue apostando por un cierto riesgo al añadir un punto de disonancia y hasta de oscuridad al samba. Pero la octogenaria, ay, no está para muchos trotes. Su voz apenas emite decibelios y su banda tampoco parece la mejor del trópico. Interpretaron mayoría de canciones de su último álbum, 'Deus é mulher' –Deus no sé, pero ninguno de los siete músicos de su banda lo es–. Sentada sobre un gran trono en un lateral de la escena y bajo una fenomenal peluca digna de María Antonieta, se respeta su trayectoria pero la pregunta es: ¿cómo valorar a una cantante… que no canta?

Cuarenta y cinco desesperantes minutos de cambio más tarde, la chilena Mon 'Betty Boo' Laferte regaló una simpática verbena de Jalisco que caló mejor entre el público mayoritariamente latino. Una sucesión de canciones bien interpretadas y mejor cantadas de aquello que conocemos como bailes de salón, de clara intención comercial y arrastrando mucho las erres. Yo pensaba que esa música era más de mis padres, pero me dicen que ha vuelto a ponerse de moda.

Aunque desde luego mucho más contemporánea, y sin embargo enraizada, resultó la propuesta de Mayra Andrade, ya en el Castillo Árabe. Mucho más valiosa artísticamente, también. Meciendo entre sus sugerentes olas el afrobeat menos exaltado –lejos de los Kuti, por tanto–, una electrónica sutil y cimbreante y encantadoras esencias de raíz caboverdiana, el suyo resultó un concierto bello y muy espíritu Mar de Músicas. Aunque para entonces («nunca había tocado tan tarde») más de dos anduviésemos ya algo tocados. Valió la pena el aguante, sin duda. Se echó de menos a Paco Martín, cómo no, homenajeado por compañeros antes de arrancar el sonido en ese Auditorio Parque Torres que pronto llevará su nombre.

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