Tapeo en posición de loto
David Ibáñez, que ha recreado un templo budista en la playa de Bolnuevo después de recorrer el mundo, se da por vencido: «Soy mujeriego como mi padre»
ALEXIA SALAS
Viernes, 12 de agosto 2016, 12:07
No tiene tiempo para mantras y meditaciones David Ibáñez estos días en la playa de Bolnuevo, a pesar de todos los budas que lo observan indulgentes. El verano se le escapa entre los dedos en su bar Las Gredas Beach, sacando las pizarras de la magra con tomate y las marineras cuando los bañistas se desperezan en la arena, y le da la madrugada en el templo budista al aire libre que ha recreado en su terraza, presidida por la imponente cabeza de una imperturbable deidad, que de tanta cavilación le mana humo de su sagrada cúspide. Un boquete en la sien del gran dios perturba el equilibrio: «Fue un guiri, que se bebió cuatro vinos e hincó la cabeza en el buda», perdona el hostelero, clemente con las flaquezas terrenales. Fue una de las enseñanzas de sus constantes viajes por Asia. «Fui por primera vez en viaje de novios y luego he vuelto cinco veces, y pronto me iré de nuevo, yo solo», planea, casi seguro en busca de espiritualidad y nirvana. «Tailandia, Camboya, Laos, todo aquello es otro mundo. ¿Has visto el 'ping pong show' de los clubes de 'striptease'?, las chicas escriben tu nombre con la vagina», descubrió en el continente asiático.
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Quién.
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David Ibáñez.
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Qué.
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Hostelero.
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Dónde.
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Playa de Bolnuevo.
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Valores.
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Las famosas gredas de Bolnuevo componen uno de los paisajes más insólitos y mágicos de la costa murciana. La erosión del viento ha modelado las rocas creando un destino fotográfico ideal frente a una de las mejores playas de la Región, alfombrada con arena dorada a lo largo de 1.600 metros de largo y 24 de ancho.
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Pensamiento.
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«En Asia no son tan avariciosos como nosotros».
De aquella luna de miel le queda el hallazgo oriental y su perrita Chefi, una Lulú de Pomerania que lleva con las uñitas decoradas con laca en tono malva. «Me separé, y yo me quedé con los perros y ella con las 'perras'», frota elocuente los dedos hacia arriba. Las heridas del desamor no se las curó sin embargo un buda, sino otras compañías: «Yo soy mujeriego como mi padre, pero sin hijos, porque tengo 19 hermanas, aunque solo conozco a cuatro», hace recuento familiar. Hijo de 'El Imposible', David asume la leyenda paterna: «Siempre emprendía proyectos de construcción que le decían que no podría hacer. Ganamos mucho dinero, pero todo se vino abajo con la crisis».
En años de abundancia, la fertilidad paterna llevó a David a tomar cartas en la política de fecundidad familiar. «Veía que no íbamos a tocar a nada en la herencia, así que le dejé pagada una vasectomía en una clínica, pero no se presentó. Ahora no me importa porque a lo único que tocaremos será a hipotecas», razona el empresario. David sabe que 'El Imposible' fragua una nueva ampliación familiar, pero ya no le importa. Se le ha impregnado a través de los tatuajes un estoicismo playero que blinda su ánimo de los contratiempos. En su bíceps derecho se hizo grabar con punzón, en la lejana Bangkok, el Buda de Tailandia y el templo camboyano de Angkor: «Es una de las siete maravillas del mundo. Te puedes quedar muerto».
Les ha hecho compañía con la tinta de un templo tibetano y una geisha de Japón, estrujados todos junto a un corazón que David usó como símbolo de su cadena de peluquerías en una vida anterior. La piel le ha dado además para unos grafismos mahoríes y el nombre en egipcio de su tía, aunque hay más: «En el tobillo izquierdo llevo tatuada la cara de mi perrita Chefi. ¿Las lunas del cuello? Mejor lo dejamos», descubre David su ligamento de Aquiles.
En invierno, cuando los biquinis emigren con las garzas, piensa mantener abierto su exótico local y tumbarse en la arena de nuevo a escuchar música, con un garbeo previo por la ruta de los templos: «Me iré de nuevo a Asia, tres días en Bangkok y después, ya veremos», empieza el viaje.
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