Vocaciones y preferencias

Las ramas de lo que se entiende como médico tradicional han quedado relegadas a los últimos lugares en las preferencias de los aspirantes, cuando no desiertas

Lunes, 6 de junio 2022, 01:44

El proceso de elección de la especialidad médica por los aspirantes que han aprobado el examen de Médicos Internos Residentes (MIR) no deja de ser ... controvertido, por unas u otras razones. Sucedió el año pasado cuando se decidió cambiar el modelo de selección de plazas de forma presencial. Un precedente bien establecido y aceptado mediante el cual los aspirantes, personados en el Ministerio de Sanidad, elegían de manera abierta su plaza de acuerdo con la puntuación obtenida en la prueba. Esta fórmula transparente se sustituyó por la elección virtual, por medios electrónicos, en un contexto cargado de suspicacias. Con una metodología controvertida, ya que no es posible conocer la plaza a la que se opta, al tener que solicitar varias al mismo tiempo y un método aleatorio efectúa la adjudicación. En un procedimiento que se presume quizás demasiado oscurantista.

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En esta ocasión la convocatoria anual ha vuelto a suscitar la atención pública, dirigidas opiniones y comentarios hacia las preferencias de los electores, al haberse decantado los primeros números de la lista, de forma mayoritaria, por especialidades como cirugía plástica, dermatología o radiología. De modo que se debate entre quienes sostienen que en uso de su libertad individual cada uno puede elegir el camino profesional que desee, frente a los que consideran necesaria algún tipo de planificación. Sobre todo, en un contexto que satisfaga las perentorias necesidades de médicos en los que la sanidad pública se muestra deficitaria. Una disyuntiva que puede hacer derramar una cascada imparable de opiniones y comentarios entre partidarios y detractores sin llegar a un consenso común. La solución se atisba compleja. Cada persona opta en cualquier circunstancia por aquello que le gusta, amén de creer que tiene aptitudes para desarrollarlo como, asimismo, en último término lo que considera más acorde para el modo de vida personal que aspira a desarrollar. Unas premisas difíciles de encorsetar en estrictos controles normativos desde instancias digamos superiores, al menos en nuestro modelo de sociedad. Es esta una circunstancia aplicable a todos los países occidentales, obligados a importar facultativos de otros con menos recursos económicos para cubrir sus necesidades.

Una situación especialmente preocupante, como viene sucediendo una convocatoria tras otra, es que las ramas de lo que se entiende como médico tradicional han quedado relegadas a los últimos lugares en las preferencias de los aspirantes, cuando no desiertas. Así ocurre con la Medicina Familiar y Comunitaria, al igual que con su equivalente hospitalario por sus características generalistas, Medicina Interna, a la cola de las inclinaciones de los electores, otrora considerada como paradigma de la práctica médica total y completa. De todo este embrollo lo más preocupante es que hayan quedado sin cubrir más de doscientas plazas de médicos de familia. Con el agravante de que al contrario de lo que sucedía en anteriores convocatorias, ahora no es posible una repesca que atenuaría hasta cierto punto este déficit. Sobre esta desafección entre las nuevas hornadas de licenciados se apuntan múltiples conjeturas como la desmesurada sobrecarga asistencial, junto a la maraña de trámites burocráticos o las escasas expectativas de desarrollo profesional, sumados a los magros incentivos económicos o el poco reconocimiento social. Condiciones de la práctica cotidiana agudizadas por el hecho de que no son profesiones de relumbrón, si por tales se entienden espectaculares curaciones o la ejecución de complejas técnicas de diagnóstico o tratamiento, lo que no las hacen especialmente atractivas. Motivos variados por los que los estudiantes no optan por estas disciplinas, núcleo de la medicina, en lo que algo tienen que ver los signos de los tiempos.

Lo más preocupante es que hayan quedado sin cubrir más de doscientas plazas de médicos de familia

Podríamos entrar en consideraciones de esa imagen idealizada para afrontar un trabajo en el que las perspectivas apuntadas son de signo negativo. Saldría a relucir una palabra en franco olvido como es la vocación. A la que añadir una panoplia de términos propios de los manuales de autoayuda como abnegación, sacrifico, entrega, dedicación, solidaridad, ayuda y sacrificios horarios y muchas horas de estudio para estar mínimamente al día, palabras desgastadas, saturados por el recurrente empleo banal y tantas veces no en boca de ejemplos sociales precisamente.

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Se cuenta al respecto una curiosa anécdota de cuando se optaba a elegir plaza de forma presencial. En un abarrotado anfiteatro se iba nombrando a los aspirantes por orden de numeración. El interpelado contestaba por ejemplo el número uno cardiología en el hospital tal, el número dos neurocirugía en tal otro. Al llegar el turno al aspirante que había obtenido el número tres en el examen respondió con convicción, voz firme y rotunda: medicina de familia en Soria. Movidos por un resorte, la sala entera puesta en pie le dedicó una atronadora ovación. Pero así están las cosas. Cambiarlas se antoja complicado para estimular nuevas vocaciones.

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