Al peor profesor que he tenido en mi vida -lo llamaré 'don B.'- lo padecí en EGB, durante varios cursos: Sociales, Educación Física, Tutoría y ... no sé qué más. Todo era superlativo con este señor, desde su método pedagógico (es un decir) hasta su sadismo; desde el intolerable aburrimiento hasta el terror que producían sus clases, casi por igual; desde la petulancia de su flequillo hasta la escasez de su materia gris.
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España, años 80. La generación del 'baby boom' llega a edad escolar y el PSOE, recién instalado en el poder con la promesa de universalizar la educación pública, se lanza a concertar -ejem, 'provisionalmente'- centros privados. A uno de estos, un religioso de medio pelo que le quedaba cerca del kiosco, me apunta mi madre. Cuarenta y pico críos y crías por aula y un equipo educativo del Anterior Régimen. En las clases de 'don B.' te limitabas a leer en voz alta del libro (mucho ojo con equivocarte o no saber por dónde iba la lectura cuando te llamaba) y subrayar lo que él te decía, una mezcla asombrosa de negligencia, ignorancia y desidia indignas de un docente. Nadie tenía nunca ninguna duda, claro. Capitales de África. Montañas de Sudamérica. Ríos de Europa. Memorietas sin sentido que fluían rápido en dirección a la mar, que es el olvidar.
Se le veía venir, cuando se le iba a ir la mano con nosotros. Casi siempre por las tardes. Entraba al aula con cara de mala hostia, soltaba dos o tres sarcasmos, nos ponía con lo de la lectura en voz alta y levantaba la cabeza. Sus gafas grandes y sus pequeños ojos le daban una cualidad de rapaz. Siempre pillaba a alguien. O recogiendo algo del suelo, o susurrando alguna broma que nos ayudara a conllevar el infinito tedio de sus 'clases', o con la mente en otra parte. Entonces te llamaba. Te tenías que poner de pie junto a su mesa (a mí ya empezaban a temblarme las rodillas por el camino). Una vez allí, jugaba contigo. Te daba alguna esperanza de que no iba a pasar lo que te temías. Nunca te librabas. Te agarraba del pelo de la sien, te lo retorcía y tiraba hacia arriba, a peso. Una técnica excelente si atendemos a la relación entre el dolor que causa (mucho) y la marca que deja (ninguna). Le gustaba verte de puntillas. Pero lo que más le gustaba era que intentaras no llorar, delante de tus compañeros, y que al final fracasaras.
La memoria borra los contornos de los malos tragos, sobre todo las sensaciones físicas, la angustia, la intensidad. Sé que ir al cole era lo que más odiaba y más miedo me daba en el mundo. Sé que los domingos por la tarde siempre tenía ganas de llorar. Que dejé de socializar con otros niños, que perdí la ilusión por las cosas y que empecé a recluirme en mi habitación como respuesta a todo. Pero no puedo recuperar los matices exactos del miedo, del autodesprecio, del desamparo. Sé que no era capaz de levantar la mano para pedir permiso para salir al baño, y que se me solía escapar el punto en clase mientras llegaba el recreo. Pero no cuánta vergüenza pasaba mientras intentaba taparlo, sentado solo en la esquina más remota del patio, esperando la sirena.
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También durante los recreos había que gestionar a 'don B.,' a quien por algún motivo que no quiero barajar le gustaba jugar al fútbol con nosotros. Los equipos los hacía él: 'figuritas' contra 'petardines' (sic). Ni manteniéndote pegado a los muros te librabas de la sensación de ser un petardín suplente, una anomalía. Lo único que se podía hacer era desear muy fuerte la invisibilidad.
Por supuesto que disfruté de cosas buenas en mi infancia. Tenía a mi madre al lado, para empezar. A mis primos y primas, benditas sean. El descubrimiento de la literatura, que me ha dado tanto. La bola de cristal, los Fraggle y 'Verano azul', la Feria de Septiembre y las navidades en familia. Pero no he olvidado las cosas malas. Aún hoy, cuando veo libros de texto de aquella época (por mi trabajo veo muchos, están bastante demandados, como artículo vintage), algo me pincha la piel del corazón.
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'Don B.' no estaba -claro-- solo. Todavía en aquellos años quedaban en activo cientos de excrecencias de la escuela franquista como él. Contaba aún con cierto apoyo menguante entre las familias («algo habrás hecho tú»), pero me consta-sin más detalles- que al poco tiempo tuvo que cambiar de 'pedagogía'. Es la primera vez que escribo sobre él, y ese silencio -colectivo- es la clave del prestigio que esa escuela, esa época poco dorada, sigue teniendo a día de hoy. Este es el último 'Espejismo' del año y no se me dan bien ni los balances ni los brindis, pero, si supiera, pediría que le quitemos un poco de brillo al pasado y se lo pongamos al tiempo por venir. También los figuritas de la política y la opinología que viven del esplendor de la nostalgia. Brindo para que no vuelva nunca, ningún 'don B'.
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